Imagen: Rodrigo Avilés

Botaron miles de toneladas de cáscaras de naranja en un parque nacional. 16 años después, esto sucedió

Un curioso proyecto experimental entre el Gobierno de Costa Rica y una compañía de jugos fue cancelado y olvidado por 16 años, hasta que investigadores de Princeton encontraron sus increíbles resultados.

Por Francisco J. Lastra @efejotaele | 2017-09-01 | 11:40
Tags | naranjas, Costa Rica, ecología, biología, experimento, basura

Estamos en 1998. El Nintendo 64 es la sensación del mercado, Mmmbop de los Hanson suena sin parar hasta en nuestras pesadillas y Chile celebra su participación en un mundial de fútbol luego de 16 años. Pero nuestra atención se dirige lejos, a miles de kilómetros, al noroeste de Costa Rica, donde mil camiones recorren los sinuosos caminos de un área de conservación en una surrealista procesión, para dejar su preciada carga: cáscaras de naranja. 12 mil toneladas de ellas.

Daremos 3 pistas sobre la misteriosa escena:

1) No era una maniobra ilegal, de hecho, estaba santificada por las autoridades y buscaba ser una solución ecológica al desecho de desperdicios

2) El proyecto fue abandonado por una polémica entre compañías de jugos

3) Hoy encontrarán un exuberante bosque en su lugar, sin que haya intervenido ninguna organización en todos esos años.

A continuación les contamos el origen, desarrollo y final de esta curiosa historia. Un drama al mejor estilo centroamericano que comenzó antes de que los camiones rugieran a través del bosque costarricense.

La idea

Al noroeste de Costa Rica se encuentra el Área de Conservación Guanacaste (ACG), reconocida como Patrimonio de la Humanidad por su gran importancia ecológica: posee el 2,4% de toda la biodiversidad del mundo.

Su inscripción oficial en 1999 como Patrimonio se realizó luego de varias compras de terrenos privados aledaños, por lo que una de las prioridades de sus administradores ha sido la recuperación de estas zonas, muchas de ellas devastadas por quemas y desforestación.

En 1996, una franja de 7 kilómetros era compartida entre el ACG y la compañía de jugos Del Oro. Por esos años la industria de la naranja era un boom y muchos se preguntaban cómo gestionar todos esos residuos generados por compañías como Del Oro.

Daniel H. Janzen y Winnie Hallwachs, un matrimonio de biólogos de gran renombre y consejeros técnicos del ACG, propusieron realizar un experimento ecológico donde, en teoría, todos ganaban.

Del Oro donaría un terreno aledaño al Área de Conservación y, a cambio, le darían permiso para botar sus restos de cáscaras secas en zonas del parque que estuvieran dañadas por la desforestación, quema o ganadería intensiva.

La idea del matrimonio era prestar este espacio para la biodegradación de los desechos cítricos, y aprovechar así el fortalecimiento de la tierra que conlleva en zonas que obviamente lo necesitaban. Del Oro, por otra parte, se desharía gratuitamente de un gran "cacho". Según el documento original de proyecto, esperaban que sirviera como ejemplo de que "se puede conciliar la realización de dos procesos con fines diferentes: la producción agrícola y la conservación de la biodiversidad".

El proyecto fue aprobado por el Ministerio de Ambiente y Energía, y en 1998 el desembarco de las cáscaras de naranjas (con sus aceites y agua ya extraídos) comenzó.

Se escogieron dos zonas o "módulos". En una se volcó el contenido de 100 camiones y se niveló, dejando una capa de 40 centímetros de espesor. En otra zona se desparramaron 1.000 camiones de cáscaras, y se niveló en una sola mitad, para poder hacer una comparación en futuros estudios.

Pasó un año y salió a la luz el único estudio al respecto que se publicaría.

"El proceso de degradación de las cáscaras fue muy acelerado, beneficiado principalmente por las condiciones climáticas que se presentaron en la zona", dice el documento sobre el primer módulo. "Otro resultado importante es la notable mejoría en la estructura física del suelo; además, el aumento palpable de la cantidad de materia orgánica presente", agrega.

El segundo módulo aún estaba en proceso de biodegradación, pero los resultados del primero eran esperanzadores. "Después de haber observado los grandes cambios positivos que se dieron en el sitio del módulo 1, estamos seguros que este tipo de práctica no afecta el ecosistema negativamente", escribieron.

Pero todo drama tiene su antagonista, y es ahora donde entra en escena.

La caída

"Acido y polémico experimento" es el título de un artículo del diario local Nación, y que hacía referencia a críticas del proyecto, hacia finales de 1998.

La polémica surgió porque una compañía rival de Del Oro, TicoFruit, la habría demandado por contaminar un parque nacional. Porque no nos engañemos, que una compañía bote basura en suelo protegido suena, en el papel al menos, bastante mal.

La noticia no le cayó bien a los ambientalistas. Una reconocida voz radial y ecólogo, Alexánder Bonilla Durán, fue muy activo contra el proyecto. "Yo no quiero afectar a nadie, ni a la empresa, ni al gobierno; simplemente estoy pidiendo que se dé un buen tratamiento y que termine con esa fuente de contaminación", declaró para el diario Nación.

Visitas a la zona daban fe del mal olor, un producto ineludible de la biodegradación, pero los pobladores no se sentían especialmente afectados. "Por ahí, en algún periódico, vi algo de que estaban contaminando las aguas, pero eso no es cierto. Además, cómo se va uno a poner a hablar de la uniquita empresa que le da trabajo a la gente. ¿Qué es lo que quieren, que esa gente se vaya de aquí y no tengamos en qué trabajar?", decía una vecina de la zona.

La polémica a nivel nacional habría debilitado el apoyo gubernamental al experimento. Así el juicio favoreció finalmente a la empresa rival y el proyecto se canceló. ¿Y las 12 mil toneladas de cáscaras? Ahí se quedaron, biodegradándose sin testigos y cayendo rápidamente en el olvido.

Del Oro se desquitaría demandando posteriormente a Bonilla Durán por difamación, sin suerte.

La sorpresa

Fue recién en 2013, cuando alguien se volvió a acordar del experimento abandonado. Fue el mismo biólogo Daniel Janzen quien se lo mencionó a un estudiante de postgrado llamado Timothy Treuer, de visita en el ACG.

Treuer decidió visitarlo, aunque no sería tan fácil como tomar un mapa y ya. "Estaba tan cubierto de árboles y parras que ni siquiera podía ver el letrero de 7 pies de largo (2,1 metros) con letras amarillas brillantes marcando el sitio, que estaba a sólo unos metros de la carretera", recuerda el biólogo. El experimento había funcionado al parecer, pero no había estudios ni mediciones con qué probarlo.

Antes:

Después:

En 2014, el estudiante volvió para estudiar la zona junto a otro biólogo, Jonathan Choi, quien recuerda: "caminaba sobre roca expuesta y hierba muerta en los campos cercanos, pero tenía que trepar a través de la maleza y abrir caminos a través de las paredes de parras en el sitio de las cáscaras de naranja".

Las mediciones se añadieron a las últimas hechas en 2000, las que nunca se publicaron. Los resultados publicados en 2017 (recientemente) son sorprendentes. En comparación a una zona adyacente tomada como control, en aquellas que se vertieron las cáscaras de naranja...

  • se triplica la riqueza de especies de plantas leñosas (suma de árboles, arbustos, cactus, entre otros)
  • se triplica la diversidad de especies de árboles
  • hay un incremento de 176% en biomasa (materia orgánica) sobre la tierra
  • hay incremento significativo de macro y micronutrientes en el suelo
  • hay un aumento significativo de la densidad del dosel forestal

Variedad de especies de árboles encontradas en la zona. A la izquierda la zona fertilizada por las cáscaras, y a la derecha una zona aledaña no fertilizada.

"Esta es una de las pocas instancias que he oído donde puedes tener un secuestro de carbono de costo negativo", dice Treuer, haciendo referencia al proceso de captura de carbono para su almacenamiento a largo plazo, en este caso transformándose en biomasa. "No es solo una situación de ganar-ganar entre compañía y parque local - es una ganancia para todos".

Gracias al trabajo de Treuer, Choi y su equipo investigador que también incluyó al matrimonio de biólogos, parece ser que el proyecto -aunque muchos años después- probó ser un éxito, sirviendo como ejemplo de lo que siempre quiso ser: un entendimiento entre conservación y producción.

Así lo cree David Wilcove, co-autor, quien repite palabras similares a los objetivos del proyecto original: "Muchos problemas medioambientales se producen por compañías que, siendo honestos, simplemente producen cosas que la gente necesita o quiere. Pero muchos de estos problemas pueden ser alivianados si el sector privado y la comunidad medioambiental trabajan juntos. Estoy confiado en que encontraremos muchas más oportunidades donde usar los 'restos' de la producción industrial de comida para revivir bosques tropicales. Eso es reciclaje en su mejor forma".

Quizá nuevamente escuchemos la orquesta de camiones rugiendo por los bosques de América, y esta vez no nos parecerá algo tan raro.

¿Conoces otros casos de recuperación inesperada de naturaleza?