Imagen: Gojko Franulic

¿Es tan tonta la "ley salero"?

La norma que busca obligar a los restaurantes a sacar sus saleros de las mesas se volvió el hazmerreír de las redes sociales apenas fue anunciada. Sin embargo, estudiando la psicología humana, la idea empieza a adquirir bastante sentido.

Por Marco Canepa @mcanepa | 2014-08-01 | 07:00
Tags | leyes, ley salero, memes, burlas, críticas, nudge, sal, alimentación, salud, políticas públicas, paternalismo, libertad
"Debemos entender que, cuando se trata de presentar opciones a las personas, no existen diseños neutrales. Todo detalle tiene algún tipo de influencia en la decisión que tomaremos"
Antes de partir, un poco de contexto. El 26 de julio los diputados Gabriel Silber (DC) y Daniel Farcas (PPD) anunciaron que presentarían un proyecto de ley bastante curioso: prohibir los saleros en las mesas de los restaurantes, para desincentivar el consumo excesivo de sal y que si alguien quiere agregar sal a su comida, deba pedírselo al garzón.

Esto porque, según ellos, la gente tiene la mala costumbre de agregar sal a su comida incluso antes de haber probado el alimento, lo que ha llevado, junto a otras razones, a que el consumo promedio de sal del chileno sea hasta 3 veces lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). El problema no es menor, ya que el excesivo consumo de sal se ha relacionado con una serie de patologías como hipertensión arterial, accidentes cerebrovasculares, eventos cardíacos, cáncer gástrico, desmineralización ósea, etc.

La noticia no tardó en volverse motivo de burla en todas las redes sociales, donde la gente calificó la idea, entre otras cosas, como ridícula, inútil y autoritaria. “El problema no es la dieta con sal, es la dieta parlamentaria” fue una de las tantas bromas que se escucharon en el momento. De hecho, tanto se festinaron la idea, que los medios dieron más cobertura a los memes que generó la iniciativa, que al análisis de la misma. Si hasta yo mismo me reí de ella en esta tira de Juanelo.



Sin embargo... ¿es tan estúpida la idea? En mi humilde opinión, no.

Econs vs. Humanos: somos más influenciables de lo que creemos


"¡Por favor! ¡Soy perfectamente capaz de determinar si le echo o no sal a mi comida, que esté o no el salero no influyen en nada en mi decisión" habrán dicho muchos al enterarse de la iniciativa.

Sin embargo, en su libro Nudge ("empujón" en inglés), el profesor de Ciencias de la Conducta y director del Centro para Investigación de Decisiones de la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago, Richard Thaler, cuenta el caso de una Directora de una empresa de banquetería que atiende las cafeterías de varias escuelas de Estados Unidos, que decide hacer un experimento: ¿Cambiaría la elección de alimentos de los niños si se reordenara el modo en que se les presentan sus opciones, aunque sin variar el menú?. Decidida a investigarlo, determina ofrecer el mismo menú en diversas escuelas, variando sólo el orden y posición en que se presentan los alimentos a los alumnos.

La respuesta, después de los experimentos es clara: Los niños escogen menús más sanos si las opciones saludables (por ejemplo, zanahorias) se les presentan primero y están más a la altura de la vista, que las opciones menos sanas, pero mucho más deliciosas (por ejemplo, papas fritas). Y la diferencia no es menor: el consumo de algunos alimentos varía hasta en un 25%.

En nuestras cabezas, todos creemos que nuestras decisiones son altamente racionales y que evaluamos todas las alternativas, para luego tomar una decisión óptima. Esta suposición es la que lleva a muchos economistas a creer que basta con ofrecer muchas opciones y buena información, para que la sociedad funcione de manera óptima en cada área de la vida. Esta persona ficticia que los economistas creen que somos, es lo que Thaler denomina "Econs".

Desgraciadamente, la cosa no es tan fácil. Los seres humanos somos seres pasionales, imperfectos, propensos a las tentaciones, a los prejuicios y a los sesgos de toda clase. ¿Cómo se explica, sino, que comamos cosas que nos enferman incluso contra nuestra propia voluntad? ¿Que a sabiendas nos metamos en vicios como el cigarrillo, que no nos aportan nada y que ponen en riesgo nuestra vida? ¿Que no ahorremos para nuestras vejez a menos que nos obliguen; insistamos en relaciones sentimentales con personas que nos hacen daño, y escojamos carreras y profesiones que no nos hacen felices? ¿Cuántas veces te has arrepentido de comprar algo en el segundo mismo que saliste de la tienda? Dicho en buen chileno, los Humanos somos buenazos para cagarla.

Tan malos somos para tomar decisiones, que según cuentan Dan y Chip Heath en su libro Decisive: How to make better choices in life and work ("Decisivo: Cómo tomar mejores decisiones en la vida y el trabajo"), el 83% de todas las fusiones empresariales fracasan en crear valor agregado para sus accionistas. Y aquí estamos hablando de hombres de negocios, la mayoría de ellos economistas e ingenieros comerciales, tomando decisiones "racionales", sobre su área de experiencia, en reuniones de alto nivel. 

¿Cómo puede ser que tomemos tan malas decisiones? Según señalan los autores, la clave está en cómo funciona nuestro cerebro: nuestra intuición toma una decisión y luego nuestro cerebro racional busca los fundamentos lógicos para justificarla, descartando la información contraria y seleccionando aquella que refuerza nuestra postura. ¿No me crees? ¿Cuándo fue la última vez que leíste un medio de prensa de la postura política contraria a la tuya, con el mismo interés y amplitud de mente que lees a los medios que te resultan afines? ¡Ja! Touché.

Los arquitectos de opciones 


¿Y por qué importa todo esto? Porque como somos Humanos y no Econs, debemos entender que, cuando se trata de presentar opciones a las personas, no existen diseños neutrales. Todo detalle tiene algún tipo de influencia en la decisión que tomaremos. ¿Sabías que los productos dispuestos al medio de la góndola de un supermercado se venden más que los que están más arriba, más abajo o en los extremos? ¿Que el pasillo más valioso del supermercado y donde se generan más ventas (el "pasillo del valor") es el que se encuentra justo frente a la entrada? ¿Que los productos alimenticios con colores más cálidos se perciben como más "sabrosos" que los de colores fríos? (por eso toda la comida rápida usa el color rojo) ¿que las botellas de vino más altas se perciben de mejor calidad que las más bajas? ¿Que cuando hay escaleras abiertas y esculturales, más gente las usa que cuando están en espacios cerrados? Podría seguir con páginas y páginas de ejemplos (no por nada estudié diseño).


"Hmm... me dieron ganas de subir a pie..."

Por esto, Thaler señala que los arquitectos, diseñadores, directores, vendedores, médicos, padres y, en el fondo, cualquier persona que tenga la responsabilidad de diseñar el contexto en que se toman decisiones, es un "arquitecto de opciones" y el modo en que organice y presente esas opciones tendrá una influencia en la decisión que tomarán sus clientes.

Por lo tanto, para influir en las decisiones de la gente, educar es indispensable, pero no basta. Todos sabemos lo malo que el tabaco, pero casi la mitad de los chilenos fuma. Todos sabemos los riesgos del exceso de velocidad, pero lo hacemos igual. Todos sabemos que hay que comer sano, pero no lo hacemos. Creer que resolveremos estos temas sólo con educación y promoción, es ingenuo. Hay que aplicar toda la batería de elementos a mano para que tomemos mejores decisiones.

Y aquí es donde volvemos a la política y al caso de la "Ley Salero", porque efectivamente, Thaler recomienda en su libro a las autoridades aplicar algo que él denomina (un tanto desafortunadamente), el "Paternalismo libertario". Paternalismo en el sentido de que el Estado debe velar por el bienestar físico y psicológico de sus ciudadanos, y libertario en el sentido de que debe hacerlo sin prohibir las opciones negativas, respetando la libertad de cada ciudadano de hacer lo que le plazca, mientras no afecte negativamente a otros.

¿Y cuál sería, entonces, la mejor forma de lograr esto?


Pues con iniciativas como la famosa "Ley Salero". Hacer ligeramente más fácil, barato o conveniente elegir las cosas que nos hacen bien, antes que aquellas que nos hacen mal. En este caso, no poner sal resulta más fácil y cómodo que agregarla, pero seguimos teniendo la opción de hacerlo, si es que así lo deseamos. Nuestra libertad sigue intacta. El resultado es que no dejaremos de agregar sal a un plato desabrido, pero al menos lo probaremos antes de echarle sal. De hecho, los locales de comida rápida ya funcionan así: no te dan bolsitas de sal a menos que la pidas. No ha sido tan terrible, ¿o sí?

El campeón de esta ideología fue el ex-alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg ("niñera Bloomberg" para sus detractores), que empujó una serie de medidas  para dificultar las opciones poco saludables para los habitantes de esas ciudad: achicar los vasos de bebida, poner los alimentos menos sanos al fondo del supermercado, prohibir fumar en bares, modificó el transporte público y áreas verdes, etc. ¿El resultado? Durante su administración subió el empleo, el turismo, las áreas verdes, mejoró la educación y salud de sus habitantes, entre otros. Hoy en día, Bloomberg ofrece asesorías para exportar su modelo .

En su libro, Nudge, Thaler recomienda a los arquitectos de opciones formas sutiles de mejorar las decisiones de los ciudadanos en temas tan variados como el ahorro previsional, los créditos, la farmacología, las donaciones de organos, el ambientalismo, la educación y un largo etcétera.

Entonces... ¿resuelve la Ley Salero el problema?


Obvio que no. Efectivamente hay grandes carencias en temas de educación, hábitos y cultura, de regulación a los alimentos procesados que compramos, de falta de deporte y muchos otros ángulos del problema. Pero eso no quiere decir que no se pueda agregar esta iniciativa, nadie dijo que tiene que ser todo o nada. La "Ley Salero" no impide tomar otras medidas, más amplias y complejas, que tomarán más tiempo en discutirse. No resuelve el problema, pero suma un ángulo de ataque.

¿Aún piensas que el proyecto es tonto? ¿Estás de acuerdo con este rol del Estado?