Están movidas las cosas en el espacio. A las novedades de la sonda New Horizons de la Nasa, que nos regaló unas muy buenas tomas de Plutón la semana pasada, se suma un anuncio hecho este lunes por nada menos que Stephen Hawking.
El científico inglés, junto al millonario ruso Yuri Milner, lanzaron un programa llamado Breakthrough Initiatives (Iniciativas innovadoras) que destinará 100 millones de dólares (cerca de 65.000 millones de pesos) a la búsqueda de vida inteligente extraterrestre durante la próxima década.
El dinero se usará, en parte, para tener acceso a dos de los radiotelescopios más poderosos del mundo, uno ubicado en Virginia Occidental, Estados Unidos, y otro en Nueva Gales del Sur, Australia. Esto permitirá al programa cubrir 10 veces más "terreno" que iniciativas anteriores, con tecnología hasta 50 veces más sensible.
Las promesas del programas a nivel de cobertura y su respaldo tanto científico (Hawking) como económico (Milner), han hecho renacer una inquietud totalmente válida y seria, que por décadas se ha visto contaminada con la desinformación de demasiados "documentales" sobre civilizaciones extraterrestres, abducciones y objetos voladores.
Nadie puede negar que lo paranormal es un buen tema de conversación luego de cierta hora, sobre todo si se acompaña con unas cervezas, pero, en honor a Hawking, pongámonos serios, apaguemos la tele por un rato y veamos lo que de verdad, según la comunidad científica, se ha descubierto sobre inteligencia extraterrestre.
Ni encontrar una aguja en un pajar luego de subirse al Tagadá es una comparación que le haga justicia a la complicada búsqueda de inteligencia fuera de nuestras fronteras.
Bien lo saben las personas que por años han sido parte de proyectos SETI (acrónimo en inglés para "Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre"), una búsqueda que comenzó en 1960 con el Proyecto Ozma, llevado a cabo por el astrónomo Frank Drake, y que se ha visto limitada por la vastedad del universo y las capacidades de nuestra tecnología, como también por presupuestos que, o se agotan rápidamente o son retirados sin previo aviso.
Por lo general, los proyectos SETI han sido financiados por el gobierno estadounidense y, en ocasiones, por filántropos como Steven Spielberg, y privilegian un método de búsqueda: la captura y recolección de información de frecuencias de radio en otras partes del universo.
Siendo más específicos, lo que buscan los radiotelescopios usados para este tipo de proyectos son ondas radiales en frecuencias de alrededor de 1420 Mhz que, según el consenso científico, sería la escogida por civilizaciones inteligentes porque se transmiten a través de átomos de hidrógeno neutro, el elemento más abundante en el universo, siendo ideales para observaciones astronómicas (por lo mismo su uso está prohibido en la Tierra).
La fe en este medio, que algunos comparan con un gran oído apuntado hacia los lugares más recónditos del universo, comenzó con el primer proyecto SETI de Drake y se ha extendido al último, anunciado este lunes. Pero hablamos de científicos, y obviamente detrás hay más que solo ilusiones.
La verdad es que se sigue prefiriendo este método porque mediante éste se ha capturado la única posible evidencia de vida extraterrestre, una señal que lleva 38 años sin poder ser explicada.
En la noche del 15 de agosto de 1977, el astrónomo Jerry Ehman cumplía un turno en el radiotelescopio Big Ear (Gran Oído) de la Universidad Estatal de Ohio.
Su trabajo consistía en estar pendiente de los códigos alfanuméricos que imprimía una vieja computadora IBM 1130, cuyo software él mismo había escrito, en rollos de papel que parecían infinitos. Los códigos, sin sentido a primera vista, describían la intensidad de las señales capturadas por el radiotelescopio.
Es un trabajo que la mayoría encontraría tedioso, pero no sería tan aventurado sugerir que el astrónomo se sentía en su salsa. Hacía ya diez años que había sido contratado por John Kraus, ingeniero, astrónomo, y también diseñador del radiotelescopio, por lo que las instalaciones le eran seguramente tan familiares como el dormitorio de su hogar o las aulas de la vecina universidad donde realizaba clases.
Eran pasadas las 10 de la noche, y Ehman, uno se imagina, disfrutaba de su quinta taza de café, cuando una línea del rollo que salía de la vieja IBM le llamó la atención. Estaba compuesta por cuatro letras y dos números: 6EQUJ5. Rápidamente Ehman leyó el código y se dio cuenta que se trataba de una señal no solo inusualmente intensa, sino la más intensa que había visto en su vida.
Tan sorprendido quedó, que con un lápiz rojo marcó en el papel rápidamente la secuencia y agregó, sin pensarlo dos veces, una onomatopeya que quedaría en la historia:
Nos imaginamos que la traducción a la chilena sería un poco más... ¿vulgar?
Solo 72 segundos duró la secuencia registrada por el radiotelescopio, pero fue suficiente para dejar al mundo científico rascándose la cabeza por las últimas casi cuatro décadas, aun mucho después de que el observatorio fuese convertido en una cancha de golf (en el '98).
Ehman, un riguroso hombre de ciencia, no se dejó llevar por otros colegas más sensacionalistas y declaró décadas después sus dudas: "Aunque se tratase de seres inteligentes enviando una señal, lo harían mucho más de una vez. Debimos haberla detectado de nuevo cuando la buscamos 50 veces", dejando claro que no creía que se tratara de una evidencia de vida inteligente extraterrestre.
Pero tanto sus teorías sobre un posible origen terrestre como las de otros no han sido capaces de convencer a la comunidad científica. "Es muy posiblemente uno de los misterios sin resolver más emocionantes que tenemos", llega a decir Brian Dunning, fundador de Skeptoid, una corporación sin fines de lucro que analiza fenómenos populares.
Hay varios ingredientes que aliñan el misterio. La frecuencia de la señal es prácticamente la misma que la antes mencionada de 1420 Mhz, un rango protegido, por lo que la fuente no pudo haber sido terrestre, ni tampoco pudo haber sido emitida por aviones o vehículos espaciales porque la señal provino de un punto estático en el cielo. Tampoco hubo planetas o asteroides conocidos que pudieron haber desviado la señal hacia la Tierra. La guinda de la torta es que la señal, cuyo origen fue ubicado en la constelación de Sagitario, no se ha vuelto a detectar.
Una posible pifia del computador también puede ser descartado en base a comentarios de Robert Dixon, ex director adjunto del observatorio, quien comentaba hace algunas décadas que "el software era sofisticado y tenía muchos controles internos para falsas alarmas y fallas del equipo".
No les vamos a mentir. Que no haya una explicación de un origen terrestre no significa que exista inteligencia extraterrestre, pero sí es una puerta abierta, la única a decir verdad, que ha motivado por décadas a continuar la búsqueda. Quién sabe, podría ser el proyecto de Hawking el que finalmente logre dar con eso que sorprendió tanto a Ehman.