Una sonrisa de satisfacción en los labios, filtra un trago de whisky añejado en su garganta. Celebraba sus cuarenta años y la llegada del otoño. Las costas áridas eran abandonadas, las chicas bellas regresaban a la gran ciudad. Ahí no necesitaban más de una copa, la suya. Rosas, orquídeas, hortensias y otras que ya ni recordaba, preferían el cobijo suyo, digno y maduro protector. Quizás no era tan joven y algunas hojas pálidas caían mustias a su alrededor. Pero se mantenía como un seductor alto, vigoroso. Pleno de vida en medio de un campo de flores tan hermoso como infinito.