Imagen: César Mejías

Ola k ase: Titivillus, el demonio medieval de los errores ortográficos

Dentro de la nutrida fauna religiosa medieval, un travieso ser destacó en su tiempo por hacerle la vida imposible a monjes a la hora de orar y también escribir. Algunos de sus “logros” pasaron a la historia.

Por Francisco J. Lastra @efejotaele | 2018-06-20 | 12:00
Tags | historia, religión, curiosidad, demonio, titivillus, edad media
Así como el Diablo es la contraparte de Dios, el ángel registrador tiene su propia versión demoníaca: el demonio registrador. Éste ser se cuela en iglesias y monasterios y lleva un extenso registro de las conversaciones de la congregación que se alejen de lo divino.

Ya les hemos hablado de esos “locos” tiempos medievales. Siglos de creencias tan distintas a las actuales, aunque, hay que decirlo, bastante creativas.

Por mencionar algunas recolectadas por el historiador francés Jean Verdon: el dolor de muelas se curaba tirando los huesos al fuego luego de comer, no había que pasar encima de bebés para no interrumpir su crecimiento y, para asegurar el amor eterno de un marido, había que atar las cuatro patas del gato de la casa, untarlas con manteca y dejarlo ayunando durante dos días, para luego alimentarlo con pan remojado en la orina del marido (el gato claramente no habrá disfrutado el proceso).

El ámbito religioso no estuvo exento de estas incursiones de creatividad. Justamente, una de las creaciones medievales más llamativas es un malvado demonio que, aunque tan viejo como la cristiandad misma, se las arregla para seguir siendo relevante para los tiempos del WhatsApp y Facebook.

Les presentamos a la peor pesadilla de los amantes de la RAE y la correcta escritura: Titivillus, el demonio de los errores ortográficos.

El demonio registrador

Tanto la tradición cristiana, como la judía y la islámica, hablan de un ser celestial que lleva el registro de lo que hace cada persona, una especie de asistente ejecutivo de Dios llamado ángel registrador (que puede ser uno o varios).

Así como el Diablo es la contraparte de Dios, el ángel registrador tiene su propia versión demoníaca: el demonio registrador. Éste ser se cuela en iglesias y monasterios y lleva un extenso registro de las conversaciones de la congregación que se alejen de lo divino.

Es decir, si la señora María y la señora Juana llegan a la Iglesia y se ponen a hablar de lo borrachos que son sus maridos, allí estaría el demonio escribiendo cada palabra para leérselas de vuelta en el día del juicio final. En el registro también había espacio para anotar los ronquidos de la congregación si se quedaban dormidos (lo que, al parecer, solía suceder con frecuencia en las liturgias medievales).

En un extenso artículo de 1977, la religiosa y filóloga Margaret Jennings, señala que los registros de este demonio datan incluso de tiempos del imperio babilónico.

Por otro lado, cerca del siglo XIII comienzan a aparecer menciones de otro demonio similar. Éste se sitúa alto en las iglesias y va llenando un saco con las sílabas que los religiosos se saltan o abrevian al recitar salmos y oraciones. ¿Por qué un demonio gastaría su preciado tiempo en esto? Jennings señala que era una manifestación de pereza -a los religiosos le daba flojera recitar, por lo que trataban de hacerlo rapidito o abreviando las frases- y como la pereza es uno de los pecados capitales, ¡bingo!, el demonio recolectaba estos pequeños pecados.

Es a finales de este mismo siglo cuando se comienza a utilizar un nombre específico para hablar de estos dos demonios que, poco a poco, van convirtiéndose en una sola cosa.

Titivillus, el grammar nazi original

Titivillus o Tutivillus es el nombre que comienza a utilizarse en la Europa Medieval (s. XIII) para hablar indistintamente de estos demonios.

El primero en dejarlo escrito sería John of Wales, monje franciscano y prolífico escritor. En una de sus obras hace mención del hablar incorrecto de sus pares y alerta: “Titivillus recoleta fragmentos de estas palabras. Con ellas llena su saco mil veces cada día”. Y vaya que debe haber faltas, porque cada sílaba mal pronunciada, señalan escritos de la época, tomaba la forma de un grano de sal.

Titivillus tuvo, sin duda, su punto cúlmine en el siglo XV. Su actuar siempre tuvo su lado travieso por lo que se convirtió en un personaje ideal de la sátira teatral. Su aparición más conocida es en Humanidad, una obra escrita en 1470 por un autor desconocido, donde la Humanidad (representada por un actor) se enfrenta al demonio. Curiosamente, Titivillus cuenta con el beneplácito de la audiencia, quien le permite “trolear” a Humanidad.

Es en esta época también, donde Titivillus comienza a ser retratado en el arte religioso en toda Europa.

Xilografía del siglo XVI del alemán Hans Weiditz.

Grabado del siglo XV-XVI en la parroquia de Fanefjord, Dinamarca.

Ocaso del “cola de flecha” de la lengua

Sin embargo, a partir del siglo XVI las menciones se hacen más escasas. Jennings escribe que el demonio se siguió mencionando esporádicamente en obras teatrales, pero sin precisar su nombre o usando alguna deformación de él (personajes en la obra de Shakespeare lo mencionaban como Tillyvally o Tillyfally).

Pero Titivillus aún tenía cuerda para rato. El crecimiento en Europa de las universidades y de la clase burguesa, hizo que la demanda por manuscritos creciera exponencialmente. Los pobres monjes copistas, los únicos entrenados para la labor, debían escribir como locos para satisfacer la demanda.

Alejado ya de sus orígenes diabólicos, el demonio comenzó a ser usado como excusa por estos copistas cuando cometían un error en un texto. "Titivillus, reconocido como la causa de su errata, se convirtió en patrono en lugar de una plaga ya que los absolvió de culpa", señala el escritor Marc Drogin en su libro Medieval Calligraphy.

Ya en la era de la imprenta, cuando un error en la copia original podía significar miles de copias con los fallos, el demonio siguió haciendo de las suyas. Drogin menciona el caso de un piadoso monje encargado de un manuscrito llamado Anatomy of the Mass. A las 172 páginas del texto original, le debió agregar 15 páginas de erratas, “un récord de errores para una obra tan corta”, señala Drogin. En el inicio del anexo, el monje escribió que esta desafortunada situación era, sin duda alguna, obra del diablo.

Quizá el mayor éxito del travieso Titivillus es la llamada Biblia Maldita de 1631, una reimpresión del libro sagrado en inglés que, al listar los 10 mandamientos, hizo una pequeña omisión: el “no” en “no cometerás adulterio”. Ya se imaginarán el escándalo que produjo. Lamentablemente, en esos tiempos la gente no se tragaba tan fácil el cuento del demonio y los editores (quienes tampoco eran religiosos) tuvieron que pagar una multa y vieron cómo les retiraban su licencia.

Aunque han pasado varios siglos, el travieso diablillo sigue siendo relevante en los tiempos de WhatsApp y Facebook, donde la ortografía sufre ataques que hubieran requerido de intervención divina en tiempos de los monjes copistas. Hagan la prueba: siempre es más fácil echarle la culpa a otro.

¿Qué otras curiosidades conoces de la Edad Media?