Durante mi época de estudiante universitaria, fui ayudante en varios ramos de mi carrera. Siempre buscaba los ramos que eran más de corrección que de realizar clases a los alumnos, porque cuando me tocaba hacerlas, sufría un montón. Me daba pánico que en cualquier momento se dieran cuenta que, en verdad, no tenía idea de lo que estaba haciendo, de que era un fraude. Aunque no lo fuera.
Así me ha pasado en distintos momentos de mi vida; sentir que estoy engañando a los demás con habilidades que en realidad no son tan increíbles. Y me sentía sola en este sentimiento. O eso fue hasta que leí una anécdota que contó uno de mis escritores favoritos, Neil Gaiman (espero que lo conozcan por libros como Neverwhere, American Gods o Coraline, si no, partieron a googlearlo). ¿Con qué me encontré?
Hace unos años, Neil Gaiman fue invitado a una reunión de personas destacadas, donde se encontró con artistas, científicos, escritores y descubridores. Él no entendía por qué estaba en este lugar rodeado de gente increíble. No se sentía digno ni merecedor de compartir con ellos. Al segundo o tercer día de la reunión, Gaiman comenzó una conversación con un hombre mayor, muy amable y agradable. Ese hombre era Neil Armstrong, el primer hombre en pisar la Luna. Armstrong señaló a toda la gente que estaba en la sala y dijo: “Solo miro a estas personas y pienso, ¿qué diablos estoy haciendo aquí? Han hecho cosas increíbles. Yo simplemente fui donde me enviaron”. A lo que Gaiman respondió: “Sí, pero fuiste el primer hombre en la Luna. Creo que eso cuenta para algo”
Gaiman no podía salir de su impresión al darse cuenta de que tanto él como Armstrong estaban sintiendo lo mismo, y eso lo hizo sentir un poco mejor, “porque si Neil Armstrong se sentía como un impostor, tal vez todos lo hicieran”.
Y a mí también me hizo sentir mejor que alguien tan creativo como Neil Gaiman, o tan históricamente importante como Neil Armstrong, sintieran que sus méritos no son suficientemente buenos, que compartimos un sentir. Y eso queridos amigos, es lo que se conoce como síndrome del impostor.
La expresión “fenómeno del impostor” fue usada por primera vez en el año 1978, cuando las doctoras Pauline R. Clance y Suzanne A. Imes, se encontraban realizando un estudio a 150 mujeres exitosas. Luego de hacer una serie de entrevistas, se dieron cuenta que todas ellas contaban con éxito laboral y reconocimiento de sus pares, pero a pesar de esto, seguían subvalorando sus habilidades y sus logros. Así describieron este fenómeno como una experiencia individual de falsedad intelectual.
En estudios posteriores, se dieron cuenta que este síndrome era más bien un fenómeno, es decir una experiencia, por lo que no se podía catalogar de desorden mental, y que no era discriminador. ¿A qué me refiero? A que puede afectar a todos, aunque se ha visto que las mujeres y los grupos minoritarios, son más propensos a sufrirlo.
La psicóloga clínica Jaruwan Sakulku, señaló en su artículo The Impostor Phenomenon (2011), que se estima que un 70% de las personas lo experimentan por lo menos una vez en sus vidas, es decir, si están en un lugar con diez personas, por lo menos siete podrían compartir los momentos en que se han sentido impostores.
Pero esto no es suficiente, claro que no. Además de identificar este fenómeno, se han logrado señalar algunas variantes. Valerie Young, experta en el tema, se basó en la investigación inicial de Clance e Imes y luego de años de estudios, descubrió tipos de competencias que permiten identificar malos hábitos o patrones que afectan negativamente y desencadenan el fenómeno.
Dentro de estos subgrupos podemos encontrar:
En una charla que realizó para TEDNYC Idea Search 2017, Valerie Young comentó que lo más importante que debía hacer una persona que se siente como impostor, es reconocer que las personas que no se sienten impostores (los no-impostores) no son más inteligentes o capaces que ellos. La única diferencia entre ambos grupos es que piensan distinto. Entonces, según Young, debemos reformular nuestros pensamientos hacia una forma de “no-impostor”, es decir, aceptando que no es posible ser excelente o sobresalir en todo. De esta manera, se logran cambiar nuestros sentimientos (también planteó los diez pasos para lograrlo).
¿Fácil? No. Pero no porque sea complejo vamos a dejar de intentarlo. Y como sé que somos muchos los que estamos aquí luchando con esto (yo lo hago mientras escribo este artículo), les dejaré algunos tips para poder superar día a día este fenómeno del impostor:
Sin importar la profesión, oficio u ocupación que tengas —doctor, escritor, actor, periodista, padre o madre- muchos dudamos de nuestras habilidades, e incluso las menospreciamos. Pero lo importante no es ser descubiertos como los charlatanes que nos sentimos, si no darse cuenta de que esa vida de impostor puede convertirse en un momento impostor y, eventualmente, desaparecer.