Cocinar puede ser una experiencia religiosa o un martirio dependiendo de tus habilidades (y lo que te toque cocinar). Después de todo, hay quienes pueden hacer verdaderamente magia culinaria y otros que son capaces hasta de quemar el puré instantáneo mientras lo preparan.
Si eres de este último grupo, lo más probable es que alimentarte sea una lucha constante. Pero como en El Definido nos gusta solucionarles la vida, preparamos esta lista con seis sencillos trucos que te permitirán salir al paso de algunas complejidades que vienen de la mano de la cocina.
Son seis consejos del chef Justin Chapple, de la revista Food and Wine. Y aunque está en inglés, basta con ver los videos para entender qué es lo que hay que hacer. ¡Aquí van!
Típico que estás preparando una tabla para picotear algo con tus amigos y apenas empiezas a cortar tu fino queso brie o similar, te das cuenta que los trocitos perfectos que habías imaginado en verdad parecen una masa que dice algo como “ kill me please”. Lo mismo que pasa con la masa cruda, si es que estás intentando hacer galletas o algo así.
Es que cortar quesos suaves o masa cruda es realmente difícil y suele no terminar como esperábamos. Para esto, Justin sugiere usar hilo dental (idealmente sin sabor, aunque si te gusta mucho la menta, en gustos no hay nada escrito).
Habías organizado una completada bailable y todos tus invitados llegaron, pero la música estaba tan buena que nadie comió completos y solo se dedicaron a bailar. A los días te das cuenta que todos esos panes deliciosos que habías comprado para la gran clebración ya están duros, tiesos y poco atractivos. ¿La buena noticia? ¡Puedes revivirlos!
Lo mejor de todo es que no necesitas un ritual chamánico para eso. Solo basta con mojar un poco el pan bajo la llave del agua y meterlo al horno a una temperatura media de aproximadamente 215°C. Los dejas ahí un par de minutos y ¡voilá! Ya puedes invitar a tus amigos a una bingo-completada (para que esta vez sí coman).
¿Te encanta el kiwi en la mañana, pero odias pelarlo? Al igual que con el poder, comer fruta conlleva grandes responsabilidades, sobre todo cuando se trata de sacarle la cáscara. Y aunque sea molesto, el kiwi es de aquellos frutos que sí o sí tienes que pelar si quieres comértelo.
Lo malo es que su cáscara suele ser muy delgada y dura, así que al sacarle la piel, solemos llevarnos una buena parte de la fruta. Por eso, una buena idea para hacerlo, es cortarle un extremo, meterle una cuchara, presionar con el pulgar y empezar a moverla suavemente hasta que la cáscara queda completamente separada.
Generalmente hay más de una forma de hacer las cosas correctamente. Pero cuando se trata de pelar jengibre, pareciera que no existe ninguna. Pelarlo es difícil, desperdiciamos un montón de esta preciada raíz y lo mismo pasa si queremos rallarlo.
Por suerte, Justin tiene un excelente método. Nuevamente, agarra una cuchara y empieza a rasparlo. Verás cómo se va desprendiendo la cáscara casi de forma natural y sin perder nada del jengibre. Después, puedes rallarlo fácilmente con un tenedor.
¿Hay algo mejor que un queque con capas de relleno celestial? Mermelada, crema pastelera, manjar, todo está bien cuando va dentro de un queque. El problema es cortarlo para meterle todos esos ingredientes. Y si tu motricidad fina no es de las mejores, lo más probable es que todo se vaya a las pailas.
Aunque existe una solución para ese problema. Básicamente, consiste en ubicar el centro del queque visto desde un costado, poner ahí un mondadientes y repetirlo hasta rodear el queque con estos palitos (con ocho está bien). Después, tienes que usarlos como guía para emplazar hilo dental alrededor de la masa, lo aprietas y se cortará a la perfección.
Hay recetas que necesitan que la clara y la yema sean separadas, como por ejemplo, para hacer merengue. Ahora, de por sí esto es bastante difícil y si eres de los que consideran que los huevos crudos son asquerosos, todo se vuelve incluso peor.
Gracias al cielo existe una manera muy fácil de hacerlo, sin tener que tocarlos demasiado o hacer malabares. Para eso necesitas un recipiente no tan hondo y una botella de plástico: pones los huevos ahí, acercas el cuello de la botella a una yema desde un ángulo de 45°, la aprietas, la pones encima del huevo, la sueltas y ¡paf! El huevo entra en la botella. Después, simplemente lo sueltas en un plato y estás listo.