Es un hecho que los métodos modernos de agricultura y producción de alimentos están dañando y contaminando el planeta. La Organización de Agricultura y Alimentos (FAO) presentó hace un año un estudio estimando que en los últimos 50 años los niveles de emisión de gases de efecto invernadero producidos por la actividad agrícola, forestal y pesquera, han aumentado al doble, pudiendo subir otro 30% para el 2015. Esto, tanto por efecto de la producción misma, como por la deforestación asociada, desgaste de suelos e incendios.
La tierra está perdiendo sus nutrientes naturales, los campos se están deteriorando y los alimentos saludables están caros y escasos. Mantener este sistema de cultivo se hace cada vez más complejo, afectando tanto al productor como al consumidor.
A raíz de este complicado escenario, aparece la permacultura como una posible solución. La permacultura es una disciplina de agricultura ecológica, la cual promueve métodos sustentables y regenerativos para cultivos y plantaciones.
A diferencia del sistema de agricultura tradicional, en permacultura, el principal objetivo es construir y generar una mayor capa vegetal en el suelo, manteniéndolo fértil de manera natural y permanente. No sólo se obtiene una cosecha para el hombre sino también se beneficia el ecosistema.
Ahora bien, a pesar de las dificultades de aplicar la permacultura en campos industriales, es posible crear estrategias paralelas a los métodos tradicionales.
Es así como varias ciudades de América, Europa y Asia han incorporado principios de permacultura en el diseño de sus parques y plazas, convirtiendo sitios eriazos en verdaderos bosques de comida. Sin importar las condiciones del terreno, sería posible transformar un "peladero" en un sistema de producción de alimentos sustentable.
Un ejemplo de este cambio se podrá apreciar en la ciudad de Seattle, EEUU, donde se ha aprobado el diseño de un bosque comestible. El más grande del país. El proyecto lleva por nombre Beacon Food Forest y se trata de la rehabilitación de 3 hectáreas de parque en el barrio de Beacon Hill.
Un bosque comestible es un agroecosistema, el cual se auto-regula y se auto-mantiene, generando un máximo de alimentos con un mínimo de mantención. El diseño de estos bosques se basa en la interrelación de varias capas, así los grandes árboles protegen del sol a los arbustos pequeños, los que a su vez atraen aves e insectos que protegen de pestes y plagas a las plantas menores, las que finalmente se encargan de entregar los nutrientes que el ecosistema necesita.
Cuando las ciudades integran estos tipos de proyectos, no sólo generan un espacio verde en el plano urbano, sino también se promueve la educación, se crean trabajos, se alimenta a los más necesitados y se regenera el ecosistema. La comunidad no solo se abastece de comida saludable sino también genera micro negocios, incentivando la economía local y estando en contacto con la naturaleza.
Ejemplos como este son relativamente fáciles de replicar. Hay varios países donde el diseño e implementación de dichos parques son financiados con recursos estatales y privados. Es de esperar que el bosque comestible de Seattle se convierta en un buen ejemplo. De hecho en San Francisco, California se aprobó hace unos meses una ley donde los dueños de sitios eriazos pagarían menos impuestos si sus terrenos son transformados en huertas.
La permacultura, los huertos urbanos y los bosques comestibles asoman como una buena alternativa a las prácticas de monocultivo actuales. El beneficio es transversal y apoya tanto a la comunidad como al medio ambiente. Se generan vínculos profundos, reales y duraderos.
Lo importante ahora es poder difundir este tipo de prácticas para luego poder implementarlas. Esperemos que más medios se sumen al movimiento y entre todos podamos construir una ciudad verdaderamente ecológica.