El ajedrecista de Plaza de Armas

Por Rafael Berríos | 2016-09-22 | 07:00

Los espectadores que se habían reunido en la pérgola aún no lograban ver la jugada, sin embargo Kasparov, primero con incredulidad y luego con estupor, comprendió que estaba a un movimiento de que esa tranquila partida de exhibición se transformara en una pesadilla.

Después de que todos sus miedos se concretaron con un alfil avanzando imparable por el tablero, se lo pudo ver por horas con la cabeza agarrada a dos manos buscando entender cómo era posible que el viejito encorvado y sin dientes que tenía en frente, le fuera a dar jaque mate en dos jugadas.