El periodista indio Jitu Kalita, se encontraba explorando las orillas del Brahmaputra, uno de los ríos más extensos del continente asiático, y el escenario ideal para saciar su hambre de fotógrafo aficionado. Pese a ubicarse en una zona de todo menos desértica, la tierra que pisaba Kalita no le hacía justicia a la belleza que podía observar a lo lejos. Las orillas que tocan el río se han ido progresivamente erosionando y quedando yermas y sin vida por culpa de las cada vez más frecuentes inundaciones. Culpa del calentamiento global, dicen.
Una de las zonas más perjudicadas por el fenómeno ha sido Majuli, la isla fluvial más grande del mundo, rica en biodiversidad, que descansa rodeada por el Brahmaputra. Cada año, entre 3 a 5 kilómetros cuadrados son erosionados por inundaciones, resultando en una pérdida de terreno cultivable que afecta gravemente el sustento principal de los habitantes de la isla, la agricultura, como también el hogar de un sin fin de animales, muchos acosados en otros lados por cazadores furtivos. El pronóstico es poco esperanzador. Un estudio de 2014 estimaba que en 15 a 20 años Majuli desaparecerá completamente.
El periodista observaba a través del lente de su cámara al enfermo terminal, cuando vio algo que pensó en un primer momento se trataba de un espejismo. Un bloque de verdor en el horizonte.
"Empecé a caminar hacía allí, y cuando llegué, no podía creer lo que veían mis ojos. Había encontrado un bosque en medio de una vasta extensión de tierra estéril", recuerda Kalita.
Luego de salir del bosque, aún maravillado por la experiencia, vio a un solitario hombre en la distancia. Se acercó con el objetivo de preguntarle por el origen del bosque, pero aquel hombre se mostró inesperadamente agitado, haciendo gestos para que se fuera. Existen dos explicaciones distintas de lo que buscaba este hombre al ahuyentar al periodista.
La primera dice que fue porque pensaba que Kalita era un cazador furtivo. La segunda argumenta que un búfalo salvaje se había refugiado recientemente en el bosque, y estaba preocupado de que atacará a visitantes inesperados, por lo que actuó buscando la seguridad del periodista.
Sea cual sea la verdadera explicación, Kalita pudo tranquilizar al hombre, y preguntarle qué hacía allí. "Me explicó que estaba plantando árboles y que llevaba haciéndolo desde los años '70", recuerda, "me dijo que su nombre era Jadav Payeng".
Lo que Jitu Kalita encontró en 2009 era nada menos que el trabajo de toda la vida de Payeng, 550 hectáreas plantadas por su mano (el Central Park de Nueva York comprende 340, en comparación).
Su rol no es el de un patrón dueño de la tierra, que la usa para su beneficio, sino más bien el de un padre que se alegra de los avances autónomos que da su creación. En India así lo reconocen, llamando al lugar Bosque Molai, un guiño al apodo de Payeng, que deriva del término indonesio mulai, "comenzar".
Se podría decir que fue un padre promiscuo. En 1979, con apenas 16 años, Payeng como muchos otros miembros de su tribu, los Mishing, comenzó a trabajar en un proyecto de reforestación encargado por el distrito local.
Pese a su juventud, Payeng ya conocía los efectos que estaban teniendo las cada vez más constantes crecidas del río. Recuerda haber visto cientos de serpientes aparecer muertas en las orillas, como también notaba la ausencia de bandadas de aves migratorias que antes solían aparecer con frecuencia. "Me di cuenta cómo la naturaleza y el ecosistema siguen siendo dañados", dice al escarbar en su memoria aquellos momentos.
El proyecto de reforestación duraría cinco años, pero al tercero, sorpresivamente, se abandonó. Mientras los trabajadores forestales veían el final de su tarea y la necesidad de buscar otros trabajos, Payeng sintió que el suyo estaba recién comenzando.
Sin ayuda, y armado solo con semillas y herramientas rudimentarias, comenzó un proyecto tanto personal como colaborativo. Él plantaba y cuidaba el bosque, y la madre naturaleza hacía su parte, proveyendo los nutrientes y las condiciones climáticas necesarias para su crecimiento.
Aún luego de casarse y tener tres hijos, continuó realizando una labor que si bien no era reconocida por el mundo civilizado, sí era celebrado por lo que de verdad le importa a Payeng: el ecosistema. El bosque se convirtió en el lugar de refugio de tigres, elefantes, rinocerontes, aves, conejos y ciervos, muchos de los cuales huían de cazadores furtivos que pululaban en sus zonas de origen.
Su alegría no siempre fue compartida por otros. Los elefantes, por ejemplo, en su paso destruyeron parte de los cultivos de pobladores cercanos, quienes amenazaron con destruir el bosque. Por suerte, mediante mediación del gobierno, se solucionó el conflicto pacíficamente. Pese a que los mismos elefantes fueron responsables de destruir su antiguo hogar en 2008, Payeng estuvo contento de poder brindarles un hábitat. "Si el hombre no cuida a los animales ¿Quién lo hará?", dijo en una entrevista con la revista Sanctuary Asia.
Gracias al periodista, la historia de Payeng se hizo conocida en el mundo, siendo contada y recontada en documentales y artículos en todo el globo. El reconocimiento llegó tarde, pero llegó, aunque no necesariamente de la forma en que el guardabosques esperaba.
En junio de este año, Payeng recibió el Padma Shri, uno de los premios para civiles más importantes de la India. Es la última de varias distinciones que ha recibido el guardabosques desde el descubrimiento de su labor. Pese a ello, Kalita, hoy amigo íntimo de Payeng y quien narra su historia en el documental Forest Man, comenta que Molai no las recibe de buena gana.
"Creo que se siente frustrado recibiendo premios (...) Payeng tiene muchas ideas brillantes sobre cómo salvar Majuli, pero hasta la fecha nadie las ha adoptado", comenta.
Con 15 a 20 años de vida restante para la isla, es una carrera contra el tiempo, y el guardabosques es, casi con toda seguridad, la única persona en el mundo capaz detener la erosión de Majuli. En sus décadas sembrando y cuidando el bosque, Payeng sabe exactamente qué funciona y qué no en sus tierras.
" Las termitas y las hormigas son muy buenas para mejorar la fertilidad de la tierra. Se hacen paso a través de la dura superficie rocosa, haciendo la tierra porosa y fácil de arar", señala.
En el documental, publicado el año pasado, también comenta con ímpetu una idea que podría no solo contrarrestar la erosión de la zona, sino también servir para potencial económicamente la región: los cocoteros.
"Si desarrollas la industria del coco, será muy beneficioso. Los cocoteros se mantienen siempre rectos y ayudan a prevenir la erosión si son plantados con suficiente densidad. Así que son buenos para proteger el suelo, para impulsar la economía y para luchar contra el cambio climático".
Payeng asegura que tomaría solo cinco años ver resultados en la zona de Majuli y siete en otras partes, y que recurrirá al Ministro de Agricultura de la India para hacerlo posible. Hasta el momento, no ha habido suerte.
Mientras tanto, él sigue en su rol paternal, sembrando, cuidando y, cuando es necesario, peleando por su bosque, con la esperanza de que algún día ocupe nuevamente todo el territorio de la isla. "Seguiré plantando hasta mi último aliento", dice.