*Esta nota fue originalmente publicada en 2014.
Me costó dar con Erika Santibañez para hacerle esta entrevista. Cada vez que la llamaba estaba corriendo de un lado para otro, sin tiempo para conversar. Me propuso la mañana del sábado. La llamé, pero no di con ella. Finalmente la respuesta fue una: llámame cualquier día después de las 10 de la noche, que a esa hora me desocupo.
Esa fue la presentación sin palabras, pero evidente, de cuán desgastadora es su labor de profesora en un colegio municipal. Más aún si se trata de un liceo que por años fue el más grande de Chile, con 5.000 alumnos en total, teniendo un promedio de 45 alumnos por clase, con 10 cursos por generación. El A-131. Con la aparición de los colegios particulares subvencionados, bajó un poco la carga y ahora lo común es encontrarse con 30 alumnos en cada sala de clases.
En un estudio realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), se reveló que los profesores chilenos son quienes más horas pasan en el aula, luego de encuestar a más de cien mil docentes de 24 países. Erika pertenece a ese grupo, pero estando a la cabeza. Son cerca de 27 horas las que pasa un profesor chileno en la sala, cuando el promedio de los países OCDE es 19,3, pero para Erika son 44. Tal cual. El total de sus horas de contrato, siempre está haciendo clases. De 8:00 a 17:00 horas, con recreos de 15 minutos y media hora para almorzar.
Lo hace desde hace 30 años. Enseñar es su vocación. Sigue vibrando cuando habla de cómo se pueden transformar vidas entre esas cuatro paredes y por qué no hay que rendirse ante ningún alumno, por muy desinteresado que se vea. "Ellos escuchan. Es importante hablarles porque escuchan y en algún momento van a hacer click".
"Llega a doler la diferencia. En el privado, los alumnos vienen de un estrato social distinto, tienen cultura lectora, hay alguien en la casa, al menos está la nana que les lustra los zapatos, cumplen con rigor el horario. Son menos niños, entonces hay mas control. Acá tu llamas al apoderado y no llega. Las familias están desvinculadas. En el privado es distinto, ahí la diferencia es que los profesores damos un servicio, ellos son clientes, es súper frío. El municipal es mucho más humano. Allá se trata al alumno de usted, si un apoderado está descontento, el profesor se va del colegio".
"Apoyo interdisciplinario, contar con una asistente social, sociólogo, hacer seguimientos. Esto produce que el cabro sienta que es valioso por otra cosa. Soy profesora de inglés, pero igual les pregunto quiénes son. Cuando te pones a escarbar y te das cuenta porque son así, es para llorar juntos. Entiendes porqué el cabro va a sociabilizar y no a aprender, a veces no hay qué comer en sus casas, tienen muchos problemas en la casa, que se traduce en que no haya motivación en la clases".
"Los amigos... Son clave. El chiquillo que tiene una realidad dura pero conoce a uno que le hace empeño, que juega futbol, que tiene otras motivaciones, se va pasando a ese lado. Los otros no quieren, yo les digo "yo te enseño" y me dicen que "no pierda el tiempo". Es tan negro el futuro para ellos, que no quieren ni que les escribas la respuesta en la prueba. Yo me propongo que no me la gane, pero tengo que atender a otros 29 alumnos. También es súper clave acá el profesor jefe. Si el niño lo escucha, el niño responde. El chiquillo es perceptivo, sabe bien cuando el profesor es confiable y creíble o el que no quiere desgastarse".
Para ser consecuente, cuando Erika dejó de hacer clases en colegios privados y entró al liceo A-131, también cambió a sus dos hijos, quienes desconocían la enseñanza pública. A ellos les va bien y por lo mismo siempre los pone de ejemplo a sus alumnos: "Mis hijos encuentran acá el éxito y de manera gratis, ustedes también pueden hacerlo" y agrega, "hay colegas mal enfocados, que les dicen que aquí está la mano de obra, creen que eso es el final, el poder de la palabra es tan potente que se la creen. Hay que trabajar a la inversa, decirles que ellos pueden, que pueden cambiar, preguntarles cómo se ven en 10 años más y que para lograr eso tienen que traer su lápiz, venir al colegio, cosas de ese tipo. Les pregunto a los otros alumnos dónde quieren ver a su compañero de al lado en el futuro... Ellos eligen dónde quieren estar y yo les entrego las herramientas para que pongan sus cimientos. Si no las aprovecha, no tiene derecho a reclamar".
"Revisar lo de la evaluación docente, que no es mala, pero sí lo es el instrumento. A mí me encantaría que me evaluara el alumno. Él es el que sabe si le estoy dando las herramientas que necesita, si lo tomo en cuenta como ser humano. He visto que profes pagan para que les hagan un portafolio y así lo premien. El instrumento no es válido, es copiado de otros países, copian y pegan. No es lo mismo un profesor de colegio privado que tiene horas para planificar, corregir, todas horas pagadas, que además está apoyado por su director, por su equipo, por sus pares. Todos los cursos que yo tengo me los he pagado yo, no hay contribución a mi bolsillo para formación, no hay incentivo".
El "problema" de Erika es que le importa. Que no se deja estar. Que no se conforma con cumplir. Actualmente está tomando cursos de terapias naturales para brindarles ese apoyo a sus alumnos, y de meditación, para hacerles ejercicios de respiración antes de comenzar la clase y así se logren quitar la carga familiar que traen en sus mochilas. Es por eso que llega a las 22:00 horas a su casa todos los días de la semana. Ella dice que llega agotada no porque los cabros sean jodidos, sino porque es demasiada pega. Está obligada a preparar las clases en su casa y reconoce que descuida su ambiente familiar, por tener que corregir pruebas y planificar, lo que normalmente hace los fines de semana.
El mismo estudio de la OCDE revela que el tema de los profesores no es que no quieran enseñar. A la pregunta de si está arrepentido de haberse convertido en profesor, el 33,6% de los docentes chilenos dice que si, muy cercano al promedio de 30,9%. El tema va por otro lado. No hay tiempo para preparar las clases, ni menos para complementar su propia formación, que muchas veces necesita de herramientas que no se entregan a la universidad para hacer frente a la difícil realidad de los alumnos. Y como corregir y planificar lo tienen que hacer de todas formas, terminan trabajando en horarios que no son pagados y descuidando su propio hogar.
Vocación hay. Energía hay. Alumnos deseosos de surgir hay. Lo único que falta, es que se les dé la oportunidad a docentes y alumnos de construir esa relación humana necesaria para motivar el aprendizaje. Por fortuna, el debate en torno a la educación ha ido virando en esa dirección, poniendo el foco en los profesores y lo que ocurre en la sala de clases. Quizás, si todos empujamos para que así sea, Erika podrá pronto disfrutar a sus hijos con la seguridad de que sus alumnos cuentan no solo con ella, sino con toda una comunidad educativa, para protegerlos y guiarlos.