Todo el rollo de los alimentos transgénicos es bastante polémico en general. Ha provocado diversas manifestaciones en su contra en varias partes del mundo por sus posibles efectos dañinos para el ser humano y el medioambiente; mientras que quienes están a favor, aluden a que no hay evidencia científica suficiente como para tener una postura de ese tipo y que serían necesarios para mejorar la productividad de las plantaciones y así alimentar a la creciente población mundial.
En esta discusión, tanto opositores como impulsores de este tipo de alimentos, utilizan toda clase de argumentos, que pueden ir desde la pseudociencia y argumentos casi místicos; hasta la ciencia dura, pero habitualmente teñida por intereses económicos que ponen en duda la neutralidad de sus hallazgos. Así, es difícil saber a quién creerle.
En medio de todo eso, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos dio a conocer un estudio llamado Genetically Engineered Crops: Experiences and Prospects (Cultivos genéticamente modificados: experiencias y expectativas en español), uno de los más extensos que se han realizado hasta ahora sobre esta materia.
El trabajo fue realizado por un comité de la academia especialmente dedicado a esto, al que se le entregó la tarea de examinar la evidencia sobre los potenciales efectos negativos y los posibles beneficios de los cultivos genéticamente modificados (transgénicos), principalmente a partir de la evidencia que existe al respecto.
Y el artículo parte reconociendo que algunas personas son escépticas en cuanto a las investigaciones que se han realizado anteriormente sobre estos alimentos. Lo anterior, ya que existe la preocupación que dichos estudios hayan sido conducidos o realizados bajo la influencia de las industrias que se benefician de estos productos.
Por lo mismo, aseguran que se preocuparon de revisar las afiliaciones de los autores principales de las investigaciones revisadas, además de sus fuentes de financiamiento si es que era posible, para evitar cualquier duda respecto a su independencia.
En cuanto a los estudios que revisaron, aseguran que sólo consideraron aquellos que generaron consenso en la academia científica respecto a las metodologías de trabajo (es decir, no cualquier cosa). En ese sentido, señalan que el comité “consideró todas las posturas creíbles en torno al tema, incluso si no coincidían con la visión final del estudio”.
También aseguran que las fuentes no fueron elegidas con la intención de asegurar un determinado resultado. De hecho, comentan que escucharon las presentaciones de 80 personas de diversas especialidades con distintas perspectivas sobre los transgénicos, para una mayor pluralidad en la investigación. Incluso recibieron más de 700 comentarios y documentos de distintas asociaciones que hicieron alusión a sus preocupaciones específicas sobre este tema. Todo esto, además de una gran cantidad de artículos académicos.
Después de todo ese trabajo, son cuatro las principales conclusiones que lograron recabar sobre los transgénicos:
A partir de una revisión detallada de las comparaciones entre los componentes de los alimentos transgénicos y no transgénicos, una serie de testeos de toxicidad en animales, datos de largo plazo sobre ganado alimentado con transgénicos e información epidemiológica, el comité concluyó que “no hay diferencias que puedan implicar un mayor riesgo para la salud humana por parte de los alimentos transgénicos, por sobre aquellos que no lo son”.
Eso sí, la entidad resalta que hace esa aseveración con mucho cuidado, considerando también que cada nuevo alimento que salga al mercado (transgénico o no), podría tener efectos favorables o adversos que se pueden pasar por alto si no son cuidadosamente revisados.
Sobre esto, el estudio sostiene que es urgente llevar adelante investigaciones con financiamiento público para tener enfoque a nivel molecular de los productos genéticamente modificados que puedan aparecer en el futuro y evitar efectos negativos en la salud de las personas.
En general, el comité no encontró evidencia concluyente como para determinar una causalidad en las relaciones entre cultivos transgénicos y problemas medioambientales. Eso sí, destacan que la complejidad de determinar posibles cambios ambientales en el largo plazo, dificultó la posibilidad de llegar a conclusiones definitivas.
Para decirlo en términos penales: no hay suficiente evidencia para hacer una condena a los transgénicos, pero no quiere decir que sean necesariamente inocentes.
Un ejemplo de esto, es el caso de la disminución en la población de las mariposas monarcas durante el invierno en Estados Unidos. Según algunos análisis, la disminución del algodoncillo (una especie de maleza que se ve afectada por los herbicidas de los transgénicos), no ha demostrado ser un factor que explique el problema que afecta a esos insectos. De todos modos, sostienen que no hay un consenso definitivo sobre si el uso del herbicida glifosato no tiene absolutamente nada que ver con este fenómeno.
El estudio arrojó que en muchos lugares se determinó que algunas malezas desarrollaron una resistencia a los herbicidas con los que fueron diseñados los transgénicos. Sobre esto, el comité recomienda realizar más investigaciones para determinar mejores formas de atacar el problema.
Y lo mismo pasó con algunas pestes.Es decir, los insectos que afectan directamente a los cultivos han ido desarrollando una mayor resistencia a los pesticidas (algo similar lo que nos pasa a los humanos y las bacterias que nos atacan cuando los antibióticos no son administrados correctamente).
Una de las principales razones que originaron a la industria de los alimentos transgénicos, como dijimos al principio, fue que se suponía que gracias a ellos se podría atacar a los problemas del hambre en el mundo a través de una oferta asegurada de alimentos. Esto, gracias a la facilidad que entregan estos productos para poder ser masificados, al ser resistentes a plagas y eventos climáticos extremos.
Sin embargo, la investigación del comité arrojó que, en la práctica, los transgénicos no tienen un potencial tanto mayor que los cultivos tradicionales cuando se trata de asegurar la oferta de alimentos. Y es que los productos genéticamente modificados no pueden por sí solos hacerle frente a una serie de problemas con los que se pueden enfrentar pequeños productores, como la fertilidad del suelo, un sistema integrado de manejo de pestes, desarrollo de los mercados, almacenamiento, etc.
También señalan que es críticamente importante entender que incluso si un cultivo de transgénicos es capaz de mejorar la productividad o la calidad nutricional de los productos, su habilidad en potencia para beneficiar a la población siempre dependerá de los contextos económicos y la tecnología de la zona.
En definitiva, este es un estudio que claramente no resulta demasiado satisfactorio ni para productores de productos transgénicos, ni para sus opositores. Sí, descarta una acusación grave en contra de estos productos, pero también pone en duda su utilidad y la razón misma por la que fueron creados. Puede que no logre cambiar la postura de ninguna de las partes en conflicto, pero sí es posible que cambie los argumentos que utilizan.
En cualquier caso, es bueno recordar que la última palabra no está dicha y que toda la evidencia existente hasta el momento, es aún insuficiente para sacar conclusiones definitivas.