Más allá de toda disputa territorial sobre la Antártica, el Continente Blanco es una geografía plagada de misterios. Desde pequeños hemos escuchado sobre la existencia del “territorio chileno antártico” y sobre cierta proyección de la Patagonia chilena al sur, pues la región más austral de nuestro país lleva por nombre “Región de Magallanes y de la Antártica Chilena”. ¿Qué hacen los chilenos en este territorio? ¿Qué sabe Chile sobre la Antártica?
La curiosidad de los chilenos respecto a este helado territorio cada vez adquiere más fuerza y, liderados por el Instituto Antártico Chileno (INACH), varios científicos se encuentran realizando actualmente interesantes investigaciones que, paso a paso, revelan los misterios de la Península Antártica, donde se encuentran las últimas, frías e inhóspitas cumbres de la Cordillera de los Andes, los Antartandes.
En su última edición, la revista Ilaia (Advances in Chilean Antartic Science) del INACH, publicó algunas de las principales iniciativas que se están llevando a cabo por chilenos en la zona, aquí se las mostramos.
Uno de los principales objetivos actuales del INACH es desarrollar el papel de la ciudad de Punta Arenas como una puerta para todos los científicos del mundo que deseen realizar investigaciones en la Antártica. Como país, nuestra geografía resulta privilegiada, pues nos encontramos a sólo pasos del Continente Blanco: dos horas en avión y dos días navegando hasta la isla Rey Jorge, el lugar en donde se concentra, a lo menos, el trabajo científico de 22 países.
De acuerdo al doctor José Retamales, Director Nacional del INACH, para la mayoría de los países del mundo, realizar estudios en este continente es algo complejo a causa de su lejanía, son pocos los que pueden mantener en la zona laboratorios o transportes. Por esta razón, Punta Arenas está haciendo todos los esfuerzos para crear un parque Internacional de la ciencia, que se centrará en el conocimiento científico de la Antártica. La idea es que, finalmente, la ciudad congregue a tantos científicos interesados en el continente austral, como el norte de Chile recibe a astrónomos del mundo entero.
Chile intenta posicionarse como un competidor regional de investigaciones científicas en la zona, modernizando la estructura de sus bases antárticas y renovando sus rompehielos, los barcos que permiten explorar en las gélidas aguas. Así, a la larga, estos científicos podrán generar investigaciones de alto nivel, cada vez más lejos de la franja costera en la que estamos acostumbrados a trabajar. Entre más experiencia adquiramos, mejor posicionados quedaremos.
Bueno, y ¿en qué estamos? Éstas son algunas de las exploraciones o descubrimientos más interesantes del momento.
Raúl R. Cordero, Alessandro Damiani y Jorge Carrasco, de la USACH y la Universidad de Magallanes, lideran una investigación en torno al poder de reflectividad del Continente Blanco, es decir, de la manera en que refleja la luz del sol esta enorme masa de hielo blanca. El tema es el siguiente: la Antártica está cubierta de hielo y nieve (de ahí su brillante color blanco), lo que le permite reflejar la luz del sol de una manera única. Y esto no es cualquier cosa, pues “el balance energético de la Tierra, depende de la cantidad de radiación solar absorbida por el suelo, por los cuerpos de agua y por la atmósfera, como también por la radiación devuelta al espacio”.
Se le llama albedo al porcentaje de radiación que cualquier superficie refleja respecto a la radiación que incide sobre ella, es decir, la capacidad de reflectividad de una superficie. Entre más clara y brillante es una superficie, mayor albedo tendrá. Y ése es el caso de la Antártica: refleja mucha luz y absorbe poca.
Actualmente, estos científicos, apoyados por INACH, FONDECYT y algunos datos proporcionados por la NASA entre 1979 y 2012, investigan los cambios en el albedo antártico que podrían llegar a afectar el clima planetario. ¿Cuáles han sido hasta ahora sus conclusiones?
Durante el verano, la media del albedo ha disminuido en el mar de Amundsen a un ritmo de 10% por década, mientras que aumentó a un tasa del 10% por década en el mar de Weddell. Lo interesante, es que estos mismos sitios son los que han sufrido también cambios en la concentración de hielo marino; pérdidas en Amundsen y aumentos en Wedell. Con estos datos, los científicos han podido concluir que las variaciones del albedo antártico son producto de los cambios en la concentración de los hielos durante las últimas décadas.
Ahora, de acuerdo a los autores, los cambios no son significativos, además que la pérdida en uno compensa la ganancia en otro. Sin embargo, las consecuencias a nivel de clima regional o a largo plazo en zonas más vastas, aún deben investigarse.
Joaquín Bastías, colaborador de la Universidad de Geneva, y Francisco Hervé, reciente ganador de la medalla SCAR, están trabajando para determinar, ni más ni menos, que la edad y el origen de la Península Antártica. Los seres humanos no conocimos la edad de la Tierra hasta bien entrado el siglo XX, cuando se realizó un importante descubrimiento. Los científicos comenzaron a estudiar la velocidad de desintegración radiactiva, en muy resumidas cuentas, lo que tarda por ejemplo el uranio en transmutarse en plomo (mucho, mucho tiempo). Gracias a estos datos, al medir los elementos y sus isótopos podrían saber su edad real y así, midiendo aquellas rocas más antiguas, podrían también saber la edad de nuestro planeta. Gracias a esto, se llegó a la conclusión de que la Tierra tiene 4,5 billones de años y que cada cambio geológico, ha acarreado transformaciones en las formas de vida en la Tierra.
La primera evidencia de vida en la Tierra tiene unos 3,5 billones de años y corresponde al hallazgo de algunos microbios fosilizados contenidos en estromatolitos, un tipo de roca, en la Formación de Dresser, al oeste de Australia. Pero también este tipo de restos fosilizados están presentes, por ejemplo, en la Patagonia chilena, específicamente, en Torres del Paine.
El trabajo de Bastías y sus colaboradores (Universidad de Chile, Universidad Andrés Bello y Universidad de Ginebra), llevado a cabo entre 2015 y 2016, pretende averiguar la edad de formación de la Península Antártica, realizando este mismo tipo de estudios. Con el apoyo de INACH, el estudioso está trabajando en la Estación Yelcho (Isla Doumer), entre otros lugares, y su investigación ya ha revelado algunos interesantes antecedentes: las rocas de la zona se formaron hace 54-55 millones de años. Durante este mismo período, la Cordillera de los Andes se estaba formando en América del Sur y la Península Antártica, no es más que su continuación.
Casi siempre que vemos imágenes o conocemos personas que han visitado la Antártica, ha sido en verano, cuando las condiciones climáticas no son tan extremas. Sin embargo, en invierno la fauna antártica aún existe, aunque disimulada por la oscuridad y las tormentas de nieve. El doctor Javier Arata, de la Universidad Austral, se sumó a una investigación estadounidense para revelar éste y otros secretos.
Entre el 3 y el 30 de agosto de 2015, la AMLR (the fourth US-Antarctic Marine Living Resources) realizó algunos estudios para investigar la variación espacial y temporal del krill antártico (Euphausia superba) en la Península Antártica y en las Islas Shetland del Sur. Gracias a sus méritos, Javier Arata fue invitado para sumarse a la investigación, que surcaría los mares más australes del planeta en pleno invierno. El tema de investigación era de suma importancia, pues sólo se tenía conocimiento sobre el comportamiento del krill antártico en verano; estudiarlo durante la estación fría era todo un desafío a nivel humano para los científicos, una exploración casi de supervivencia.
Como se imaginarán, el invierno en la Antártica es en extremo helado; la temperatura más baja registrada en la historia fue precisamente en este continente, cuando el termómetro marcó los -93 grados Celsius. La luz en esta temporada es escasa, inclusive hay meses en que el sol ni siquiera se alza sobre el horizonte.
Más allá de las conclusiones de este estudio respecto a la fauna marina en invierno, la experiencia sirvió a Arata para adquirir conocimientos en metodologías de estudio y algunas habilidades: “esta experiencia me permitió familiarizarme con nuevas condiciones de trabajo, con los detalles de las rutinas diarias, ver lo que funcionó y lo que no”. Y luego agrega, “la experiencia de navegar en los mares cubiertos de hielo, ha cambiado para siempre mi visión del océano. Éste es otro universo. No hay olas y en vez de navegar, el barco se arrastra a través del hielo”.
Sin embargo, al finalizar su artículo, Arata realiza una importante e inquietante advertencia: el cambio climático ha adelgazado los hielos, inclusive en pleno invierno, lo que le impide a animales como los leones marinos o las focas, descansar con tranquilidad sobre las superficies marinas. Y esto no sólo tiene consecuencias en la fauna mayor, inclusive el krill antártico se está viendo afectado a causa de ello.
Experiencias como la de Arata llevan a pensar que, al margen de las disputas territoriales sobre el Continente Blanco, lo que debe primar es la colaboración y el apoyo mutuo de las comunidades científicas. Sólo con esta actitud, la Antártica podrá irnos revelando, muy dosificadamente, todos sus secretos.