*Esta nota fue originalmente publicada el 26 de junio.
Con 160 votos a favor y apenas 18 en contra, el parlamento húngaro aprobó el pasado miércoles una ley que permite penalizar a ONGs que ayuden a migrantes que hayan entrado ilegalmente al país o que no puedan ser acreditados como refugiados.
Esta es solo una de varias legislaciones que apuntan a poner mano dura a intervenciones extranjeras que faciliten el ingreso de migrantes. La retórica del gobierno incluso le puso nombre y apellido al paquete de leyes: Stop Soros, en referencia al empresario y filántropo estadounidense de origen húngaro, George Soros, cuyas fundaciones financian varias iniciativas de periodismo libre y ONGs en el país.
Para quien ha seguido la situación del país europeo, no es una gran sorpresa. En su tercer mandato consecutivo, logrado a principios de año, el primer ministro húngaro Viktor Orbán, ha continuado con su política anti-multicultural, xenófoba y nacionalista, posición que está impactando de manera negativa la imagen del país y que incluso lo enfrenta a las regulaciones y leyes de la Unión Europea.
¿Cómo llegó Hungría a convertirse en uno de los núcleos del nacionalismo en Europa? Aquí te lo explicamos.
Si Austria es la puerta hacia Europa del este, Hungría es donde se deja el abrigo y el sombrero (algo así como el perchero del hall de entrada…):
Aunque está anclada entre países eslavos, la nación tiene una cultura única y muy distinta a sus vecinos, además de un origen étnico que se remontaría a la actual Finlandia. Pero eso no significa que hayan estado libres de influencias externas.
El actual pueblo magiar (un sinónimo de húngaro que les encanta) es básicamente una mezcla de distintos pueblos que han conquistado y sido conquistados por los antiguos húngaros (hunos, germanos, eslavos, principalmente). Algunos estudios genéticos señalan que los húngaros antiguos y los de hoy, son tan parecidos como una sandía y una pelota de fútbol.
Sin ir más lejos, los otomanos hicieron de las suyas en Hungría por casi 200 años. Poco después, Austria estiró sus largos y germánicos brazos hacía el país y formó el famoso Imperio Austro-húngaro.
Después de perder la Primera Guerra Mundial, Hungría se llevó la peor parte y fue desmembrada hasta quedar reducida a una humilde extensión de lo que llegó a ser alguna vez. Millones de húngaros étnicos pasaron de la noche a la mañana a vivir en países limítrofes.
Luego de un periodo de bastante opresión como estado satélite de la Unión Soviética, Hungría viró hacia el capitalismo en los 90s. En 2003, por abrumadora mayoría, el pueblo magiar optó por unirse al nuevo club cool de la cuadra: la Unión Europea.
Después de casi 15 años como miembro, Hungría sigue siendo uno de los países más económicamente humildes del club. Su crecimiento no ha sido malo, pero persisten los problemas endémicos del país, principalmente, mal manejo político y corrupción.
Cerramos este breve resumen soplándoles que la imagen de la Unión Europea entre húngaros ha caído bastante, y hay un sentimiento muy difundido entre políticos y ciudadanos sobre que Bruselas (la sede de la UE) exige demasiado y sobre cosas que no son del interés nacional.
Para hablar del nacionalismo húngaro, hay que hablar de su principal promotor. La vida de Viktor Orbán parece sacada de un cuento de hadas. Criado en una familia rural de clase media, Orbán vivió la rigurosa vida del húngaro promedio bajo el alero de la Unión Soviética.
En 1988, el joven Orbán de poco más de 20 años, se convirtió en fundador y primer vocero de Fidesz, un partido político liberal, mayormente estudiantil, que abogaba por elecciones libres y el retiro de las tropas soviéticas.
Durante los 90s, Fidesz tuvo un pobre desempeño electoral, lo que hizo que se girara hacia un liberalismo conservador, cambiando el discurso progresista de sus orígenes e iniciando el primero de sus acercamientos hacia el conservadurismo. Orbán, siempre el principal rostro del partido, llegaría a ser Primer Ministro con solo 35 años, en el periodo 1998-2002.
Orbán en 1990 y 2011. Fuente: Hungarian Spectrum
Su primer gobierno no se distinguió de los previos y los que le seguirían. Economía menguante y corrupción hacían que el gobierno fuera una pelota de ping-pong que se turnaban entre socialistas y el Fidesz.
El punto crítico llegaría en tiempos de Ferenc Gyurcsány, primer ministro socialista entre 2004 y 2009. Malas políticas económicas que llevaron a una recesión de 6,4%, la siempre perenne corrupción y una grabación donde Gyurcsány admitía que su gobierno había mentido sobre la situación económica del país, significaron una crisis de la izquierda húngara que Fidesz capitalizó en las siguientes elecciones.
Desde 2010, nuevamente se halla Orbán al mando (reelegido en 2014 y 2018), quien hoy pelea votos no con los socialistas, sino con la extrema derecha, institucionalizada en el partido Jobbik, la segunda mayor fuerza política de la nación magiar.
Orbán se presenta como el defensor de la nación cristiana de Hungría, pintando una imagen muy distinta a la del ferviente ateo de su juventud.
“A Orbán le gusta verse a sí mismo como un revolucionario, alguien que siempre está contra las tendencias dominantes. Cuando lo dominante era el socialismo de estado con apoyo de la URSS, era un liberal anticomunista. Cuando la atmósfera giró en favor de los liberales, él se volvió nacionalista”, señala Péter Krekó, analista político húngaro.
“Autocracia suave”, es como algunos expertos llaman al gobierno de Orbán. Contar con mayoría en el congreso le ha permitido cambiar la constitución para reducir el número de parlamentarios y limitar las facultades del Tribunal Constitucional, lo que, según críticos, le ha posibilitado aumentar su poder y, a la vez, minimizar el accionar de sus rivales, incluida la prensa independiente.
Orbán y su gobierno defienden el matrimonio tradicional, llaman a las parejas húngaras a tener más hijos (y ofrecen dinero si lo hacen) y hacen vista gorda de grupos violentos anti-LGBT. Tampoco se han mostrado abiertamente críticos de las posturas racistas de su principal competencia, el Jobbik.
En pocos años, las medidas de Orbán se reflejaron en una caída del país en casi todos los índices. Hungría se halla entre los países europeos con mayor percepción de corrupción, menor libertad de prensa y libertad humana.
En 2015, en uno de sus periodos de menor aprobación ciudadana, Orbán sacó lo que hoy es su principal caballo de batalla: los migrantes.
Bajo la retórica nacionalista del primer ministro, los migrantes son vistos como invasores de valores incompatibles con la Hungría cristiana. "Para nosotros, la migración no es una solución, sino un problema... no es un medicamento, sino un veneno, no lo necesitamos y no lo vamos a tragar", señaló en 2016.
Parte de la última campaña de Fidesz. El mensaje es universalmente claro. Fuente: Euronews
Hungría ha sido el país que más activamente ha dificultado el paso de migrantes. Famosa es ya la barrera instalada en la frontera con Serbia que Orbán mandó a construir porque la Unión Europea era “demasiado lenta para reaccionar”.
Mediante los medios de comunicación públicos, que siguen una línea editorial dictada por el gobierno, se ha propagado el mensaje de forma exitosa. En una encuesta europea de 2016, el 76% de los húngaros creía que los refugiados aumentaban las posibilidades de ataques terroristas en su país, y el 82% que los refugiados son una carga porque ocupan los puestos de trabajos y los beneficios sociales. La encuesta también arrojó que para los húngaros el país donde se nace y el compartir tradiciones, son componentes determinantes de la identidad, lo que explicaría su reticencia a pensar en Hungría como un país multicultural.
Solo un vistazo a las estadísticas desmiente completamente la imagen de “invasión” que Orbán se empeña en comunicar. Hungría ha permitido la estadía de apenas 0,01% de todas las peticiones de refugio que ha recibido, sumando así solo 3.555 refugiados hoy en día. Su población extranjera es también exigua, apenas 59.200 personas, sobre todo comparada con la diáspora húngara, calculada en sobre medio millón (con pasaporte, por etnia se estiman sobre 5 millones).
Explotando el sentimiento patriota de los húngaros y aprovechando un tímido crecimiento económico, Orbán ha logrado efectivamente volver a ganar apoyo popular y, a la vez, distraer a la población de los varios casos de corrupción en los que estaría involucrado.
El último chivo expiatorio de Fidesz, es el antes mencionado George Soros, cuya fundación, por cierto, financió la educación en Oxford del joven Orbán. La campaña tiene tintes de teoría conspirativa. El primer ministro acusa al filántropo y a sus fundaciones de inmiscuirse en asuntos de gobierno con el fin de cambiar la política migratoria europea, y permitir la entrada de millones de “invasores musulmanes”. “Los esfuerzos de la red de Soros por influir en la vida europea deberían ser expuestos”, comentó el primer ministro en 2017.
“99% rechaza la migración ilegal. No permitamos que Soros tenga la última palabra”. Fuente: VOA
La campaña de desacreditación se extiende también a personas que trabajan en fundaciones de Soros. Hace pocos meses, un medio pro-gobierno publicó una “lista negra” con 200 periodistas, activistas y académicos cercanos al filántropo.
El paquete de medidas conocido como Stop Soros para contrarrestar su influencia, incluye obligar a las ONGs que lidian con migrantes a informar sobre sus actividades, cobrar como impuesto el 25% de los dineros que reciban del extranjero, prohibir a sus miembros acercarse a las fronteras del país e incluso encarcelar a aquellos que sean vistos ayudando a migrantes en situación irregular.
La legislación europea aún no sabe cómo reaccionar. La Comisión de Venecia, órgano consultativo del Consejo Europeo, pidió a Hungría aplazar el ingreso de las leyes para realizar un estudio sobre su legalidad. El gobierno magiar se negó, por lo que el veredicto de la Comisión todavía es desconocido.
En gran parte de Europa, partidos de extrema derecha son contrarrestados por fuerzas más centralizadas. Es el caso de Le Pen (extrema derecha) y Macron (centro) en Francia, Gauland (extrema derecha) y Merkel (centro) en Alemania, y Salvini (extrema derecha) y Renzi (centroizquierda) en Italia. El problema de Hungría es que su eje se halla movido tan hacia la derecha, que la respuesta contra Orbán es la extrema-derecha del partido Jobbik.
Activistas húngaros sostienen que aún no surge una alternativa clara y organizada que capitalice el descontento con Fidesz. En las últimas elecciones fue evidente: la coalición del partido socialista con el partido verde, apenas cosechó un 11,9% de los votos.
Pese a la última victoria de Orbán, muchos húngaros resienten el camino por el que los ha llevado y abogan por una mayor cercanía con la Unión Europea. Por ahora nadie ha capitalizado este descontento. Fuente: Reuters
Por ahora Orbán se halla cómodo con su discurso, el que ha sido tomado como modelo por muchos otros movimientos conservadores, sobre todo en Europa del este. Los gobiernos de Polonia, República Checa y Eslovaquia, han adquirido retóricas contras migrantes muy similares. Justamente, los cuatro gobiernos se unieron en enero en una crítica contra los mandatos, a juicio de ellos, intrusivos de la Unión Europea.
Los próximos años de Orbán estarán, seguramente, marcados por más polémica, más condenas provenientes de otros miembros de la UE y más leyes que favorezcan su estatus quo. La experiencia de Gran Bretaña post-brexit podría servir de camino para un hombre que se halla más cómodo entre sus vecinos ex-comunistas, que siguiendo los dictámenes de la “lejana” Bruselas.