¿Por qué dejamos de tener hijos? (y qué hacer al respecto)

La baja en las tasas de natalidad es un fenómeno multicausal que viene aparejado al desarrollo económico. Entender lo que motiva a las familias a dejar de tener hijos ayuda a vislumbrar las respuestas a un problema que no tiene clara de solución. Aunque algunos países han hecho cosas bien curiosas para resolverlo...

Por Marco Canepa @mcanepa | 2013-05-24 | 11:01
Tags | paternidad, natalidad, maternidad, hijos, niños, padres, campañas

¿No le pasa, al escuchar a los "expertos" debatir en torno al problema las bajas tasas de natalidad de Chile, que son las peores de la región -debate detonado por el anuncio del Presidente de entregar un bono de $100 mil pesos por tercer hijo-, que sienten que se está simplificando demasiado el problema? Pareciera, al oírlos hablar, que se trata sólo de un problema de incentivos económicos y servicios sociales. 

Sin embargo, como toda conducta humana, la decisión de posponer la paternidad es multicausal y compleja, asociada a aspectos emocionales, económicos, prácticos y sociales, que es necesario entender si se quiere encontrar una solución al problema.

¿Por qué dejamos de tener hijos? 

Si hay algo en lo que todos concuerdan, es que los países, a medida que avanzan en su nivel de desarrollo, disminuyen de manera proporcional sus tasas de natalidad.  Aunque habitualmente la explicación simplista que se da a este fenómeno es que "hay un mayor nivel cultural, educación sexual y mejor acceso a métodos anticonceptivos", es indudable que el problema tiene bastantes más aristas. El observatorio de la OCDE publicó un brief en 1997 que resume brillantemente bien parte del problema. Veamos:

1. Menos es más

En las sociedades preindustriales y países en desarrollo que se sostienen principalmente sobre actividades productivas basadas en mano de obra no calificada, el tener más hijos es una buena inversión. El niño requiere ser sólo alimentado y vestido, y empieza tempranamente a trabajar, volviéndose pronto un aporte a su familia; a más hijos, más manos para trabajar la tierra o ayudar en el negocio familiar. Pero a medida que la economía se sofistica y se empiezan a requerir mayores grados de preparación, la ecuación empieza a cambiar. El niño que con suerte iba a una escuelita hasta los 14 años, ahora debe asistir a un buen colegio hasta los 18, luego postular a la universidad, instituto profesional o centro de formación técnica y dedicarle a éste otros tres a seis años, o quizás más, si además se especializa. Todo esto implica mayores sacrificios para la familia, que naturalmente opta por concentrar sus recursos en uno o dos hijos. 

Esta es la decisión racional que la mayoría de los incentivos económicos y sociales intenta resolver, intentando reducir los costos de criar un niño. Pero para que tengan efecto, deben ser continuos y permanentes, ajustados a cada etapa de la vida del niño y a los costos reales de crianza. 

2. Quiero tener hijos, pero no sé cómo me las arreglaría

Asociado al punto anterior, el hecho de que la mujer haya ingresado al mercado laboral plantea dificultades logísticas que los padres de antaño no necesitaban contestar. ¿Cómo mantener el estandar de vida previo si la mujer deja de trabajar? ¿O si retiene el trabajo,  qué hacer una vez terminado el postnatal? ¿Quién cuida al niño mientras ambos padres trabajan? ¿Y cómo pagar esos cuidados? Todas estas consideraciones frenan la decisión de iniciar el proceso y, por eso la extensión del postnatal y el que el hombre también pueda pedirlo, así como el acceso a salas cunas, ofrecen una buena salida a este ángulo del problema.

3. Quiero tener hijos... pero después

El estudio de la OCDE detectó que en todos los países que conforman el bloque, independiente de sus niveles de fertilidad, las mujeres declaran querer -en promedio- entre 2 a 3 hijos. Sin embargo, en prácticamente ninguno de ellos la tasa natalidad se acerca siquiera a ese número. De hecho, casi la mitad de los niños en países desarrollados crecen sin un hermano. ¿Por qué si las mujeres quieren tener más hijos, no lo hacen?. Porque lo posponen hasta un punto en que, cuando desean concebir, su período de fertilidad ya se encuentra pronto a terminar y dado que a medida que se avanza en edad se hace más difícil concebir, el efecto es que muchas mujeres no alcanzan a tener la cantidad de hijos que habían planificado.

¿Pero por qué posponer la maternidad? Sencillamente porque, en la sociedad moderna, habiendo ingresado al mercado laboral, tienen otras opciones y prioridades. El costo alternativo de tener un hijo ha crecido. "No puedo tener un hijo ahora, debo terminar la universidad", parten diciendo y luego "Aún no puedo, quiero viajar primero" y a la vuelta del viaje "No puedo tener un hijo ahora, tengo que trabajar para tener ahorros", a lo que sigue "Quiero tener mi propio departamento antes de empezar una familia" o "quiero hacer un postítulo"... así, para cuando todas las condiciones están dadas, ya se encuentra sobre los 30 años.

Si pone atención, se dará cuenta que ninguna de las políticas sociales ni económicas propuestas por gobierno o expertos están dando solución a este problema, pues ningún subsidio, bono o beneficio social hace más atractiva la paternidad frente a un proyecto de vida. De hecho, en un artículo anterior incluso hablamos de esto como "el mejor anticonceptivo". 

Sin embargo, el documento de la OCDE ofrece una luz de salida al problema: Si hace 25 años los países de la OCDE que tenían a la mujer fuera del mercado laboral, tenían mayores índices de natalidad, ahora la relación se ha invertido, aunque sólo en aquellos países en que la mujer tiene acceso a trabajos de medio tiempo. La razón es obvia: Este tipo de trabajos permite compatibilizar el aspecto laboral con el familiar

Por lo tanto, si el Estado quiere fomentar la natalidad, debe asegurarse que la maternidad y el trabajo no sean excluyentes, deben ser compatibles. 

4. La presión social

Este suele ser el punto que la mayoría de los economistas (e incluso el mismo estudio de la OCDE) suelen dejar fuera de la ecuación: El factor emocional y social que viene asociado a las menores tasas de natalidad. Si los tres puntos anteriores inician la bola de nieve que lleva a un país a bajar sus tasas de natalidad, el efecto social que esto produce se encarga de hacerla crecer hasta niveles preocupantes. A medida que más y más parejas posponen la paternidad y ven que otras hacen lo mismo, se reafirma la noción de que esto es algo normal y necesario. Los hijos se van transformando, socialmente hablando, en "un cacho" que muchos desean evitar lo más posible y cuya crianza ven con franco terror. A medida que el fenómeno se extiende, se vuelve un tema de conversación habitual, hasta transformarse en un problema cultural, que es traspasado a los hijos, formando un círculo vicioso. 

Este factor emocional-social, de ver a los niños como un problema, es uno de los que es más urgente combatir. Se requiere una campaña permanente y bien concebida para modificar esta percepción. Semejante campaña podría transmitir, entre otras, las siguientes ideas-fuerza:

  • No es necesario elegir entre la familia o el trabajo. Tener hijos es compatible con trabajar y perseguir una vocación. (Llamado práctico, racional)
  • Las personas son más felices cuando tienen hijos. (Llamado emocional positivo)
  • Esperar hasta más allá de los 30 es peligroso y puede, finalmente, hacer imposible tener familia. (Llamado emocional asociado al riesgo)

Semejante campaña podría adoptar las más variadas formas, formatos y recursos, ser social, viral o por medios tradicionales. 

La nota freak

Algunos países han recurrido a estrategias más extremas o extrañas para incentivar -o forzar- a sus ciudadanos a tener hijos, al punto de tomarlo como un problema de seguridad nacional y transformar el acto de procreación en un deber patriótico.

Singapur, por ejemplo, creó una hilarante campaña en asociación con la marca de pastillas de menta Mentos, para incentivar a sus ciudadanos a "dejar explotar su patriotismo". El país transformó el 9 de agosto en el "La Noche Nacional" y a través de un video, un rapero de voz masculina y sensual, al estilo Barry White, llama a los ciudadanos a "hacer nacer una nación" con frases como "Soy un marido patriótico, tu eres mi patriótica mujer, hagamos nuestro acto cívico y fabriquemos un bebé". Pueden verlo a continuación:

Singapur gasta US$1300 millones anualmente para convencer a sus ciudadanos de procrear y ha limitado el número permitido de viviendas pequeñas de un dormitorio, para fomentar la familia.

Rusia realiza una iniciativa similar desde 2007, nombrando a Septiembre 12 como el "Día de la Concepción", el cual es feriado. Las mujeres que dan a luz 9 meses después de ese día pueden ganar refrigeradores, dinero y hasta un auto. Y parece estar funcionando, aunque las tasas de natalidad han venido creciendo desde antes de la campaña.

Corea del Sur también se sumó al carro, con el "Día de la Familia" el tercer miércoles de cada mes, día en que las oficinas del gobierno apagan la luz a las 7 pm. y mandan a sus empleados a la casa para que hagan sus otras labores. Además está intentando ayudar financieramente a las familias a soportar los altos costos de educación de sus hijos.

Rumania tiene una historia bastante más oscura. En los 60s la nación -por ese entonces bajo gobierno marxista- decidió recurrir a medidas drásticas para levantar el crecimiento poblacional, que se aproximaba a cero. Los mayores de 25 años sin hijos, independiente de su estado marital, debían pagar un impuesto de hasta 20% de sus ingresos y el divorcio prácticamente se hizo imposible de obtener. Se instaló policías en los hospitales, para evitar abortos ilegales. Y dio resultado, los nacimientos prácticamente se duplicaron de un año al siguiente. 

En los 80s el regimen de Nicolae Ceausescu recurrió otra vez a la fuerza bruta. Se forzó a las mujeres a realizarse exámenes ginecológicos mensuales para detectar prematuramente los embarazos y evitar abortos, y se sometía a interrogatorios a solteros y parejas sin hijos, entre otras medidas. La campaña para forzar la fertilidad femenina sólo terminó con la sangrienta revolución de diciembre de 1989, en que el gobierno de Ceausescu fue derrocado y él y su mujer ejecutados.