*Esta nota fue originalmente publicada el 31 de agosto de 2017. Hoy la destacamos con motivo del Día de los Enamorados.
La música tiene esa capacidad innata de traer escenas y provocar cosas en nosotros: a todos nos da antojo de vino tinto y empanadas al escuchar un par de cuecas, así como Born to be Wild de Steppenwolf nos da unas tremendas ganas de andar en moto (aunque nunca nos hayamos subido a una), y Pimpinela nos genera un deseo incontenible de hacer el aseo.
Cuando se trata de erotismo, la cosa no es distinta: mediante ciertas características rítmicas y timbrísticas, la música logra emular las sensaciones de la sexualidad humana con gran eficacia.
Muchos de estos elementos que nos hacen asociar la música al sexo, son más construcciones culturales que rasgos objetivos y transversales. Durante décadas, el cine, la televisión y la pornografía han contribuido a que asociemos ciertos tipos de música con escenas eróticas, en muchos casos con recursos cliché que llegan a ser bastante burdos.
Existen, sin embargo, características que hacen que la música sea más o menos amigable para acompañar sesiones de sexo.
Un estudio realizado por la Universidad de Londres en 2012, analizó los resultados de una encuesta hecha a 2.000 usuarios de Spotify de entre 18 y 91 años, con el fin de crear una playlist ideal para tener relaciones sexuales.
El estudio arrojó que las canciones suaves que mantienen un ritmo continuo, sin mayores distractores, son las mejores para acompañar los encuentros íntimos. Por otra parte, no se recomienda canciones que demanden atención o tengan cambios impredecibles que puedan eventualmente distraer a los involucrados.
Otros rasgos, como un amplio rango dinámico (la diferencia en decibeles entre los sonidos más débiles y los más fuertes) y poco uso del vibrato en la voz, son parte también de las características de la música “sexualmente recomendable”.
La lista de reproducción resultante, es liderada por la banda sonora completa de Dirty Dancing, seguida por Sexual healing de Marvin Gaye y el Bolero de Ravel. En la otra lista, la de canciones para nada recomendables para el sexo, están canciones como Bohemian Rhapsody de Queen, Livin’ on a Prayer de Bon Jovi, Angels de Robbie Williams y Sex on Fire de Kings of Leon.
La primera respuesta al respecto la dio Charles Darwin en 1871 en su libro El origen del Hombre. De acuerdo a su hipótesis, la música sería una técnica de selección sexual que permitiría a las mujeres elegir al hombre más dotado genéticamente, a partir de sus habilidades musicales. En otras palabras: la habilidad musical es indicador de “buenos genes”, por ende, mientras mejor toques, más atractivo serás.
Un estudio realizado en 2014 por Benjamin D. Charlton, académico de la Escuela de Psicología de la Universidad de Sussex (Inglaterra), analizó las preferencias sexuales de más de 1.400 mujeres voluntarias. Para ello, se les hizo escuchar dos piezas de música, una más compleja que la otra, y elegir, solo a partir de lo que habían escuchado, cuál de los dos compositores les parecía más idóneo para una relación sexual de corto plazo y para una relación estable de larga duración. Los resultados arrojaron que existía una tendencia a que aquellas participantes que se encontraban en los días fértiles de su ciclo menstrual escogieran al compositor de la obra musicalmente más compleja para tener sexo casual. En el caso de las voluntarias que no se encontraban en sus días fértiles, así como en las preferencias por una relación estable, no hubo evidencia significativa de que la música fuera relevante.
El análisis del estudio concluyó que, cuando las variables se redujeron solo al sexo, las mujeres participantes prefirieron la música que requiere una mayor habilidad para ser tocada.
A pesar de que se han realizado diversos estudios que ponen a prueba esta hipótesis de Darwin, todavía no hay un consenso científico que la valide por completo. Mientras algunos estudios la avalan, otros la cuestionan, y otros plantean hipótesis alternativas, como la que te contamos en este artículo, que propone que el origen de la música no tiene que ver con el ámbito sexual, sino que se encuentra en los cantos que nuestros ancestros hacían a sus hijos, una suerte de formas primitivas de canciones de cuna.
Pero, volviendo a la pregunta inicial: ¿qué hace que la música sea capaz de estimularnos sexualmente? ¿Hay algo que se sepa con certeza sobre la relación entre música y sexualidad?
Un reciente estudio dirigido por el neurocientífico, músico, productor musical y académico de la Universidad McGill de Canadá, Daniel Levitin, concluyó que escuchar nuestra música favorita provoca en nuestro cerebro el mismo efecto que el placer sexual.
La explicación a esto se encuentra en los receptores opioides de nuestro cerebro. Los opioides son sustancias generadas por nuestro propio sistema nervioso (aunque existen opioides exógenos, como la morfina y la oxicodona), y que son fundamentales para la percepción de sensaciones placenteras y de recompensa, como las que experimentamos al comer, al consumir drogas recreacionales o al tener un orgasmo. Estas sustancias son, en gran medida, responsables de que los seres humanos desarrollemos adicciones.
Existía evidencia preliminar de que la música operaba de forma similar al sexo en nuestro cerebro, pero hasta ahora, esta evidencia no había sido comprobada mediante una intervención directa de las variables. Lo que Levitin y su equipo hicieron fue hacer que los voluntarios escucharan su música favorita después de haber bloqueado químicamente sus receptores opioides, para ver si seguían disfrutándola.
Los resultados fueron concluyentes: ninguno de los voluntarios logró disfrutar su música favorita. Uno de los individuos declaró que sonaba bien, pero no le provocaba nada.
Es la primera vez que se prueba de forma concluyente que la música y el sexo “presionan los mismos botones” en nuestro cerebro.
El efecto neurológico de escuchar la música que te gusta mientras tienes relaciones no solo maximiza el placer: existen pruebas de que también ayuda a mejorar tu rendimiento, gracias a su capacidad de reducir la fatiga física. Si interactúas con la música, mediante la sincronización con el ritmo o con las dinámicas de la canción, mejor aún.
Para que esto funcione, es importante que la música que elijas sea tanto de tu gusto como del de tu pareja. Recuerda que el objetivo de la música es aportar al encuentro, no distraerlo. Respetando estos sencillos pasos, la inyección de dopamina será mayor y, con ello, también lo será el placer.