María Vargas Rapiman, 11 años, tiene un nuevo amigo en Facebook. Todavía no sabe ni escribir ni pronunciar su nombre. Lo agregó hace un par de semanas y le habla cada vez que lo ve conectado. El problema es que no siempre está: su nuevo amigo vive en Turquía, país con seis horas de diferencia en relación a Chile. Cuando María llega del colegio, a eso de las cuatro de la tarde, en Turquía ya son las diez de la noche, y su amigo se prepara para dormir.
“A veces entiendo todo lo que dice, pero lo que todavía no sé es escribir en turco. Uso el traductor de Google para hablarle”, confiesa María Vargas, alumna de 6° básico del colegio Mustafa Kemal Ataturk de Lo Prado, que cuenta con un programa educacional especial, basado en la integración intercultural. Desde hace un año la escuela imparte a sus alumnos una hora obligatoria de turco, que se sumó a la hora de mapudungun que ya existía.
Pero no sólo les importa la enseñanza del idioma, sino que una parte fundamental en el proyecto educativo es transmitir la cultura mapuche y turca con profesores especializados. ¿Qué relación tiene el turco y el mapudungun? ¿Por qué se enseñan estas culturas?
En 1970 un grupo de pobladores del campamento Che Guevara, ubicado en lo que en ese entonces era Barrancas, le manifestó a las autoridades de la época la necesidad de tener un colegio donde educar a sus hijos. Tras algunas gestiones, nace la Escuela Básica F 379. En 1985, con la creación de la comuna de Lo Prado, pasa a llamarse escuela Ciudad de Caracas, nombre que llevaría por varios años. Hasta esa fecha el establecimiento funcionaba de forma normal, con los métodos comunes de enseñanza.
Fue recién en 1993 cuando los apoderados, en conjunto con los profesores, le dan un vuelco a esa normalidad: ante la gran cantidad de alumnos provenientes de familias mapuches, que vivían en la población Che Guevara donde está inserto el colegio, deciden entregar una educación especial a sus niños, basada en la interculturalidad, con claro énfasis en la cultura mapuche. Deseaban que sus hijos crecieran identificados con la cultura.
Se pensó, se planificó, lo autorizaron y se hizo. En 1995 la idea ya estaba en marcha. El colegio contaba con talleres especiales para todos los niños, que se dividían en trimestres. En el primer trimestre se enseñaba la lengua mapuche. En el segundo, los bailes, rituales, poesía, instrumentos musicales. Y en el tercero, todo lo relacionado a la artesanía, telares, lana y comida típica mapuche.
Así funcionó por varios años. El colegio se conectó con la comunidad. Los apoderados valoraban lo aprendido por sus hijos. Se ofrecían talleres extra programáticos. Los profesores disfrutaban siendo parte del proyecto. Sin embargo, con la llegada del siglo XXI el panorama cambiaría y el establecimiento viviría su época más oscura.
La escuela Ciudad de Caracas sufrió el fenómeno chileno de la migración de estudiantes de colegios municipales a subvencionados. En el año 2007 el número de matrículas era muy bajo. El colegio era insostenible. Y el programa de interculturalidad corría el riesgo de extinguirse. En este contexto, la Municipalidad de Lo Prado decide fusionar dos escuelas con peligro de cierre: el Ciudad de Caracas y el Ataturk. Este último se mantenía gracias al apadrinamiento de la embajada turca.
El 9 de julio de 2009 el colegio Ciudad de Caracas pasa a llamarse Mustafa Kemal Ataturk, en honor al primer presidente turco, quien es considerado una de las figuras más importantes de la historia de aquel país. No sólo heredó el nombre, sino que también el apoyo de la embajada.
“La embajada de Turquía está muy preocupada del colegio. El embajador viene tres veces al año personalmente. Nos aportan con implementos, tecnología y todo lo necesario para enseñar su cultura”, relata Soledad Huaiquiñir, jefa de UTP de la escuela.
“La fusión fue posible porque no nos importa tanto que nuestros alumnos salgan hablando turco o mapudungun, nos interesa más que tomen consciencia de que hay culturas diferentes a la nuestra y se deben respetar”,dice Soledad.
Por la misma razón, tras la fusión no hubo problemas en mantener la hora de lengua mapuche que se impartía y sumar otra hora de turco. Al profesor que enseña esta última lengua, lo trajeron directamente de Turquía a trabajar al colegio. Lleva un año en Chile. Todavía le cuesta hablar español, pero se las arregla para transmitir sus raíces.
Este año la embajada de Turquía financió a ocho estudiantes de la escuela para que viajaran al país del medio oriente y vieran in situ lo que aprenden de su profesor. Estuvieron diez días hospedándose en hogares de familias turcas. Todos los niños coinciden en que lo más llamativo fue que cada vez que entraban a las casas debían sacarse los zapatos. La ritualidad de la cultura los sorprendió. “El viaje les marcó la vida. Volvieron con muchas ganas de saber más”, asegura la jefa de UTP. La intención es que el viaje se repita el otro año con más estudiantes.
María Vargas no fue a Turquía. Se tuvo que conformar con escuchar las experiencias de sus compañeros que viajaron. Una amiga que tuvo el privilegio de ir, le contó que hablaba con un chico de Turquía por Facebook. María le pidió el contacto. Así conoció a su nuevo amigo. Y aunque vive a miles de kilómetros, aunque habla otro idioma, aunque viva en una realidad completamente distinta, aunque duerma en otro horario y deba sacarse los zapatos para entrar a su propia casa, a María no le importa. “Para mí somos iguales, no hay mucha diferencia entre él y yo”, afirma sin ninguna indicio de duda.
Soledad Huaiquiñir dice que “en nuestro colegio no hay burlas hacia los mapuches ni hacia alumnos extranjeros. Y cuando alguien se ríe de un compañero se le recrimina de inmediato. Aquí los niños tienen una noción básica de que hay gente distinta y todos son válidos”.
María Vargas cuenta que tiene compañeros peruanos. Se extraña cuando le pregunto si son tratados distinto. “¿Por qué los vamos a tratar distinto?”, responde. “Somos todos iguales”, sentencia.
La jefa de UTP, orgullosa de sus raíces mapuches, no deja pasar oportunidad para hablar en mapudungun. “Mari mari”, exclama al contestar el teléfono. Usará la lengua ancestral en otras oportunidades de la entrevista. Dice que no lo hace para que el resto aprenda palabras, su esperanza es que llegue el día en que escuchar a alguien hablando mapudungun deje de sorprender.
A Soledad más que los resultados académicos de su escuela le importa otra cosa. “Nuestro colegio no tiene grandes resultados en el Simce. A veces nos va muy bien, y otros años estamos abajo. Esa prueba no mide lo que nosotros enseñamos. Los niños salen de acá con una visión distinta de la vida en comparación a los alumnos de otros colegios. Estamos formando personas conscientes, respetuosas y tolerantes. Las herramientas sociales que les entregamos no se miden. Yo he hecho clases en varios colegios en toda mi vida, y nunca había estado en uno con una convivencia tan buena como éste”.