¿Te gusta el stand-up comedy? A mí sí, así que voy a partir este artículo citando, simplemente porque puedo, a Bill Burr y su hilarante especial I’m sorry you feel that way (2014), que está en Netflix.
“Es una de las cosas tristes de la vida: envejecer te pasa por encima. Lo siento pasarme por encima. Tengo 46 años, ni siquiera tengo hijos, pero ya no puedo estar al día. Hace un tiempo se acercaba un show en una universidad y dije ‘tengo que descubrir en qué están interesados estos chicos’. Yo tenía 24 años para cuando nacieron los de último año. Supuse que estaban escuchando esta música de DJ, o alguna mierda así. Vi algo de eso, uno o dos referentes, porque no quería ser uno de esos cómicos viejos que llegan hablando de cosas como ‘hey, ¿qué es esto de Monica Lewinsky, eh? ¿No es una locura? ¡Es Y2K! ¿Va a funcionar mi stylus, acaso?’ Así que puse esta mierda, y duré 90 segundos, ¡90 segundos! Tenía la mente abierta, ‘¡vamos, escuchémoslo…!’ Y 90 segundos después estaba como un viejo gritando ‘¡Ahhh, ¡Esto no es música! Cuando era niño te vestías como mujer y cantabas sobre el diablo. ¡Eso era música! Y tenías una balada en cada álbum, que empezaba en blanco y negro y cuando comenzaba el solo de guitarra, cambiaba a color. ¡Eso era música!’”
¿Te has visto en esa situación? En YouTube es un comentario recurrente: esta sí que es música, no como esa música trap que escuchan los niños de hoy.
La sensación generalizada entre los adultos, es que la música de hoy es de menor calidad que la de antes: que las canciones son malas y que los intérpretes tienen menos talento que los de antaño. Pero, ¿será así realmente? Analicemos la situación parte por parte, y veamos qué nos dice la evidencia tangible.
Pero te advierto: al final de este artículo te sentirás viejo, muy viejo, así que trae tu bastón y tu tubito de Corega a mano… Puede que los vayas a necesitar.
A lo largo de la historia, el arte se ha visto enfrentado a este debate en repetidas ocasiones: una visión más clásica, que da gran importancia a la calidad técnica de la ejecución, versus una visión más democratizante, que se enfoca en la expresión y el fondo del mensaje. Hiperrealismo versus impresionismo, música clásica versus punk, la poesía de Neruda versus la antipoesía de Nicanor.
Pensemos en esto en relación a la música. ¿Has escuchado trap? Sí, esa horrible música chabacana en la que los “cantantes” usan autotune y, en lugar de instrumentos, sacan pistas de máquinas electrónicas que suenan como Atari.
Y… sí, es cierto que durante casi toda la historia, la “buena” música ha sido sinónimo de calidad técnica. Piensa en Stevie Wonder, en Michael Jackson, en Eric Clapton, en Cecilia La Incomparable, en Carlos Gardel… Puros talentos excepcionales, forjados tras años de estudio, en una época en la que no había forma de corregir digitalmente una mala interpretación.
No es menos cierto, sin embargo, que la perfección técnica ya no es tan importante como lo fue alguna vez. Vivimos en una época en la que los fans ya no se sorprenden con el virtuosismo y optan por buscar otras cosas. Quieren que sus artistas sean cercanos y humanos, poder verlos imperfectos en redes sociales y empatizar con ellos. El ídolo musical de antaño, ese semidiós intocable y perfecto, cada vez aplica menos.
A esto se suman las posibilidades creativas que abre la tecnología. Ante el derrumbe de las barreras físicas, donde cantar mal ya no es tan relevante, el talento más importante ya no es el virtuosismo, sino el contenido que se busca transmitir.
Pensemos en artistas como Gianluca o Princesa Alba, ambos grandes exponentes del trap chileno. Objetivamente hablando, cantan mal y su música es básica. Pero decir que son derechamente malos, sería caer en una falsedad simplista. Tras su “pobreza” musical, hay una propuesta sólida que aúna elementos visuales, sonoros y de contenido. Han elegido deliberadamente una estética chabacana para transmitir su mensaje, y les ha funcionado.
La tecnología, más que una forma de suplir la falta de talento, es un vehículo para canalizar ideas que antes habrían sido imposibles de materializar. Y estas ideas, precisamente, son el talento que más importa para ellos y para sus fans.
Por otra parte, aún bajo una postura clásica, es erróneo creer que el talento ya no existe. Al contrario: existe por montones. Con el acceso masivo a instrumentos musicales y con la proliferación de recursos digitales para estudiar música de forma autodidacta, el desarrollo de talentos musicales está en un nivel inédito para cualquier época de la historia.
Pero probablemente no lo ves, porque para ti la música terminó cuando Jon Bon Jovi se cortó el pelo.
Un estudio estadístico realizado por Seth Stephens-Davidowitz para The New York Times, arrojó que, según datos extraídos de Spotify, el momento más significativo para la adultez en el desarrollo de gustos musicales, ocurre alrededor de los 13 o 14 años de edad. Al tratarse de una etapa clave para la construcción de nuestra identidad individual, es natural la tendencia a que sea este el momento en el que se consolidan los gustos musicales que nos acompañarán durante nuestra vida adulta.
Como menciona el músico y docente Adam Neely en su canal de YouTube: “tus gustos musicales como adulto no están gobernados por cualidades objetivas de la música en sí misma, sino por tu información biográfica: quién eres, dónde naciste y, lo más interesante, cuándo en tu vida escuchaste la música que hoy amas”.
Esto se suma a un concepto clave en las ciencias sociales, que fue desarrollado por el sociólogo francés Pierre Bourdieu, que es el habitus.
A lo largo de su larga carrera, Bourdieu estudió las conductas de los individuos de acuerdo a varios tipos de capitales, además del económico. Así, la posición del individuo en la sociedad no solo se explica por cuán rico o pobre es, sino por elementos más cualitativos como el capital social (redes de contactos) y el capital cultural (nivel educativo y conocimientos de arte, literatura, música, etc.). En este contexto, y explicándolo de forma muy simple (cosa que el maldito de Bourdieu nunca fue capaz de hacer porque le encantaba escribir en complicado, TE ODIO PIERRE BOURDIEU), el habitus es el marco de comportamientos esperables según la posición social del individuo.
Y bien, ¿cómo aplica esto a la música? Pues, digámoslo de la siguiente forma: hay una gran tendencia a que tu género, tu clase social, tu nivel educativo y tu posición general en la sociedad, conduzcan tus gustos musicales. No es un determinismo absoluto, por supuesto, pero es una tendencia muy relevante.
De ahí que haya música “para cuicos” y música “para flaites”, música “para mujeres” y música “para hombres”, y un sinnúmero de otras categorías que obedecen más a características demográficas de la audiencia que a las canciones mismas.
Por otra parte, la resistencia de la gente adulta a las nuevas tendencias musicales, no es algo nuevo.
“Consideraría sacrílego decir algo menos que son horribles. Son tan increíblemente horribles, tan poco musicales, tan dogmáticamente insensibles a la magia del arte, que califican como líderes coronados de la antimúsica […]”.
Lo anterior es una crítica que el periodista William F. Buckley Jr. hizo para el Boston Globeen 1964, refiriéndose a la visita de The Beatles a Estados Unidos. Ya te imaginarás cuál es mi punto…
Todo tiempo pasado fue mejor, dirán los nostálgicos. En nuestros tiempos las cosas eran diferentes a ahora, los cabros de ahora no entienden nada, y muchas otras frases son las que, entre el lamento y la soberbia, utilizan algunos para idealizar el pasado por sobre el presente. Pero, ¿es tan así?
Como explicó el seco de Francisco Lastra en este artículo, los humanos tenemos la tendencia innata a recordar más las experiencias positivas que las negativas. Es un mecanismo de supervivencia que nos hace suprimir los malos recuerdos, a la vez que preservamos los buenos.
Este fenómeno se suma a otro, conocido como reminiscence bump o bache de reminiscencia, que consiste en que nuestro cerebro codifica más y más significativos recuerdos entre los 10 y los 30 años. De ahí que las memorias que tenemos en la adolescencia y la adultez temprana, sean más vívidas y relevantes para nuestra noción de quiénes somos y cómo nos definimos.
¿Y cómo aplica esto a la música? Pues, digámoslo de la siguiente forma: te quejas de que la música de hoy es mala, pero te olvidas de que en tu época existieron Stereo 3, Lulu Jam y Glup! No me vengas con vacas robadas.
¿Hay música mala hoy en día? Pues sí.
¿Hay música buena hoy en día? Definitivamente, sí.
Que las trancas generacionales no te quiten la apertura de mente. Te puede gustar o no algo, pero no olvides que la forma en que juzgas lo que se escucha hoy tiene más que ver con cómo eres tú, que con cómo es la música en sí misma. No te predispongas a que todo lo nuevo es malo, porque te perderás de cosas increíbles que están pasando hoy en día.
Y, por supuesto, no dejes nunca de descubrir nueva música. Hay demasiado que escuchar y la vida se nos hace corta para escuchar todo, pero vamos que conviene intentarlo aunque sea.