La semana pasada fuimos testigos de cómo un grupo de manifestantes asaltaron el parlamento iraquí, mientras Estados Unidos vuelve a poner en la mira aquel milenario territorio que se encuentra entre el río Tigris y el Éufrates para liberar Mosul (la capital del norte de Irak) de las fuerzas de ISIS. En diciembre de este año se cumplen diez años desde la muerte del líder político iraquí, Sadam Husein y nos preguntamos, ¿en qué se encuentra Irak tras la invasión de Estados Unidos y el derrocamiento del régimen?Lamentablemente, la inestabilidad política y social sigue siendo la protagonista en las calles, los líderes que se han instalado tras la retirada de Estados Unidos aún no han sido capaces de organizar a un país desmembrado por distintos grupos y corrientes religiosas, y la amenaza del Estado Islámico controlando parte del territorio norte del país, hace la situación aún más riesgosa.
Para entender el estallido de las protestas actuales y la vulnerabilidad de un régimen que se ha caracterizado en su historia reciente por ser un polvorín del Medio Oriente, debemos ir paso a paso, ¿qué sucedió con Irak tras la muerte de Husein?
Para comprender a grandes rasgos el escenario actual de Irak, siempre es necesario acudir a las raíces del problema, un conflicto étnico religioso muy anterior a la invasión estadounidense de 2003.
El principal problema radica en lo que sucedió después de la Primera Guerra Mundial, cuando Francia y el Reino Unido dividieron la zona a su gusto, con fronteras acomodadas a sus intereses coloniales, sin considerar las identidades étnicas y religiosas de una zona con una historia milenaria. Fue así que los dos grupos étnicos predominantes, los árabes y los kurdos, y quienes pertenecían a las dos corrientes religiosas principales, chiitas y sunitas, quedaron viviendo todos bajo la misma ley, en un mismo estado unificado. Estos dos últimos grupos, chiitas y sunitas, arrastran una historia de enfrentamientos en todo el Medio Oriente y sus diferencias son irreconciliables en variados temas, por lo que la decisión de las potencias occidentales, los dejó bajo una extremadamente delicada convivencia forzosa.
Ahora bien, las estadísticas indican que alrededor de la mitad de la población de Irak es chiita, mientras la minoría, más o menos el 40%, corresponde a los sunitas. Sin embargo, el gobierno de Husein (1979-2003) edificó su apoyo en la minoría sunita, con el reespaldo del partido nacionalista Baaz, mientras los chiitas y los kurdos fueron activamente reprimidos en un regímen dictatorial. En el marco de su gobierno, tuvo lugar la guerra con Irán y también la segunda Guerra del Golfo, donde el país se enfrentó a varias potencias occidentales lideradas por Estados Unidos, que apoyaba a Kuwait frente a la invasión iraquí.
Fue en 2003 cuando Estados Unidos acusó a Irak de tener arsenal químico y de poseer vínculos con Al Qaeda tras el atentado de las Torres Gemelas en 2001 (hechos que no han sido aún probados), entonces decidió invadir y poner fin a la dictadura de Husein, llevar la democracia y aportar un modelo que fuera ejemplo de nación para el resto del Medio Oriente. Todos vimos en directo cómo la estatua de doce metros de Husein era derrumbada, transformándose en una de las imágenes más emblemáticas de la llamada tercera Guerra del Golfo Pérsico.
Imagen: reddit. |
Estados Unidos desarticuló el régimen autoritario y organizó un Consejo de Gobierno Iraquí, reuniendo a todos los grupos étnico religiosos y procurando trabajar por la reconstrucción democrática del país. No obstante, las pretensiones de Estados Unidos de construir una democracia moderna y poner fin a las operaciones militares, estaban lejos de cumplirse: sus acciones desataron fuerzas incontrolables que, hasta el día de hoy, mantienen a Irak como un foco de conflicto, donde la violencia está a la orden del día.
El año 2006, el mismo en que Sadam Husein fue ejecutado en Bagdad, se organizó en Irak el primer gobierno permanente, tras la legitimización de un parlamento electo y una constitución. Si bien todas las minorías del país participaron en las elecciones, quien resultó electo fue un chiita, es decir, un miembro de la mayoría, llamado Jawad al Maliki.
Aunque temporalmente reinó la calma y la anhelada democracia parecía, brevemente, poner punto final a las diferencias en que el país hundía sus raíces, solamente se trató de un paréntesis en una larga y compleja historia de conflictos. En las calles continuaban habiendo movimientos insurgentes, entre ellos, el Ejército de al-Mahdi, liderando por el clérigo chiita Muqtada al-Sadr. Estos últimos activarían nuevamente los conflictos entre sunitas y chiitas con resultados dramáticos que siguen aún dejando secuelas.
En este período, las intervenciones militares estadounidenses fueron constantes y sólo se retiraron el año 2011, cuando el ejército iraquí comenzó a hacerse cargo de la situación en las calles. Esto puso fin a una cruenta guerra que duró casi nueve años y que se llevó la vida de miles de ciudadanos civiles iraquíes y soldados estadounidenses.
Pese a las intervenciones extranjeras y a los intentos democratizadores de los mismos iraquíes, el país continúa estando en una situación de inestabilidad que resulta caótica, ningún conflicto de fondo ha logrado resolverse y, es más, el recuento de víctimas que dejan los atentados diarios, es alarmante: al día de hoy (4 de mayo de 2016), el número de muertes civiles documentadas tras la invasión a Irak en 2003 deja una cuota de entre 157 mil y 176 mil víctimas (el día de ayer fueron documentadas 8 muertes, antes de ayer 62… y sigue contando). El tema es que la repartición del poder continúa no satisfaciendo a las minorías, lo que se traduce en inestabilidad social. Por otra parte, el gobierno parece no ser capaz de contener esta fragmentación, respondiendo con ineficiencia y corrupción, sobre todo en lo tocante a la implicación de altos cargos de gobierno en redes corruptas del sector petrolero.
Maliki fue sucedido en su cargo por Haider al-Abadi, también un chiita y miembro del Partido Islámico Dawa, quien ha debido enfrentar no sólo estos escándalos de corrupción, sino otro de los principales problemas por los que hoy pasa el país: el control del Estado Islámico de practicamente la totalidad de los valles del Tigris y el Eúfrates, desde Bagdad y hacia el norte.
El gran tema es Mosul, la capital del norte de Irak, que desde el 10 de junio de 2014 se encuentra en manos del ISIS (Estado Islámico de Irak y el Levante, en sus siglas en ingles. Esto ha desencadenado la presencia aérea de Estados Unidos en la zona, extendiendo su poderío a Siria, nación que también se encuentra bajo los yihadistas. Por otra parte, la estrategia actual del grupo terrorista ISIS es la guerra de guerrillas, lo que hace aún más impredescibles sus ataques y mantiene a la zona en vilo. Sin embargo, hay quienes actualmente consideran que el poderío del Estado Islámico, al menos en el territorio iraquí, va en decadencia; ISIS está siendo inoperativo a nivel militar, viéndose asediado por múltiples frentes y en una inminente crisis de liderazgo.
La economía del país es precaria, los precios del petróleo han caído y la inestabilidad no hace más que continuar mermando los ingresos del gobierno. Esta situación ha llegado a tal punto, que inclusive parte de la población se está viendo afectada por la falta de acceso al agua corriente, la luz o el aire acondicionado. Pese a las reformas, Abadi aún no es capaz de controlar esta situación de desabastecimiento y descontento general. Su principal intento ha sido el de acabar con las cuotas dentro del gobierno y abogar por colocar en los cargos importantes a tecnócratas capacitados, pero esto no ha gustado a las minorías que no se han visto representadas.
La consecuencia de todo esto han sido manifestaciones como la que vimos la semana pasada en el parlamento, cuando los seguidores del clérigo chiita Muqtada al-Sadrse lo tomaron en protesta por la parálisis gubernamental. Irrumpieron en la zona más protegida de Bagdad, la Zona Verde, en donde se ubican los edificios de gobierno y se manifestaron de manera pacífica, aunque alarmando a las autoridades y a los medios internacionales. “El gobierno caerá”, declaró Sadr por televisión, extendiendo un ultimatum a Abadi en el que señaló estar esperando “un gran levantamiento popular y la gran revolución para frenar a los corruptos”.
Este tipo de declaraciones incendiarias ponen nuevamente a Irak en la mira, ¿cuán posible es que se vuelva a desatar el conflicto y la lucha armada entre las minorías? La corrupción de las autoridades no hace más que avivar el fuego del descontento popular y Al-Sadr puede ser un conductor de esa energía mediante una retórica crítica con el gobierno. El gran problema de que un escenario así se desate, es el aprovechamiento de la inestabilidad política y social por parte del Estado Islámico, quienes podrían recobrar fuerzas y, de paso, ganar adeptos y territorios.
Por otra parte, es posible que Al-Sadr sea visto sólo como un populista y la confianza retorne a Abadi, quien podría dirigir sus esfuerzos hacia la reconstrucción. Sin embargo, Maliki también desafía al gobierno, lo que divide a las fuerzas que están a la cabeza del país y frena las reformas.
Un tercer escenario es el que viene proponiendo Estados Unidos, la partición de Irak entre los grupos disidentes. El proyecto ha sido llamado “la solución de Mendelsonhn”, por quien redactó un artículo en detalle, en donde se sostiene que la solución a la crisis actual de Siria e Irak es la creación de un “estado sunita independiente”, además de separar al resto de “las partes en conflicto”. Se trata de redefinir las fronteras utilizando esta vez criterios etno religiosos. Así por fin los kurdos obtendrían su anhelada independencia y sunitas y chiitas se ocuparían de organizar cada uno sus propias naciones.
Cualquiera sea el escenario que prevalezca en los próximos años, la democracia y el cese de la violencia parecen hasta ahora un horizonte demasiado lejano. La presencia de ISIS tensiona cualquiera de la posibilidades y una partición que deje a todos satisfechos con sus correspondientes territorios, también conllevaría conflictos. Todo indica que los puentes del Tigris y del Eúfrates deberán aún ver pasar mucha agua –y tanques– antes de llegar a una solución que guste a todos.