Juventudes y Voluntariado: Una mirada desde América Solidaria

Germán Díaz, Director de Cooperación al Desarrollo de América Solidaria, reflexiona sobre cómo nosotros, que fuimos la génesis de los problemas que está teniendo el continente, somos los protagonistas de la solución.

Por Otros Medios | 2014-01-15 | 18:00
Tags | America Solidaria, juventud, cambio, revolución, ayuda, Latinoamerica

Las juventudes en América Latina, pese a seguir siendo vista por muchos como un período de crisis, de conflicto o de moratoria social (transición hacia la vida adulta), han demostrado en la última década su importante protagonismo en los procesos sociales y en la construcción de una ciudadanía activa en el cambio social, especialmente en aquellas temáticas vinculadas a la reducción de la corrupción, la aceptación de la diversidad, el aumento de la empleabilidad y la superación de las profundas desigualdades que caracterizan al continente.

La Primera Encuesta Iberoamericana de Juventudes (2013) evidencia que, además, los jóvenes poseemos una visión positiva ante el futuro y nos sentimos capaces de liderar este cambio. “El Índice de Expectativas Juveniles también nos muestra que dos tercios de los jóvenes de Iberoamérica ven el futuro con una mirada positiva y que las expectativas sobre el futuro son más optimistas que las evaluaciones sobre el presente. Además, los jóvenes expresan más confianza en las capacidades propias que en el entorno en el que se desarrollan”.

América Solidaria nació a fines de los noventa, de la mano de miles de jóvenes que se dieron cita en el Encuentro Continental de Jóvenes católicos en octubre de 1998. El ímpetu social y el interés por remediar la deuda histórica con los más oprimidos y excluidos del continente hizo que se organizase una colecta nacional a favor del pueblo haitiano, que en ese entonces, y en la actualidad, sigue siendo el país más pobre del continente, con más de un 80% de la población viviendo en situación de pobreza. Pero la inquietud no quedó ahí, somos jóvenes y no sólo soñamos con cambiar el mundo, sino que queremos transformarlo con nuestras propias manos, con nuestro propio trabajo, con nuestras propias ideas. Por eso el compromiso fue más allá de la colecta, y en los años siguientes comenzaron a viajar jóvenes chilenos como voluntarios a Haití, de modo de integrarse al trabajo de pequeñas iniciativas locales.

Una década después, hemos observado cómo un emprendimiento juvenil a pequeña escala física, pero a gran escala humana, ha sido capaz de consolidarse en una institución con presencia en 11 países de Latinoamérica, con más de 35 proyectos anuales de cooperación sur-sur y con la participación de más de 375 profesionales voluntarios de cinco nacionalidades y de una veintena de profesiones. Todos bajo el mismo sueño de globalizar la solidaridad en el continente y cambiar las estructuras de desigualdad y exclusión que condenan a más de un tercio de  nuestros coterráneos. Todos haciendo vibrar a un nuevo pulso la forma de relacionarnos con el otro, de transformar nuestras diferencias en oportunidades y ya no más en desigualdades. Vaticinando un nuevo tiempo, no tal vez el de las gloriosas revoluciones, pero sí el de la profunda metamorfosis, que como bien señala E. Morin (2010), a diferencia de las primeras, no se gestionan en oposición a lo anterior, sino más bien en redefinición de lo anterior, en inclusión de lo anterior.

En un continente rico en recursos, en personas, en diversidad étnica, idiomática, cultural,  todos somos parte y protagonistas de la solución, pues todos hemos contribuido a la génesis del problema. Desde ahí nace nuestra apuesta, invitando a jóvenes profesionales a trabajar por un año en proyectos de superación de pobreza, con énfasis en la eficiencia y generación de impacto, pero sin transar en la vinculación horizontal e igualitaria, para lo cual proponemos vivir en comunidad y en las fronteras, en la austeridad que no empobrece sino más bien en aquella que enriquece, porque cuando se conoce se ama y cuanto más se ama, más libres somos, más útiles y capaces nos volvemos.

Concordamos así con Bernardo Kliksberg, quien afirma que “el voluntariado todavía no ha dicho lo que tiene que decir en América Latina”, pues son muchas las posibilidades que se abren, muchas las nuevas formas de relacionarnos que se están entretejiendo, mucho el impacto social y político de nuestras intervenciones, de nuestra forma de resignificar las barreras y expandir la conciencia. Estamos ante un despertar evidente que será canalizado en muchas direcciones y formas innovadoras.