Imagen: César Mejías

Tu hijo debería ir a jardines infantiles y plazas riesgosas. Estas son las razones

Ante una cultura del excesivo cuidado y la sobreprotección, se alza en Reino Unido y otros países, una corriente que busca rescatar el riesgo en los juegos, un elemento fundamental para el desarrollo de los niños que sin darnos cuenta, estamos perdiendo.

Por Magdalena Araus @mmaraus | 2018-04-13 | 07:00
Tags | niños, riesgo, juego, sobreprotección, hijos.

Hay muchas cosas que los niños de hoy pueden hacer y que nosotros ni imaginamos en nuestros mejores sueños. No entraremos en detalles, pero con pensar en pantallas mágicas-multiuso basta y sobra. Sin embargo, hay algo que los niños de hoy han perdido: el juego con riesgo.

¿Recuerdas esas escaladas en árboles gigantes a punto de caerte? ¿O esas resbaladas en algún terreno pedregoso por ahí? Las más clásicas escenas de la infancia, que muchas veces terminaban en llantos y hasta visitas a hospitales, son cada vez menos comunes. Y se entiende. El aumento de la preocupación por la seguridad de los niños nos lleva a minimizar el riesgo lo más posible. ¿Quién quiere exponerlos a accidentes?

¡Toda la razón! Los accidentes son una de las principales causas de muerte en niños de 4 a 15 años (al menos en EEUU), así que no es extraño que nos preocupemos. Lo extraño es que esa preocupación haya llegado a tal punto, que estamos afectando el desarrollo de los pequeños directamente e incluso haciendo que puedan sufrir hasta peores accidentes.

En El Definido te contamos sobre un movimiento que crece cada día más y que apuesta a que los niños jueguen de manera más riesgosa. En Reino Unido se ha extendido notablemente y hasta el diseño de las plazas y la enseñanza en los jardines infantiles, está cambiando.

¡Menos nubes de algodón! Razones por las que una pizca de riesgo es beneficiosa

En febrero de 2007, una escuela primaria de Lincolnshire (Londres) prohibió a los alumnos jugar a la pinta, porque se estaba volviendo demasiado “ruda”. Esta prohibición también se ha hecho en Estados Unidos, Australia e Irlanda, donde en un condado la mitad de las escuelas primarias prohibieron a los niños correr juntos en el patio del recreo. ¡Uf, por suerte ahora existen los celulares inteligentes para que tengan algo que hacer! Not.

Estos son datos recogidos por el inglés Tim Gill, en su libro Sin miedo. Creciendo en una sociedad de aversión al riesgo, donde plantea ya desde 2007 una visión equilibrada y reflexiva del riesgo.

Tim se enfoca en políticas públicas, educación y diseño urbano, que ve como una oportunidad para propiciar el juego arriesgado en los niños, y así ha trabajado con las autoridades de Londres y diversas ONGs en el tema.

Para él hay cuatro razones por las que el riesgo es beneficioso en la infancia, que no solo parecen de sentido común, sino que están respaldadas por la evidencia y la opinión de psicólogos y expertos en desarrollo infantil:

- Encontrarse con ciertos riesgos ayuda a los niños a aprender cómo manejarlos. Esto les permite evitar problemas cuando se trate de situaciones similares.

- Muchos (quizás la mayoría) de los niños tienen un apetito de riesgo que, si no se alimenta de algún modo, los llevará a buscar situaciones donde pueden estar expuestos a mayores peligros.

- A largo plazo, los niños forman su carácter y personalidad enfrentando circunstancias adversas, donde saben que existe la posibilidad de lesiones o pérdidas. Desarrollan la audacia y el espíritu emprendedor, la resiliencia y autosuficiencia.

- Hay ventajas colaterales en este tipo de actividades. Por ejemplo, el juego activo al aire libre siempre conlleva cierto riesgo, pero los beneficios de salud y desarrollo, superan ampliamente los riesgos.

Otras investigaciones muestran que el riesgo en el juego permite a los niños probar sus límites físicos, desarrollar su capacidad motora y aprender a evitar y enfrentar estas situaciones. Además, este tipo de juegos promueve la creatividad.

Si no hay riesgo, puede haber problemas

Por si a alguien le queda la duda: estamos hablando de riesgo, no de peligro. Ahí hay una distinción importante que a los expertos en el tema les gusta hacer, pues nadie cree que una niña que juega con fuego y parafina va a poder desarrollar mejor sus habilidades para enfrentar la vida.

En el análisis sobre la sobreprotección de los niños y la importancia de experimentar el riesgo, incluso se ha acuñado el término de Trastorno por Déficit de Riesgo (RDD, por sus siglas en inglés). No se trata de “ponerle color”, sino que al definirlo como un problema, podemos ver cómo nuestra sobreprotección puede afectarlos.

La falta de riesgos puede conducir a problemas como la obesidad, comprometer la salud mental, la falta de independencia y una disminución en el aprendizaje, la percepción y las habilidades de juicio. David Eager y Helen Little (investigadores del RDD), agregan que este trastorno puede llevar a una falta de capacidad y conocimiento para luego percibir cuando existen riesgos.

“El riesgo no siempre se trata de ser imprudente, sino más bien comprometerse con la incertidumbre para lograr un objetivo en particular. Situaciones como estas requieren que evaluemos nuestra probabilidad de éxito o fracaso en función de lo que sabemos sobre nuestras capacidades y otros conocimientos relevantes o información relacionada con la situación. Es solo a través de desafíos como estos que aprendemos a evaluar los riesgos involucrados y hacer juicios apropiados acerca de nuestra probabilidad de éxito”, señalan en un estudio.

Pero, ¿saben los niños evaluar el riesgo por sí mismos? Su capacidad dependerá tanto de su propia experiencia como de lo que les transmitamos (equilibradamente) como padres, pero hay un dato sorprendente: innatamente sabemos distinguir situaciones riesgosas.

Un famoso experimento realizado en 1959, por Eleonor Gibson y Richard Walk, mostró la presencia de esta capacidad en los bebés de seis meses. Cuando gateaban sobre un tablero de ajedrez que en una parte parecía bajar un escalón (aunque la superficie era pareja para evitar peligros), las guaguas se detenían a ver cómo seguir. Algunas se retiraron mientras otros, con cuidado, gatearon hacia adelante, probando la superficie para asegurarse de que no se caerían para abajo. Hasta los niños más pequeños, son capaces de advertir el riesgo y tomar precauciones.

El diseño es una oportunidad

Ante todo esto, los jardines infantiles y las plazas se presentan como una plataforma que, bien diseñada, pueden impulsar la experiencia del juego riesgoso.

En Reino Unido se ha aplicado concretamente, y Tim Gill ha sido parte del proceso, teniendo un papel destacado en los lineamientos de cómo hacer espacios de juego (aquí pueden encontrar algunas de sus publicaciones).

Un ejemplo es el Princess Diana Playground en Kensington Gardens (Londres), que atrae a más de un millón de visitantes al año y en su entrada advierte que los riesgos han sido "provistos intencionalmente, para que su hijo pueda apreciar el riesgo en un entorno de juego controlado en lugar de tomando riesgos similares en un mundo más amplio no controlado y no regulado".

Así como ese parque, muchos otros en Reino Unido han reenfocado su diseño para estimular el riesgo. Podríamos decir que hoy son los rockstars de este movimiento, a diferencia de EEUU, donde sigue primando el miedo a los accidentes.

Tim Gill dice a El Definido: “Veo algunas señales de optimismo. En los últimos años, un número creciente de padres en algunas sociedades han rechazado la idea de que los niños son frágiles, están en constante peligro y deben ser supervisados de cerca. Fíjate, por ejemplo, en el surgimiento del movimiento de ‘crianza en libertad’ en EEUU o el increíble crecimiento de los programas de escuela forestal y de jardín de infantes, en el Reino Unido y Australia”.

Australia introdujo nuevos estándares para juegos infantiles, invitando a considerar los beneficios de las actividades que podrían resultar en lesiones, y tanto Canadá como Suecia están siguiendo su ejemplo, informa el New York Times.

Los jardines infantiles no se quedan fuera. El medio norteamericano destaca también el caso de la Primaria y Guardería de Richmond Avenue, donde “salieron las casitas de plástico y llegaron las cosas arriesgadas: pilas de dos por cuatro, cajas y ladrillos sueltos. El patio de la escuela tiene un pozo de lodo, un columpio de neumáticos, tocones de troncos y bancos de trabajo con martillos y sierras”. Todo, con la supervisión justa, no excesiva, de los educadores. Este es solo un ejemplo de lo que están probando otros centros educativos en el Reino Unido.

Ya está claro, no es algo de británicos cansados del cuidado y el recato, el movimiento “pro riesgo”, por ponerle un nombre, se está manifestando cada vez más y de distintas maneras. Las escuelas en el bosque de las que hablamos hace un tiempo, apuntan a algo similar: exponer a los niños a más y mejores desafíos, en este caso, en el contacto con la naturaleza. Una de cada diez escuelas de Dinamarca tienen sus aulas literalmente en el bosque, aunque llueva, y Alemania también ha adoptado este modelo que los daneses llevan implementando por casi 70 años.

De todos modos, en este diseño de parques y escuelas, también hay que ser cuidadosos. No se trata de poner clavos en el piso y los investigadores del RDD aclaran: “Es importante tener en cuenta que en un espacio de juego seguro, el diseño incluye la eliminación de todos los peligros que pueden causar la muerte o lesiones graves”. Y cuando se trata de escuelas, el rol de los profesores es muy importante a la hora de evaluar el riesgo. Deben crear el ambiente propicio, supervisar y también encargar la revisión periódica de los equipamientos y el terreno.

Esto de acuerdo, ¡pero sigo temiendo que mi hijo se arriesgue!

Tim Gill cree que debemos hacer el esfuerzo de mirar más allá del hoy: “El miedo es una emoción muy poderosa. Necesita una respuesta que sea igualmente poderosa y emotiva. Si bien la evidencia y los argumentos pueden ayudarnos a poner nuestros miedos en un contexto, rara vez son suficientes para desterrarlos. Necesitamos hacer frente al daño que les hacemos a nuestros hijos cuando les negamos la oportunidad de convertirnos en personas seguras, resilientes y responsables. Necesitamos tomar una visión a más largo plazo de lo que hace que los niños estén sanos y felices”, nos explica. Luego agrega que “necesitamos ver las cosas a través de sus ojos, y al hacerlo, obtener información sobre cómo sus experiencias, esfuerzos y errores, los ayudan a comprender el mundo que los rodea”.

¿Significa que ahora podrás empujar a tu hijo escalera abajo y sin culpa? No. Pero cuando lo veas jugar libremente, haz el esfuerzo de pensar cómo fue tu infancia y cuánto gozaste de juegos que hoy te podrían parecer un escándalo. Déjalo crecer.

¿Cuáles son tus mayores miedos con tus hijos? ¿Te reconoces sobreprotector/a?