Nuestros abuelos lo tenían fácil en clases de geografía. En los últimos 60 años el número de países soberanos se ha triplicado, llegando hoy a un total inmemorizable de 195 (número también debatible, debido a la flexibilidad del concepto de nación).
Entre tanto cambio, conquista e independencia, hemos vivido una que otra desunión. Por ejemplo, recién en 2006 Montenegro le dijo “no eres tú, soy yo” a Serbia, y se convirtieron en dos estados separados. 13 años antes lo mismo había sucedido con Checoeslovaquia, dando como resultado Eslovaquia y República Checa y ni hablar de la famosa unión de Austria-Hungría a principios del siglo XX.
Eso ha sucedido en variadas ocasiones en la Época Contemporánea, y mucho más cerca de lo que podrían pensar. En El Definido les contaremos de algunos casos que probablemente les sorprendan. Como filtro tomaremos países antiguamente unidos que se corresponden con países de hoy sin grandes cambios territoriales.
Hace mucho tiempo (200 años), en un lugar muy, muy lejano (norte de Sudamérica), existió un gigante llamado la Gran Colombia, una mole de territorio que abarcaba las actuales Colombia, Ecuador, Venezuela y Panamá. Fue el sueño de Bolívar que, lamentablemente, duró poco por las fricciones entre los estados recientemente liberados de la Madre España.
De las peleas internas, surgió en 1831 la República de Nueva Granada, luego conocida como Colombia, que también integraba a su antiguo vecino del norte, Panamá. Así se mantuvo hasta 1903, cuando, luego de la Guerra de los Mil Días (1130 días, para ser precisos), el istmo nació como república independiente de Colombia.
Como en toda separación, hay dos lados de la historia. Para Panamá se trata de una consecuencia de varios intentos de independencia de antigua data, mientras que para Colombia fue una triquiñuela de Estados Unidos para hacerse amigos con un territorio de gran valor (el mismo año se firmó el contrato para la construcción del Canal de Panamá, con derechos a perpetuidad para el país norteamericano).
Al respecto, el presidente colombiano de la época, José Manuel Marroquín, comentó no sin cierto sarcasmo: “Puedo decir lo que muy pocos estadistas: recibí un país y le devolví dos al mundo”.
Bonus track: Garras de Oro, una película colombiana de 1926 (muda), abarca el polémico tema y está disponible en YouTube.
El Tío Sam inclina la balanza de la justicia con dinero.
En 1823, paralelo a la Gran Colombia, surgía al norte otra mole de cinco estados asociados; Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, quienes juntos formaban la República Federal de Centro América.
A los pocos años se vieron las costuras de una unión endeble y motivada por el interés económico de una pequeña elite. En 1927 comenzó una guerra civil que fue seguida de golpes de estados e invasiones entre los distintos miembros de la república. Todo terminaría en 1939, con la separación de los cinco miembros.
Saltamos al otro lado del Pacífico para hablar de una unión relativamente reciente. Malasia y Singapur, ambas ex colonias británicas, alcanzaron su independencia en 1957 y 1963, respectivamente.
Singapur había decidido unirse a Malasia incluso antes de su independencia oficial, mediante un referendo en 1962, dadas las oportunidades de desarrollo que le brindaba y los lazos históricos y étnicos que unían a ambos países recién salidos del horno.
Fue una relación turbulenta desde el primer momento. Ambos gobiernos exhibían diferencias ideológicas irreconciliables y, a la vez, hubo tensiones raciales por la importante minoría china en Singapur. Tampoco ayudaron una serie de ataques terroristas perpetrados por fuerzas indonesias, que buscaban desestabilizar a la reciente nación.
Todo terminó en 1965 con un voto en el senado malayo, para la salida de Singapur. Como les contamos en un artículo sobre este “tigre asiático”, el Primer Ministro no aguantó las lágrimas al anunciarle la decisión a su pueblo por televisión. Luego no lo han pasado tan mal, saltando del tercer al primer mundo en una sola generación.
Hoy Noruega es conocida por sus impresionantes paisajes, su vanguardia ambientalista y abuelas outdoor, pero hace no tanto tiempo el país nórdico fue el niño de Europa con problemas de dependencia.
Aunque el origen de Noruega se remonta hace más de mil años, el país estuvo casi toda su historia ligada a sus vecinos. Fue parte, por ejemplo, del Reino de Noruega y Dinamarca, por casi 300 años hasta 1814.
Estos “BFFs” pelearon cuando un rey de Dinamarca, que también era rey de Noruega, decidió cambiar su carta Pokémon de Noruega a Suecia por el territorio de la Pomerania sueca (hoy parte de la costa norte de Alemania y Polonia). Noruega les dijo que se fuesen a freír espárragos, declaró su independencia y eligió a su propio rey, quien llegó a un acuerdo intermedio con los suecos.
El resultado fue un tratado que le permitía a Noruega unirse en igualdad de condiciones a Suecia, básicamente dos países totalmente independientes, pero bajo un solo rey. La unión se mantuvo estable hasta que el senado de Noruega requirió la instalación de servicios consulares propios a principios del siglo XX. Suecia respondió primero con silencio y luego con contrapropuestas que no fueron bien recibidas por Noruega.
Finalmente, todo decantó en la declaración de separación en el senado noruego en 1905. El primer rey de esta nueva Noruega fue… un danés.
Unión Franco-Británica. ¿Dos naciones históricamente rivales, en serio? Esta fue la idea que discutió Winston Churchill con Charles de Gaulle, en un club de Londres en junio de 1940, en medio de la “guerra relámpago” alemana que haría capitular a Francia pocos días después.
El documento redactado por ambos y que buscaba oficializar la unión, decía: “En este momento tan fatídico en la historia del mundo moderno, el Gobierno del Reino Unido y la República Francesa hacen esta declaración de unión indisoluble y resolución inflexible en su defensa común de la justicia y la libertad contra el sometimiento a un sistema que reduce a la humanidad a una vida de robots y esclavos”.
La “loca” idea estuvo muy cerca de ser realidad. Tanto el gabinete de Churchill como el Primer Ministro francés Paul Reynaud no contuvieron sus emociones de alegría al escuchar tan histórico acuerdo. Churchill abordaría un tren con los líderes de los partidos del país, y luego cruzaría el mar en un barco para hablar con el gobierno francés y luego firmar el Acta de Unión. Se tomarían un buen té, pero esta vez con croissant.
Pero paralelamente el miedo y el derrotismo reinaba en Francia. Al escuchar la propuesta de parte de Reynaud, los políticos franceses reaccionaron indignados. La guerra estaba perdida, “hacer una unión con Bretaña es fusionarse con un cadáver”, dijo el político y héroe de guerra Philippe Pétain, quien luego sería Jefe de Estado de la Francia ocupada. Después de la guerra, Pétain sería condenado a cadena perpetua por su política colaboracionista con los nazis.