Perfeccionistas hasta más allá de la extenuación. Uno de ellos quita la hilacha que descubre en el vestido, mientras el otro, con cierta aprensión, cepilla las motas de caspa del hombro. Entre los dos le recomponen aquel mechón rebelde y alisan las arrugas de las mangas. No se olvidan de darle un toque de color en las mejillas, sombra en los ojos y crema hidratante en los labios. Las gotas del perfume seductor son lo último. Con mirada severa la examinan con detenimiento hasta que ambos aprueban el resultado; es entonces, y solo entonces, cuando la introducen en la incineradora.