La guerra civil siria está entrando en su sexto año existencia, sin una solución clara para un conflicto que se ha llevado la vida de más 250 mil personas y que ha significado el desplazamiento forzoso de 7 millones de ellas. El pasado 11 de diciembre, la oposición siria se reunió en Riad, capital de Arabia Saudita, para discutir una postura común hacia el régimen de Bachar-Al Asad. En las conversaciones se acordó formar un equipo para negociar con el gobierno y se fijaron las líneas maestras para esas eventuales conversaciones.
Este acuerdo para poner término al prolongado conflicto es el más numeroso en cantidad de organizaciones opositoras adoptado hasta el momento, (que no incluyó a agrupaciones fundamentalistas islámicas, como El Estado Islamico o El Frente Al Nusra ni a las fuerzas Kurdas). En el pacto se puso como condición que en un futuro gobierno de transición no hay espacio para Asad ni para los mandos militares y dirigentes de su régimen. Como plan para una Siria sin Asad, se fijó un compromiso para mantener la unidad territorial del país, con un estado civil , y con un sistema político democrático plural, sin discriminación de religión, sexo o raza.
A pesar de estos avances, aún no existe en la oposición un plan detallado y específico de cómo alcanzar la paz y la reconciliación nacional, ni tampoco una propuesta para el futuro político e institucional del país en una era post Asad, más allá de las buenas intenciones de instaurar la democracia y el pluralismo.
Sin embargo, existen ejemplos en los últimos 30 años en El Salvador, Bosnia-Herzegovina y El Líbano, en donde largos y sangrientos enfrentamientos armados con países enormemente divididos, lograron poner fin a sus conflictos, mediante acuerdos de paz que buscaron ser también soluciones políticas, creando nuevas institucionalidades, que le dieran sustento al término de la guerra.
En 1992, El Salvador puso fin a 12 años de guerra civil entre la guerrilla marxista Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) y las FF.AA., conflicto que dejó más de 70 mil muertos.
Los Acuerdos de Paz fueron posibles porque, al igual que la oposición siria, la guerrilla salvadoreña reconoció que no tenía la fuerza suficiente para tumbar la dictadura, produciendo que la meta del FMLN cambiará desde el derrocamiento del gobierno, hacia la transformación del país en un Estado democrático.
En el pacto se acordó, entre otras cosas, que los dirigentes del FMLN y sus integrantes tendrían pleno ejercicio de sus derechos civiles y políticos, mediante su incorporación a la vida civil, política e institucional del país, legalizando al FMLN como un partido político (partido que, de hecho, ocupa la Presidencia en El Salvador desde 2009).
Los acuerdos además modificaron los principios doctrinarios del Ejército, estableciendo que sería una institución permanente al servicio de la nación “obediente, profesional, apolítica y no deliberante”. Se creó una nueva policía, en la que se incluyó a los desmovilizados del FMLN y a los antiguos agentes de la Policía Nacional. Al mismo tiempo se acordó la creación de una comisión para la depuración de los oficiales implicados en violaciones a los DD.HH.
El caso salvadoreño es similar al sirio, en la medida que también había un enfrentamiento entre un gobierno fuertemente militarizado contra una insurgencia armada intransigente, que tenía como objetivo central el derrocamiento del gobierno y en donde las FF.AA. estaban fuertemente politizadas.
En 1995, en Dayton, EE.UU., se firmó el tratado de paz que pondría término a 3 años de guerra civil de Bosnia, que produjo más de 100 mil muertos y 1,8 millones de desplazados. Dicho conflicto entre bosnios musulmanes, bosnios serbios y bosnio croatas estalló tras la declaración de independencia de Bosnia-Herzegovina de Yugoslavia en 1992.
Tras la declaración, el nuevo gobierno independiente ordenó al ejército yugoslavo que se retirara de Bosnia. Sin embargo, estos decidieron quedarse, decisión que se fundamentó en el nacionalismo de serbobosnios como Radovan Radovan Karadzic y serbios como Slobodan Milošević; ambos buscaban que todos los serbios diseminados por los distintos territorios que componían Yugoslavia, vivieran bajo una “Gran Serbia”. Esta guerra, al igual que la de Siria, se caracterizó por tener bandos definidos por las líneas étnicas y afiliaciones religiosas; en el caso bosnio: serbios, croatas y musulmanes; en el caso sirio: sunitas, chiitas y kurdos, cada uno luchando por defender sus propios intereses.
Bosnia y Herzegovina siempre fue un territorio diverso, en su capital Sarajevo (sede de los JJ.OO. de invierno de 1984) se pueden apreciar mezquitas, iglesias ortodoxas, sinagogas e iglesias católicas. En el país, antes de la guerra, convivían pacíficamente bosnios musulmanes, serbios-ortodoxos y bosnios-croatas católicos, los cuales según el censo de 1991, se dividían demográficamente en 43.7%, 31.3% y 17.3% respectivamente.
Los acuerdos firmados en EE.UU, acordaron que Bosnia se separaría en dos partes prácticamente iguales: la República Srpska (premio al que logre pronunciarla bien) de mayoría serbo-bosnia, y la Federación de Bosnia y Herzegovina, de población bosnio-musulmán y bosnio-croata. En esta suerte de confederación, las dos entidades cuentan con su propia bandera e himno y retienen casi todas las competencias para gobernar, cada una tiene su propio parlamento y elige un primer ministro, tiene su propio tribunal.
A nivel país, todas las decisiones requieren un consenso de los tres grupos étnicos mayoritarios (bosnio-musulmanes, bosnio-serbios y bosnio-croatas), los cuales se reparten la gran mayoría de los cargos públicos según cuotas étnicas. En el país existen 3 presidentes, cada uno elegido por votación popular por su respectivo grupo, los cuales se rotan la presidencia de la nación cada 8 meses en un periodo de 4 años.
En 1975, las tensiones religiosas y políticas, que se llevaban arrastrando por varias décadas, estallan en el Líbano, produciendo una guerra de 15 años que dejaría un saldo de entre 120 mil a 150 mil muertos y cerca de un millón de desplazados. Este conflicto, al igual que la guerra de su país vecino Siria, se caracterizó por un gran nivel de participación de países ajenos, apoyando a diferentes bandos e, incluso, algunos interviniendo militarmente en el país.
En 1978, ante los ataques de los milicianos palestinos del sur del Líbano a su territorio, Israel decidió lanzar una ofensiva y ocupó el sur del país junto a las milicias cristianas de La Falange, presencia que sólo terminaría el año 2000. Siria, preocupado por el avance de Israel, invade en 1981 el norte del país, ocupando en 1976 el Líbano como parte de las fuerzas de paz árabes, las cuales se retiraron del país en 1983, aunque la presencia militar siria se mantuvo en zonas del norte y oeste del país hasta 2005. EE.UU. por su parte también intervino en el país, al tratar de establecer una fuerza internacional de paz, la cuale estuvo presente en el Líbano desde 1982 a 1984 ,año en que el presidente Ronald Reagan decide retirarlas, tras un atentado contra sus cuarteles en 1983, el que costó la vida a 240 de sus soldados. .
Otra similitud con el conflicto actual sirio es que los múltiples bandos estaban dispersos, con intereses diferentes y apoyos extranjeros diversos, destacando: La Falange, grupo cristiano de derecha que contaba con el apoyo de Israel; el Movimiento Nacional del Líbano, guerrilla de izquierda con apoyo de Siria; la Organización para la Liberación Palestina (OLP) el cual había buscado en el Líbano refugio frente a la persecución de Israel (había una gran población de palestinos desplazados en el Líbano en esa época y en la actualidad); el Movimiento de Unificación Islámico grupo sunita; Hezbollah, movimiento político militar chiita que contaba con el apoyo de Irán.
A pesar de las múltiples intervención y la presencia de diversos bandos en conflicto, en 1989 se logra firmar el tratado de paz de Taif (nombre de la ciudad en Arabia Saudita en donde se firmó), el cual restructuró el sistema político del Líbano, transfiriendo ciertas cuotas de poder de la comunidad cristiana maronita, la cual había tenido un status privilegiado en el país durante el dominio colonial francés, hacia la mayoría musulmana. Bajo la nueva institucionalidad, establecida con el pacto, el Presidente debe ser ser un cristiano maronita, el Primer Ministro debe ser un musulmán suní y el Portavoz de la Cámara debe ser un musulmán chií. El acuerdo establece además, una redistribución de los escaños, igualando el número de representantes cristianos y musulmanes. Así, el parlamento debe estar formado de la siguiente forma: 64 a los cristianos, 27 a los sunitas, 27 a los chiitas, 8 y el 10 restante a otros grupos.
El pasado 19 de diciembre el Consejo de Seguridad de la ONU apoyó el acuerdo alcanzado por la oposición siria en Riad y fijó una hoja de ruta para alcanzar la paz en Siria. La resolución fija en enero próximo, el inicio de un proceso de diálogo, auspiciado por Naciones Unidas, entre el Gobierno de Bachar el Asad y la oposición, que llevaría a un hipotético alto al fuego y, en un plazo de 18 meses, a la celebración de elecciones. Sin embargo, aún no existe un plan detallado sobre el futuro institucional de Siria, aunque existe el consenso de que se debe mantener la estructura actual del Estado.
Los ejemplos presentados en este artículo fueron una manera de ejemplificar que, aunque la guerra civil en Siria es muy compleja, existen en el tiempo reciente precedentes de solución de largos y sangrientos conflictos militares, mediante acuerdos políticos entre las partes, auspiciados por la comunidad internacional.
Sin duda alguna que el caso sirio tiene sus propias particularidades, que quizás lo hacen más difícil de resolver que los casos presentados. En esta guerra no existen bandos claramente definidos, puesto que la oposición está muy disgregada, existiendo más de mil grupos armados enfrentando al gobierno, cada uno con su propia ideología e intereses, sin coordinación entre sí y sin un plan común para el país. Por otro lado, la presencia en ese país de grupos fundamentalistas islamicos como el Estado Islámico (EI) y el Frente Al Nusra, imposibilitan la paz total, en la medida que esos grupos no están interesados en una solución del conflicto, sino que en su propia expansión territorial e ideológica.
Hay que admitir también que ninguno de los ejemplos recientemente mostrados son casos perfectos de paz: en cada uno de esos países existen precarios equilibrios políticos, sociales y étnicos que hacen que los acuerdo a ratos se vean en la cuerda floja.
En el Salvador actual, la violencia de las pandillas ha reemplazado la que producía la guerrilla o las FF.AA., teniendo una de las tasas más altas de homicidios en el mundo, con 91 muertos por cada 100 mil personas.
En Bosnia-Herzegovina, la paz que se vive es delicada, dependiente del precario equilibrio entre los distintos grupos étnicos y la permanente vigilancia de la Unión Europea y la OTAN. En la actualidad, en el país, los distintos grupos étnicos viven separados y con muy poco contacto entre ellos, algo lamentable para un territorio que en algún momento se destacó por su convivencia multiétnica. El sistema de distribución de poderes entre los tres grandes grupos demográficos del país (musulmanes, croatas y serbios) ha excluido al resto de las minorías del país, como los gitanos, italianos, albaneses, húngaros, turcos, griegos, etc. de poder postular a la presidencia o al parlamento, lo que ha traído diversas objeciones por parte de agrupaciones de DD.HH.
El Líbano, por su parte, ha sufrido desde la firma de los acuerdos de paz, numerosos episodios de violencia, como el asesinato del ex presidente Rafiq Hariri en 2005 y el atentado del pasado 15 de noviembre, el peor en 25 años, a manos del Estado Islámico (EI), el cual mató 41 personas y dejó más de 200 heridos. Por otro lado, la guerra de Siria amenaza con expandirse hacia el Líbano, mediante atentados como el perpetrado por el EI y la participación de grupos armados libaneses como Hezbollah, el cual está luchando en el bando de Bachar Al Asad. A su vez, el enorme flujo de refugiados de siria, que ya supera el millón (un número muy significativo para un país de 4 millones de personas), amenaza con romper el equilibrio demográfico del país, pilar fundamental de los acuerdos de Tarif.
A pesar de todo, si algo nos enseña la historia, es que aunque la paz nunca es perfecta y constantemente puede haber una nueva fuente de conflicto y división, siempre existen alternativas a la guerra. Los hombres han demostrado que aunque tarda, son capaces de llegar a acuerdos políticos para acabar con los conflictos armados.
En este sentido, la historia no debe ser entendida como algo que nos sirve para no repetir nuestros errores, sino que por el contrario, para reiterar nuestros aciertos.