¿Qué sentiste cuando un hombre homofóbico entró a una discoteque gay en Orlando y asesinó a 49 personas? ¿Cuando un joven con trastornos mentales entró a la jaula de los leones en el Zoológico Metropolitano y muchas personas aseguraron que deberÃa haber muerto él en vez de los animales salvajes? ¿O cuando te enteras de que una niña fue abusada por su padrastro por primera vez a los cinco años y, de ahà en adelante, se desencadenó un infierno en su vida que sólo la dejó hablar de lo sucedido a los 40 años de edad?
Quizás muchos responderán que dolor, empatÃa, tristeza o emoción. Hay personas que empatizan fácilmente con el sufrimiento de otros, pero hay algunos que sólo están preocupados por el estreno del último capÃtulo de Game of Thrones. ¿Cómo lo sientes tú? ¿Como dolor propio o como drama ajeno? Las razones de por qué algunas personas nos vinculamos en mayor y otras en menor medida al dolor de otros no siempre han estado claras.
Hoy quisimos saber qué es lo que dice la neurociencia respecto a la capacidad que tenemos como seres humanos de sentir el sufrimiento de los otros: familia, amigos, cercanos, grupos marginados y desconocidos. Veamos cuáles son las claves para entender estos procesos.
En junio pasado, apareció un estudio que asombró a muchos cientÃficos y sicólogos por las implicancias que podrÃa tener para el entendimiento del comportamiento social de las personas. Tor Wager, autor principal del estudio, declaró: “la investigación sugiere que la empatÃa es un proceso de deliberación que requiere tomar la perspectiva de otra persona, en lugar de ser un proceso instintivo, automáticoâ€.
De acuerdo al estudio de la Universidad de Colorado, publicado en la revista eLife, la capacidad para empatizar con el sufrimiento de otro ser humano, requiere de procesos cognitivos neuronales, los que difieren de los procesos sensoriales que utilizamos para percibir nuestro propio dolor. En simple: el dolor propio lo percibimos de manera instantánea a través de nuestros sentidos, mientras que debemos aprender a ponerlos en el lugar del otro cuando sufre.
Lo revolucionario del estudio, es que antes la neurociencia pensaba que ambos (sentimiento de dolor propio y empatÃa) eran muy similares y utilizaban, más o menos, lo mismos sistemas para generar las sensaciones. Pero las pruebas recabadas por el equipo de la Universidad de Colorado son fehacientes.
¿Cómo lo averiguaron? Sometieron a un grupo de personas a un nivel de dolor moderado, calor, golpe o presión, mientras medÃan su actividad cerebral. Luego, esas mismas personas debieron observar imágenes en que se le provocaba dolor a otros, pidiéndoseles que imaginaran que esas lesiones estaban siendo infligidas en sus propios cuerpos. Los resultados fueron impactantes: los patrones cerebrales en ambos casos eran distintos. Cuando los voluntarios observaron el dolor de otros, debieron llevar a cabo un proceso de mentalización para ponerse en su lugar, no se trató de una reacción espontánea.
Las consecuencias de este estudio son bastante profundas. En primer lugar, la investigación nos está diciendo que la empatÃa es algo que se aprende y que, por lo tanto, depende de la educación que se le otorgue a un niño. En segundo lugar, el estudio revela que quienes sufren de trastornos, como la sociopatÃa (personas que no conocen la importancia de las normas sociales, producto de una educación negligente) podrÃan sufrir de corto circuitos neuronales que simplemente les impiden ponerse en el lugar del otro, lo que harÃa más grave su condición.
Sin embargo y de acuerdo a otro estudio publicado en 2011, el nivel de empatÃa que sentimos por otro, depende directamente de cuán cercana es la persona que estamos viendo sufrir. Si es parte de la familia, de los amigos, del entorno cercano, o si es posible identificarse en alguna medida con esa persona, si es un desconocido o alguien que nos genera rechazo; cada uno de estos niveles de cercanÃa indicarÃa reacciones diversas.
Este estudio, a cargo de James A. Coan de la Universidad de Virginia, sugiere que quienes amamos se transforman, a nivel neuronal, en parte de nosotros mismos. Sus dolores y sus sufrimientos, en este caso, podemos percibirlos como si los hubiesen provocado en nuestros propios cuerpos. Y esto no es sólo una metáfora y palabras bonitas, se trata de un estudio cientÃfico realizado a partir del uso de resonancia magnética: a un grupo de voluntarios se les provocó un choque eléctrico, a la vez que algunos desconocidos y amigos estaban bajo amenaza de sufrir el mismo choque. Las mediciones de la actividad cerebral en el caso del dolor propio y del dolor infligido al amigo, fueron asombrosamente idénticas.
Fundándonos en esta teorÃa, podemos explicar, por ejemplo, el dolor de una madre al ver sufrir a un hijo enfermo, o cómo muchas personas que han perdido a sus parejas recientemente a causa de una enfermedad, caen en las más profundas depresiones e, incluso, pueden llegar a enfermar también.
De acuerdo a Coan, nuestra identidad está tejida con las de quienes amamos, con quienes compartimos vÃnculos emocionales. Y esto se configura como una necesidad en nuestras vidas: necesitamos tener amigos y aliados para construir nuestra identidad y, en la medida en que esto sucede, nos hacemos cada vez más similares a ellos, compartiendo también sus alegrÃas y sus sufrimientos.
Estos dos estudios nos están indicando dos aspectos fundamentales para tener claros a la hora de comprender la capacidad de empatÃa de los seres humanos.
En primer lugar, la empatÃa es algo que se aprende. No nacemos con la capacidad de sentir el dolor del otro, sólo somos capaces de ponernos en sus zapatos en la medida en que vivimos, tenemos experiencias y nos vinculamos con ellos.
En segundo lugar, cuánta más cercanÃa tengamos con el otro, mayor será nuestra capacidad de ponernos en sus zapatos. Y precisamente eso es lo que nuestra sociedad necesita: entender al otro, empatizar con sus necesidades y sus dolores. Entonces, cuanto más conozcamos los diversos grupos sociales y mas nos dediquemos a vivir para los otros y no solamente para nosotros mismos, más conexiones neuronales generaremos, las cuales en el futuro, nos permitirán empatizar con quienes consideramos distintos.
Y por lo tanto, debemos enseñarlo a nuestros hijos. Si un niño crece y vive en un burbuja, le costará más ponerse en los zapatos del que piensa distinto, vive en otros barrios, come cosas distintas o cree en otros dioses. Cuantas más experiencias se tengan junto a esos otros, cuanta más diversidad exista en su ambiente, ese niño y futuro adulto será un ser humano más acogedor, menos prejuicioso y mucho más capaz de ser lÃder en un mundo que requiere de integración.