La película estadounidense God Bless America (2011) narra las vivencias de Frank, un hombre infeliz que, abrumado por una repentina cesantía y un diagnóstico de cáncer, decide hacer una última acción antes de suicidarse: matar a quienes han convertido a la sociedad moderna en una jungla de individualismo, consumismo, violencia e ignorancia.
Frank comienza, entonces, una cruzada asesina en la que une fuerzas con Roxy, una adolescente llena de problemas (del primer mundo), y juntos se dedican a acabar con chicos reality, periodistas sensacionalistas, líderes homofóbicos y otros personajes que promueven conductas decadentes.
Una de las más llamativas escenas de la película ocurre en una sala de cine: Frank y Roxy van a ver un documental y terminan asesinando a casi todos los espectadores ahí presentes, por ser incapaces de guardar silencio y mantener un ambiente de respeto.
Tras el tiroteo, los noticieros comienzan a cuestionar si el contenido del documental es demasiado violento, y si quizás fue eso lo que incitó a los asesinos a atacar a los demás asistentes.
Es entonces que Frank, en un arrebato de sabiduría, le exclama indignado a Roxy: “¿Ves? ¡Ya nadie se hace responsable de nada!”
Y es que la crítica que Frank formula no es nueva: tercerizar la culpa parece ser el juego favorito de sectores ultraconservadores y de medios sensacionalistas. Ya en el mundo de la música hemos visto cómo los dedos acusadores apuntan al rock como culpable de crímenes atroces cuando se da la mala coincidencia de que un asesino se le ocurre ponerse una polera de AC/DC.
Pero, ¿habrá algo de cierto en ello? ¿Puede el rock inducir a las personas a matar o matarse? ¡Echemos un vistazo!
Precisamente, la banda australiana de hard rock AC/DC fue uno de los objetivos favoritos de los grupos moralistas estadounidenses en la década de los ’80, en parte por las alusiones al infierno en sus letras e imágenes, pero principalmente por el caso del asesino en serie Richard Ramírez, conocido como The Night Stalker (“El Acosador Nocturno”).
Entre abril de 1984 y agosto de 1985, el joven estadounidense de origen mexicano aterrorizó al estado de California con una serie de brutales asesinatos. Inspirado por creencias satanistas, Ramírez atacaba siempre de noche y solía dibujar pentagramas invertidos en las escenas de sus crímenes, a modo de firma.
El 17 de marzo de 1985 Ramírez dejó en casa de una de sus víctimas la pieza que estigmatizaría para siempre a AC/DC: un gorro con el logo de la banda.
Entonces comenzaría un juicio social hacia sus integrantes, los cuales, sin saber bien por qué, terminaron siendo inculpados como responsables de una serie de crímenes que tenían a todo el país conmocionado. Para colmo de males, una canción publicada cinco años antes, en el disco Highway to hell (1979), llevaba un nombre desafortunadamente similar al seudónimo del asesino: Night prowler.
Si bien la canción habla de los encuentros sexuales adolescentes, en los que el muchacho entra a escondidas a casa de su novia mientras sus padres duermen, las agrupaciones de padres como la PMRC consideraron que la banda era maligna, e incluso comenzaron a decir que las siglas AC/DC significaban Antichrist, Devil’s Child (“Anticristo, Hijo del Diablo”).
Finalmente Ramírez fue capturado en agosto de 1985 y pasó más de 20 años en la cárcel, hasta que murió en prisión en 2013 por causas naturales, mientras esperaba su ejecución en la cámara de gas. Ni su encarcelamiento ni su muerte lograron borrar la mancha que sus acciones dejaron para siempre en el nombre de una de las bandas más grandes de la historia del rock.
En 2014, durante una entrevista con el medio británico The Guardian, su vocalista Brian Johnson habló sobre esta clase de acusaciones, tildándolas de facilistas.
“Si hay un problema de mala crianza de parte de los padres, simplemente culpa al maldito rock n’ roll. Es la salida más fácil. Es ridículo. Se salió de la mano. Era indignantemente estúpido. ‘¡Detengan a esos hijos de Satanás!’ No puedes corregir la estupidez, simplemente no puedes. Es estúpido, es ciego, es estupidez ciega”, dijo Johnson aquella vez.
En 1985, poco después de que Ramírez fuera capturado y puesto a disposición de la justicia, el mundo del rock se enfrentaba a una nueva acusación: en la localidad de Reno, Nevada (EEUU), el pacto suicida de Raymond Belknap (18) y James Vance (20) ponía en la mira a la banda británica de heavy metal Judas Priest.
Los hechos fueron los siguientes: tras pasar más de seis horas bebiendo cerveza, fumando marihuana y escuchando una y otra vez el disco Stained Class (1978), los dos amigos tomaron una escopeta y se instalaron en el patio de una iglesia de su barrio, donde consumaron su pacto suicida. Raymond se disparó en la cabeza y murió al instante, mientras que James fracasó en su intento y quedó con su rostro horriblemente desfigurado.
Cuatro meses después de su fallido intento de suicidio, James le escribió una carta a la madre de Raymond. En ella, James expresó que el alcohol y la música de Judas Priest los condujeron “a creer que la respuesta a la vida era la muerte".
A pesar de que James Vance moriría tres años después, antes de su muerte él, su familia y la de Raymond Belknap decidieron demandar a Judas Priest por su responsabilidad en el pacto suicida de Reno.
El abogado querellante Kenneth McKenna comenzó la fase de argumentos planteando que “Judas Priest y CBS (conglomerado dueño de Columbia Records) venden este material a adolescentes alienados. Los miembros del club de ajedrez, los que destacan en matemáticas y ciencias, no escuchan estas cosas, sino que son los desertores, los que abusan del alcohol y las drogas. Por eso, nuestro argumento es que hay que tener más cuidado cuando se está tratando con una población susceptible a este material”.
Según los abogados querellantes y las familias, la música de Judas Priest contenía mensajes subliminales que incitaban al suicidio. Como pruebas presentaron cintas reproducidas al revés, en las que se escuchaban “claramente” frases que incitaban al suicidio.
A pesar de que para 1985 Judas Priest contaba con una fructífera discografía de ocho álbumes y decenas de canciones originales, los querellantes basaron su argumentación casi exclusivamente en el único cover del disco: el tema Better by you, better than me, del grupo británico Spooky Tooth, en el que supuestamente se escuchaba a su vocalista Rob Halford cantar las palabras “do it” (“hazlo”) y “try suicide” (“prueba el suicidio”).
La sola idea de que una banda pusiera mensajes incitando a sus fans a matarse pareció irrisoria para los integrantes de Judas Priest. Como dijo su manager Bill Curbishley, si fuera por poner algo subliminal en las canciones, incitarían a los fans a comprar más discos, no a suicidarse.
Finalmente, tras seis semanas de audiencias en tribunales, la banda fue absuelta de los cargos por falta de pruebas concluyentes que pudieran responsabilizarlos por la muerte de los jóvenes. En 2015, 25 años después del cierre del juicio, su vocalista Rob Halford dijo a Rolling Stone que el caso fue especialmente duro para ellos, pues se trataba de jóvenes amantes de su música que habían muerto en circunstancias lamentables.
Sin embargo, cuenta Halford, el caso fue una excelente oportunidad para mostrarles a los jueces y a un público que no tenía idea de rock o metal, “que estaban frente a cinco tipos que podían hilar frases, ser lógicos e inteligentes y tener una conversación profunda en una sala de juzgados. Creo que había una creencia errónea de que eso no iba a pasar. Pero no somos idiotas, y nunca lo seremos”.
Desde la explosión mediática de casos como los de AC/DC y Judas Priest, además de otros como el juicio contra Ozzy Osbourne por el suicidio de John McCollum en 1984 (supuestamente inspirado por la canción Suicide Solution) y la presunta conexión del tiroteo de Dawson College (2006) con la canción À Tout Le Monde de Megadeth, la psicología social ha intentado poner a prueba la influencia que tienen en nuestro comportamiento géneros musicales como el rock y el metal.
En 1999, un estudio realizado por el Departamento de Psicología Educacional de la Universidad de Oklahoma analizó los gustos musicales de 121 estudiantes y los cruzó con otros dos tests: el Inventario de Razones Para Vivir (“RFL” por sus siglas en inglés) y el Cuestionario de Riesgo Suicida (“SRQ”).
Los resultados arrojaron que los fans del heavy metal poseían una menor objeción moral al suicidio y una baja puntuación en los ítems de responsabilidad con su familia y espíritu de superación. Sin embargo, comentan los autores, esto no necesariamente quiere decir que escuchar metal sea un factor de riesgo para el suicidio. De hecho, los resultados sugieren que el heavy metal atrae a jóvenes ya aproblemados, en lugar de “crearlos”.
Otro estudio, publicado por la Journal of Personality and Social Psychology en 2003, midió la sensación de hostilidad de jóvenes voluntarios luego de escuchar dos canciones similares: una con contenidos violentos en su letra y otra sin. En una serie de varios experimentos, los sujetos estudiados mostraron un mayor nivel de hostilidad luego de escuchar las canciones con contenido violento. Sensaciones como la rabia y las ganas de gritar fueron algunos de los efectos inmediatos que la música provocó en los individuos.
Si bien esta sensación de hostilidad se desvanecía minutos después de que la canción terminaba, los autores explicaron que la exposición constante a violencia, a través de la televisión, la música y los videojuegos, sí pueden contribuir al desarrollo de una personalidad violenta.
Es importante destacar, de cualquier modo, que el uso de figuras líricas y símbolos poéticos en el rock pueden llevar a equívocos. En un estudio realizado en 1984 en la Universidad de California, 50 voluntarios menores de 30 años fueron puestos a escuchar un cassette con 16 canciones de diversos subgéneros de pop y rock. A medida que iban escuchando, se les pidió que escogieran de entre cuatro alternativas la que creían que representaba la verdadera intención o sentido de cada canción. La respuesta correcta era la alternativa que contenía la propia explicación del autor sobre el tema, extraída de entrevistas o notas al interior de sus discos.
Los jóvenes consultados acertaron solo en el 28% de sus respuestas. Considerando que la probabilidad de acertar por azar era de un 25%, se concluye que la correcta interpretación que el público hace de las canciones rockeras es, en general, bastante baja. Según el autor del estudio, esto se explica por dos factores: por una parte, los autores no estarían logrando traspasar del todo sus intenciones a las letras (o deliberadamente las encriptan) y, por otra, los fans suelen dar más importancia a la música que a la lírica, por lo que la correcta interpretación discursiva del artista no es tan relevante.
Esto dice mucho de cuánto podemos culpar a los artistas de lo que la gente haga, supuestamente, motivada por sus canciones.
Estudios más recientes, por su parte, han demostrado que el heavy metal es un tipo de música que le brinda alivio a los jóvenes con problemas sociales o emocionales. Un estudio realizado en 2007 por la Universidad de Warwick (Inglaterra) con jóvenes intelectualmente superdotados de la National Academy for Gifted and Talented Youth (básicamente una escuela para genios), demostró que un importante porcentaje de los jóvenes estudiados sufren de problemas de baja autoestima y altos niveles de estrés por las expectativas que deben cumplir. Para muchos de ellos, escuchar heavy metal provocaba un alivio catártico y una sensación de pertenencia que les ayudaba a sentirse mejor consigo mismos y con su entorno.
Finalmente, un estudio realizado por académicos de psicología de las universidades de Humboldt, Texas, California y Ohio, entrevistó a adultos que crecieron escuchando heavy metal en los ’80 sobre sus infancias y por su visión actual de la vida. Luego de comparar sus respuestas con las de otros adultos no metaleros, se llegó a la conclusión de que quienes crecieron escuchando Iron Maiden, Judas Priest y Metallica, entre otras bandas, reportaron un mayor nivel de problemas familiares y comportamientos de riesgo en su juventud, pero hoy son más felices y viven con menos arrepentimientos que los adultos no metaleros. Según reporta el estudio, son personas que crecieron con un sentido de pertenencia, gracias al respaldo de ser parte de una “comunidad metalera”.
Si bien la evidencia apunta a que existe una correlación entre escuchar rock pesado y tener conductas desadaptadas, hay que determinar que la correlación no indica causalidad.
Al margen de que debemos cuestionarnos si el arte debe o no tratar temas oscuros como la violencia y la muerte (a ver si estamos tan de acuerdo en prohibir a Shakespeare), hay que precisar que, en la mayoría de los casos, el heavy metal no es la causa, sino la vía de escape para los jóvenes con problemas familiares y conductas depresivas. Se trata de una música que empatiza con ellos al hablar de rebeldía, de alienación, de cuestionamientos filosóficos y de fenómenos sobrenaturales, y que les ofrece además una liberación física del estrés que acumulan.
Parafraseando a Frank: ¿podemos culpar al rock? Pues sí, pero solo si queremos evadir todas las demás responsabilidades.