"Hay que estar muy cuerdo para cruzar el umbral de la consulta de un psicólogo por primera vez", dice Javier Cid, columnista de El Mundo. ¿Cuántas veces hemos escuchado que la terapia es para los locos? Como si fuera un acto de extrema debilidad, pero no de inteligencia e, incluso, de valentía.
Hay que tener coraje para cruzar esa puerta y relatar a un completo desconocido los desmanes más atolondrados de nuestra psiquis. Es un sano acto de apertura que da inicio a una relación como ninguna, pagada sí, pero donde se crea un ambiente de seguridad y confianza que puede conducirnos a disfrutar de un montón de beneficios.
Hay momentos tormentosos que nos llevan como último recurso hasta el diván pero, como señala el psicólogo y filósofo Ryan Howes, no deberíamos esperarlos para tomar la decisión. Ir al psicólogo debiese ser como ir al gimnasio, una práctica que nos mantiene saludables, no necesariamente una cura cuando la enfermedad mental ya se ha desatado. Simplemente una forma de adquirir habilidades que nos ayuden a desarrollar nuestro máximo potencial en la vida (si es que realmente existe un tope para esto).
Pero si no te convences, hemos buceado en columnas y artículos escritos por profesionales, buscando razones de peso para ir a terapia, aunque sea una vez en la vida. Lógicamente no son las únicas, pero sí las que nos han hecho más sentido.
"Hacer terapia es un encuentro, no con el terapeuta, no con el psicólogo, sino con uno, y no estamos acostumbrados a darnos cita con nosotros mismos", dice el psicólogo argentino Alejandro Schujman en una excelente columna para Clarín. Y es cierto, asusta encontrarnos con nosotros mismos, con nuestra historia de dolores o con aquel aspecto o momento de nuestra vida que, hasta ahora, hemos evitado mirar a la cara.
La terapia nos da el lujo de pensar en nosotros durante una hora, conduciéndonos de manera inevitable a aprender más sobre quiénes somos. ¿Y por qué esto es importante? Porque, con la ayuda del profesional, vamos haciendo conexiones entre partes que pensábamos aisladas en nuestra personalidad, orientándonos y entendiendo las razones tras nuestras acciones.
Y si nos conocemos mejor, obviamente tomaremos mejores decisiones. Las respuestas a las preguntas de la vida siempre están dentro de nosotros —como explica la psicóloga Lori Gottlieb, autora de Maybe you should talk to someone—, el problema es que nos cuesta encontrarlas. El terapeuta precisamente nos guía a poder hacerlo.
Muchos pacientes, después de relatar su problema, le piden al profesional que les diga qué hacer. Pero ellos no están para eso, sino para darnos las herramientas que nos ayuden a mirarnos claramente para así saber qué es lo que realmente queremos.
Todos tenemos pautas de comportamiento que nos ayudan a no plantar cara a los aspectos desagradables o molestos de la vida. Algo a lo que también se le llama "mecanismos de defensa". Aprendemos a vivir de manera relativamente cómoda con esas piedras en el zapato, nos acostumbramos a ellas sin hacer consciente cómo realmente nos molestan.
Desarmar los mecanismos de defensa es una de las tareas de los psicólogos, haciendo un trabajo de equipo con sus pacientes y ayudándolos a entrar en esos terrenos escabrosos.
Una prioridad en la vida de cualquiera, debiese ser ser feliz, pues los 80 y tantos años que tendremos parados sobre este mundo (si tenemos suerte), son nuestra única chance. Sin embargo, muchos se posponen, dejándose en el último lugar de una larga lista de deberes y tareas con los otros.
No necesariamente se trata de personas deprimidas, sino de cualquiera de nosotros que no se da el tiempo necesario para quererse y mimarse un poquito. La terapia nos ayuda a subir nuestra autoestima y elevar nuestro ranking en esa lista de prioridades.
No necesitamos ser un fiasco de madre para decidir, por fin, ir al psicólogo. Podemos cumplir bien nuestro rol y estar satisfechas con él, pero teniendo la intención siempre de mejorar y crecer. Lo importante es sentirnos conectados de la mejor manera con cada una de esas personas con las que forjamos relaciones vitales en la vida.
Por ejemplo, que nuestra relación de pareja no sea solo funcional, sino también divertida; que no repitamos negativos patrones de nuestra crianza en la de nuestros hijos; o que si no estamos contentos en la pega, busquemos activamente ese trabajo que realmente nos hará sentir plenos.
Puede que el rencor no sea una condición diagnosticable, pero tiene graves consecuencias físicas, emocionales y relacionales, dice Ryan Howes. Esa falta de perdón, por más grande que haya sido el desastre que alguien causó en nuestras vidas, solo nos afecta a nosotros, pues el que perpetuó el daño se encuentra, posiblemente, ya a galaxias de distancia.
A través de la terapia, el psicólogo puede ayudarnos a encontrar ese espacio de perdón que tanto bien nos va a hacer.
Las creencias que todos tenemos son, básicamente, interpretaciones de la realidad, pero de ninguna forma hechos constatados, como explica el psicólogo y coaching español, Jonathan García-Allen. A partir de ellas, damos forma a nuestro modelo de mundo, lo simplificamos para hacerlo entendible, algo que obviamente resulta distinto para cada ser humano. El problema surge cuando esas creencias, en vez de darnos una mano, lo enredan todo:
"Algunas creencias son desadaptativas o limitantes y es necesario corregirlas, pues estas no son innatas, las vamos adquiriendo a lo largo de nuestra vida. Por ello, el psicólogo puede ayudarte a identificarlas, analizarlas, ponerlas a prueba y modificarlas", manifiesta.
"Le pedí a una paciente que escribiera todo lo que se dijo a sí misma en el transcurso de unos días y luego me lo devolviera, y se sintió avergonzada de leerlo. Dijo: '¡Dios mío! ¡No sabía que hablaba conmigo misma así! ¡Soy una matona!'", cuenta Lori Gottlieb.
Tratarse mal a uno mismo, decirse cosas hirientes y dañinas, no debiese ocurrir. Por más errores que hayamos cometido, tenemos que ser amables con nosotros mismos y tratarnos con cariño. Un terapeuta nos enseña a, en vez de autoflagelarnos, preguntarnos, "¿qué puedo aprender de esta experiencia y cómo puedo tomarla con responsabilidad sin golpearme?".
Y con esto no solo nos referimos a la muerte (que es una de las más dolorosas y evidentes), sino a todo tipo de pérdidas: de un trabajo, sueño, proyecto, relación, creencia, etc. Lori Gottlieb dice que hay un mito extendido en nuestra sociedad respecto a las "etapas del duelo", es decir, que todos debiésemos llegar a un punto de aceptación y cierre. Pero no es así.
La tristeza está integrada en el tejido de nuestras vidas y olvidar es algo virtualmente imposible. El objetivo no es deshacerse del dolor, sino aprender a vivir con la pérdida: "reconocerla y no sumergirse en ella, integrarla en la alegría y otras cosas de su vida. Eso es lo más útil", agrega.
No hay duda de que existen muchos medicamentos que, recetados por un médico, pueden ayudar a muchos a superar condiciones psiquiátricas. Sin embargo, las investigaciones demuestran que, en estos casos, la terapia tiene efectos a mayor plazo que las drogas.
Mientras la medicación reduce los síntomas de algunas afecciones mentales, la terapia enseña a los pacientes habilidades que los ayudarán a abordar esas señales por cuenta propia. Lo mejor de todo es que esas herramientas permanecen hasta años después de acabada la terapia, por lo que los síntomas también irán alejándose cada vez más.
Si creías que la terapia era "pura conversa", estás equivocado. Resulta que las técnicas de neuroimagen han demostrado que es capaz de producir cambios neuroplásticos en nuestro cerebro, es decir, transformaciones que van más allá de lo que la genética nos impone, porque responden a experiencias ambientales y demandas fisiológicas.
¡Y saber esto es maravilloso! Porque nos damos cuenta que los beneficios de la terapia no son solo aparentes, sino que realmente hay modificaciones en el funcionamiento del cerebro que tienen consecuencias visibles en la mejoría de los pacientes.