Se acabó la espera. Hoy se supo que el Nobel no fue para Philip Roth, ni para Milan Kundera, ni para Haruki Murakami (el Leo DiCaprio del Nobel L). El premio entregado por la Academia Sueca se lo llevó una mujer, (la número 14 en la historia) periodista (la primera de todas) y bielorrusa de 67 años, que figuraba dentro de las favoritas de los lectores pero que aquí en Chile poco se conoce porque sólo uno de sus libros ha sido traducido al español: Voces de Chernóbil.
Según las palabras del propio Alfred Nobel, el premio debe entregarse anualmente “a quien haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal”. Este 2015, y tras un análisis de más de 700 cartas emitidas por académicos, organizaciones y críticos literarios; quien cumplió con los requisitos y quien sorprendió al mundo entero con sus escritos, fue Svetlana Alexiecih. La primera periodista en recibir el galardón, demostrando que los buenos reportajes también pueden ser literatura. Conozcamos un poco de ella, su historia y sus obras.
Svetlana, hija de un militar soviético de origen bielorruso y de madre ucraniana, nació en Ucrania en 1948. Cuando su padre se retiró del Ejército, la familia se estableció en Bielorrusia y allí ella estudió periodismo en la Universidad de Minsk, egresando en 1972.
Luego trabajó como profesora de historia y de lengua alemana, y posteriormente decidió dedicarse a su verdadera pasión: los reportajes, trabajando en distintos medios de comunicación de su país como editora. En este tiempo fue cuando descubrió la necesidad de documentar las terribles historias ocurridas durante la Unión Soviética, de las que poco se sabía por eternas censuras y amenazas políticas.
Si bien en el 2007 ya hubo un acercamiento de periodista a los Nobel con el polaco Ryszard Kapuscinski (autor de Ébano), éste no se concretó ya que falleció ese mismo año antes de poder optar a llevarse la medalla. Pero de todas formas hace un tiempo que el periodismo en su formato de reportaje ha sido tomado en cuenta por la Academia como literatura.
Sara Danius, la vocera de la Academia Sueca que anunció el premio a las 11:00 GMT, y dijo que "Ha sido más de medio siglo desde la última vez que un escritor de no ficción gana el Nobel y Alexievich es la primera periodista en ganar el premio". Señaló además que “es una gran escritora que encontró nuevos caminos literarios… Durante los 30 o 40 últimos años dedicó su tiempo a la cartografía del individuo soviético y postsoviético. Pero no es una historia de los acontecimientos. Es una historia de las emociones, una historia del alma”.
¿Qué diferencia y destaca a Alexievich del resto de los periodistas de reportaje?, que es considerada una verdadera arqueóloga de las historias, ya que todos sus libros cuentan con cientos de entrevistas a protagonistas y testigos de los acontecimientos más traumáticos que han marcado a los soviéticos de la antigua URSS, como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Afganistán, la catástrofe de Chernóbil y la Perestroika. Alexievich, respecto a su pasión por el periodismo cuenta en su página web que "he escogido un género donde las voces humanas hablan por sí mismas".
Estudiosa, pulcra, crítica, detallista y polémica. La autora se ha caracterizado por documentar de manera muy crítica a las autoridades y gobiernos rusos, en especial a Vladimir Putin a quien acusa de llevar a su país al Medievo con su “culto a la fuerza”. También critica al actual presidente bielorruso Alexandr Lukashenko.
Por esto se ha ganado muchos enemigos en la escena política. De hecho, su primera novela La guerra no tiene rostro de mujer que cuestiona clichés sobre el heroísmo soviético, y cuenta más de 100 historias de mujeres que pelearon contra alemanes nazis; fue prohibida su publicación y sólo pudo salir de la imprenta dos años más tarde (en 1985) gracias a la perestroika. Vendió más de 2 millones de ejemplares.
Su especialidad es dejar fluir las voces como monólogos en los que se cuentan las más crudas vivencias del hombre soviético y postsoviético, moviéndose siempre en el terreno del drama y de la muerte.
En 1989 publicó Tsinkovye Málchiki (Los chicos de cinc) sobre la experiencia de la guerra en Afganistán. Para escribirlo pasó tres años recorriendo el país entrevistando a madres de soldados que murieron en batalla.
En 1993, publicó Zacharovannye Smertiu (Cautivados por la muerte) que cuenta las historias de los suicidios de quienes no habían podido sobrevivir al fin de la idea socialista.
En 1997, publicó la catástrofe de la central nuclear de Chernóbil en Voces de Chernóbil, el único que ha sido publicado en español por Editorial Siglo XXI y por Penguin Random House, que relata las historias privadas de las víctimas de la tragedia nuclear. El libro recoge información recopilada durante diez años tras haber entrevistado a más de quinientas personas que fueron testigos de la catástrofe, entre los que se encuentran cuerpos de bomberos, políticos, psicólogos, físicos y civiles. A través de sus relatos se exploran las vidas diarias de los ciudadanos afectados por la explosión nuclear.
El año pasado lanzó El tiempo de segunda mano. El final del hombre rojo, en el que la autora se propone "escuchar honestamente a todos los participantes del drama socialista", como afirma el prólogo. En este nuevo libro, indaga con angustia y sufrimiento sobre el fin de una cultura, una civilización, unos mitos y unas esperanzas.
Sus libros han sido publicados en 19 países. Además ha escrito tres obras teatrales y guiones para 21 películas documentales. Alexievich había ganado los premios PEN de Suecia y el prestigioso Ryszard Kapuściński de Polonia, entre otros. Ahora se lleva el mayor reconocimiento de todos, el Premio Nobel de Literatura (cerca de 950.000 dólares), el que le entregará el rey Carlos XVI Gustavo de Suecia en Estocolmo, el próximo 10 de diciembre, día de la muerte de Alfred Nobel.
"Lograr este premio es algo grande. Es algo del todo inesperado y casi una sensación inquietante. Pienso en los grandes autores rusos como Boris Pasternak", dijo la autora luego de enterarse del premio a la televisión pública sueca, agregando además que “esto significa que ya no les resultará tan fácil a los poderosos en Bielorrusia y Rusia rechazarme con un gesto con la mano".