¿Has cambiado alguna vez tu opinión por miedo a pensar diferente al grupo en el que te encuentras? ¿Te dejas llevar por las acciones de los demás y no por tus motivaciones? No es tan extraño en realidad, esas sensaciones son mucho más comunes de lo que imaginas y tienen un nombre: “Síndrome de Solomon”.
Al parecer, hoy en día, la sociedad está mucho más condicionada de lo que creemos y para muchos, la presión social sigue siendo un obstáculo para el día a día, lo que limita a tomar sus propias decisiones por el miedo al qué dirán. Pero, ¿qué significa realmente este síndrome?
Se dice que padecemos de éste cuando tomamos decisiones o adoptamos comportamientos para evitar sobresalir en un grupo social determinado. Eso quiere decir, que muchos tememos llamar la atención en exceso, por miedo a que nuestras virtudes y logros molesten a los demás.
¿Te acuerdas de todas esas veces que te ponías colorado y titubeabas al tener que hacer una presentación en público? Pues todo lo anterior es la razón por la que, en general, sentimos un pánico atroz en esos segundos en que nos convertimos en el centro de atención. Y es que al exponernos tan abiertamente, quedamos a merced de lo que la gente pueda pensar de nosotros dejándonos en una posición de vulnerabilidad.
Este síndrome revela nuestra falta de autoestima y confianza en nosotros mismos, al creer que nuestro valor como personas depende de lo mucho (o poco) que la gente nos valore, algo que también es consecuencia de formar parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos. Vamos ahora al centro del asunto y, por supuesto, a una posible solución del problema.
Solomon Asch fue un sicólogo que en 1951 se hizo pasar por oculista. Su idea no fue obtener un sueldo extra, sino analizar un fenómeno realizando una supuesta "prueba de visión” a unos 120 estudiantes. Ninguno de ellos sabía que, en realidad, la prueba se trataba de un experimento sobre la conducta humana en un entorno social.
Asch hizo algo sencillo: juntó a un grupo de siete alumnos, los cuales eran cómplices del sicólogo, y sumó a un octavo estudiante, que hacía de “conejillo de indias”. Participaba creyendo que el resto de los estudiantes estaban haciendo la misma prueba que él, sin embargo, los otros habían acordado con Asch entregar las mismas respuestas, pero erróneas.
De esa manera, se les mostraba a los participantes tres líneas de diferentes medidas, que ellos tenían que comparar con una cuarta y decidir en voz alta cuál de las tres medían exactamente lo mismo. Así, cada uno de los alumnos respondía qué era lo que supuestamente veían y el octavo alumno, era el último en responder luego de haber escuchado la respuesta de todos los alumnos anteriores. ¿Cuál fue el resultado?
De todas las versiones realizadas, solo un 25% de los participantes que hicieron de "conejillo de indias" fueron capaces de mantener su criterio todas las veces que se les preguntó; el resto se dejó influir y terminó opinando como los demás, independientemente de que la respuesta fuera incorrecta. La explicación que dieron fue que “distinguían perfectamente qué línea era correcta, pero que no lo habían dicho en voz alta por miedo a equivocarse, al ridículo o a ser el elemento discordante del grupo”.
Por un lado, si nos internamos en el núcleo de lo que nos hace ser "tímidos" cuando se trata de opinar o actuar diferente frente a una masa, encontramos también el ingrediente de la envidia. ¿Qué es realmente la envidia? La Real Academia Española define esta emoción como “deseo de algo que no se posee”, lo que provoca “tristeza o desdicha al observar el bien ajeno”.
Cuando nos enfocamos demasiado en lo que otras personas tienen y a nosotros nos gustaría tener (llegando incluso a apenarnos ante eso), se crea el complejo de inferioridad, que nos hace sentir “poca cosa” en comparación con otros porque pensamos solo en lo que nos falta.
Esto hace que no queramos ridiculizarnos, porque queremos ser como los demás, a los que vemos a veces más seguros de lo que realmente son.
El psicólogo y sociólogo Giorgio Agostini, recalca que como el síndrome de Solomon se traduce en el temor a diferenciarse del resto y a no ser aceptado, indica que para evitar caer en ello, es necesario simplemente aumentar la seguridad en sí mismo, confiando en el propio criterio.
Muchos se estarán preguntando qué pasa entonces con aquellos que andan por la vida intentando llevar "la contra" o destacar siempre con actitudes y respuestas diferentes. Pues aunque no te lo imagines, es también una forma de responder al sentimiento de inferioridad y mostrarse más seguro de lo que uno mismo se considera internamente, explicó Agostini.
Para la psicóloga Varina Signorelli, ese comportamiento se puede deber al gusto por exteriorizar y poder tener un foro verdadero y genuino de contar las cosas, por ser muy apasionados en lo que hacen. Sin embargo, querer encontrar la aprobación del resto también es una de las razones.
¿Qué es mejor entonces? ¿Seguir las masas o ir contra corriente? "Lo importante es destacarse por ser uno mismo con virtudes y defectos, sentirse aceptado, valorado y querido a pesar de los defectos que todos tenemos”, nos comenta el psicólogo.
Signorelli piensa que, para el día a día, es menos funcional que una persona no se exprese, a la que se expresa mucho. Esto, porque hoy, vivimos en una sociedad en donde se validan mucho las relaciones interpersonales y lo que somos capaces de lograr con los demás; la solución entonces, según explicó, es ser capaz de hacer consciente la razón de por qué soy de alguna manera y cómo puedo mejorar. Ahora, si eso no basta, una terapia es algo que lo puede solucionar fácilmente y que tiene un muy buen pronóstico.
Por otro lado, tratar de darle menos importancia a lo que la gente opine de nosotros, también es importante. Si lo pensamos detenidamente, tememos destacar por miedo a lo que ciertas personas puedan decir de nosotros para compensar sus carencias y sentirse mejor consigo mismas. Y por último, dejar de envidiar tanto el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros a alcanzar sus sueños, tomándolas como inspiración para lograr nuestras propias metas.