*Esta nota fue originalmente publicada el 21 de diciembre de 2016.
Es 25 de diciembre, sales a la calle y te encuentras con un panorama típico: gente bailando zamacueca envalentonada por la chicha, los más chicos tomando mote con huesillo y jugando con sus flamantes emboques y runrunes, y familias de toda clase social paseándose por las ramadas navideñas que se mantendrán hasta Año Nuevo. Ojo, ¡que se nos viene el siglo XX!
Cuesta creer que se trata de la misma celebración que hoy consta de cenas de pavo, árboles con lumbago de tanta decoración y pegajosos jingles. Sin duda que las cosas han cambiado y qué mejor forma de prepararnos para esta esperada fecha que conocer las tradiciones navideñas de nuestros bisabuelos y tatarabuelos.
Para ello, contamos con la ayuda del historiador Matías Hermosilla, especialista de la historia de la cultura popular y de masas, y las también historiadoras Olaya Sanfuentes y Elisa Silva, cuyos trabajos citaremos con frecuencia.
Sujétense bien, lectores de El Definido, que viajaremos más de un siglo hacia el pasado...
Ya desde el siglo XIX, el centro neurálgico de las celebraciones de la Navidad de Santiago era la Plaza de Abastos (hoy Mercado Central) y luego, por su magnitud, la Alameda. Si se imaginaban un mercado de Navidad, nos alegramos de comunicarles que era algo mucho mejor : fondas estilo dieciocho.
"Desde todos los lugares aledaños de Santiago llegaban los tenderos y venteros con sus frutas, flores, fritangas, horchatas, helados y dulces", señala Sanfuentes en su investigación. El alcohol, por cierto, abundaba tanto como los borrachos que merodeaban entre familias y parejas bailando el reggaeton de la época: la zamacueca, un baile considerado "erótico" en su ciudad de origen, Lima.
Como ya se podrán imaginar, el carácter de esta celebración era totalmente distinto al actual donde, salvo casos puntuales, se trata de un evento familiar y privado. "La celebración era pública y popular", dice Hermosilla. La división de clase sociales tampoco se hacía notar durante las fiestas.
El clímax ocurría durante la Noche Buena, que distaba bastante de ser una tranquila cuenta regresiva en familia, todo lo contrario: era una noche de carrete. "Los ánimos se preparaban para pasar una noche en vela, paseando, comiendo, bailando, en buena parte en torno al consumo", afirma Silva.
Estas fondas se mantenían, aprovechando las fechas, hasta la llegada del nuevo año. Créditos:Memoria Chilena
Recién en 1870, la aristocracia comienza a realizar fiestas privadas, algo aplaudido por la Iglesia que encontraba la celebración popular muy hardcore e indigna de familias "verdaderamente cristianas".
¿Se imaginan una misa con gallinas cloqueando, chanchos chillando, matracas, pitos y cuernos? Esta era la llamada "bullanga de Navidad",una liturgia popular con orígenes en la Colonia que captó la atención de más de un extranjero, dice Sanfuentes: "hasta las iglesias llegan las personas con gallinas y cerdos vivos que son golpeados para hacerlos cloquear y chillar. Otros tocaban pitos y cuernos o metían bulla con matracas produciendo un terrible ruido que duraba toda la noche". La idea, dice la historiadora, era recordar el establo donde había nacido el niño Dios.
"Este terrible ruido continuaba hasta después de medianoche", relataba un viajero a principios del siglo XIX, "entonces un niño vivo era presentado y el cura que oficiaba la misa, proclamaba el nacimiento de Cristo... el ruido de los fatales cuernos, pitos y matracas seguía toda la noche por todos los barrios de la ciudad".
Desde mediados del siglo XIX, la práctica se fue prohibiendo en las arquidiócesis de las grandes ciudades como forma de represión a la "religiosidad carnavalesca". En el campo chileno, en cambio, no fucks were given y se siguió celebrando hasta bien entrado el siglo XX.
No hay Navidad sin regalos, aunque sea una cosa poca, y las celebraciones del siglo XIX no eran la excepción. "Lo bonito de esta festividad es que lo que se regalaba eran lozas de las monjas clarisas y principalmente 'los primores', primeras frutas de temporada que simbolizaba regalar lo mejor de nuestra tierra y de nosotros", nos dice Hermosilla. Sandías, duraznos, frutillas, ciruelas y brevas eran los regalos usuales en las calles de Chile, símbolo evidente de la cultura agraria que predominaba por entonces.
Otro regalo usual eran las flores, escribe en su investigación Silva: "se ofrecían como ramilletes de claveles y albahacas para las niñas retacas (retaca: persona rechoncha y de baja estatura), acompañados en un segundo plano por los de claveles y rosas para las niñas hermosas", señala, citando los gritos de los vendedores ambulantes de la época, quienes claramente no entendían que el peso es un tema delicado.
Si hablamos de juguetes propiamente tales, éstos comienzan a venderse en tiendas de importación a finales del siglo XIX. Se trata de negocios donde se venden juguetes y otros productos caros y exclusivos traídos de Europa, "golosinas finas, abanicos modernos, capas, sombreros, maletas, vestidos, cajas para los guantes y pañuelos, muebles, perfumes, adornos", para regalar también a otros adultos. Obviamente, son solo los ciudadanos más acomodados los que podían permitirse estos "lujos".
Curiosamente, agrega Silva, los anuncios de venta de regalos no eran exclusivos para Navidad. Avisos de la época hacen menciones a productos para regalar en "Pascua y Año Nuevo". Suertudos.
Si había un viejito barbón en la Navidad chilena de hace un siglo, era seguramente el borrachito de la esquina, porque el Viejito Pascuero aún no era introducido en la cultura chilena. "El Viejito Pascuero, como símbolo navideño, empieza a insertarse con mayor fuerza durante la década de 1920, por el asentamiento del cine y las revistas de entretenimiento y espectáculos como Zig Zag o Ecran", señala Hermosilla.
En nota aparte, el historiador agrega que el simbólico personaje bonachón, cuyo origen histórico se encuentra en San Nicolás de Myra, no fue creado por Coca-Cola como muchos creen. La marca "solo popularizó una estética de Santa Claus que ya era difundida en la cultura popular estadounidense". Rodolfo el Reno, por otro lado, sí surgió como narrativa publicitaría de un retail.
El carrete en la Alameda siguió celebrándose ininterrumpidamente hasta inicios del siglo XX, salvo por algunos años de interrupción por el cólera, pero cada vez eran más las voces que se oponían a este tipo de festividades, principalmente desde la prensa, la Iglesia y la clase alta.
¿Qué criticaban? Entre tanta celebración, el alcohol corría libremente (aunque se trató de prohibir) y los disturbios se multiplicaban entre tumultos de gente donde ocurrían pellizcones, restregones y "otras impertinencias". Esto era, según la prensa de la época, " una desgracia tanto para la Cristiandad como para la República" (léase con voz del senador Palpatine).
Primero fue la clase alta la que comenzó a retirarse a lugares más privados, prefiriendo, ya por 1870, fiestas de máscaras a las fondas de cada vez peor fama.
"La fiesta comienza a ser 'educada' durante finales del XIX y principios del siglo XX", nos explica Hermosilla, "acompañado de las políticas higienistas y el modelo de desarrollo urbano, que buscaba acabar con la mayor cantidad de festividades públicas y transformarlas en festividades íntimas y familiares, por los desordenes, peleas, suciedad, etc. que trae consigo una celebración amplia y pública".
Esto fue además reforzado a principios del siglo XX con la influencia de la cultura estadounidense, cuya Navidad distaba bastante de las celebraciones "tipo 18" nuestras: un árbol de pino rodeado de regalos, cena con pavo y la visita de "Santa", lo que ocurría todo en el ambiente privado y familiar de los hogares.
Fue el fin de la Navidad "a la chilena", y hubo gente que asistió al funeral. José Arnero, nombre del periódico fundado por el poeta popular Juan Bautista Peralta, publicaba en diciembre de 1905: "[...] ¡Por la pucha que progresamos! Anoche fui a dar una vuelta por la Alameda [...] I por Dios que soledad. [...] Se fueron los tiempos en que la Cañada en la Noche Buena, constituía uno de los mejores atractivos de la capital. Quien no se acuerda de aquellos tiempos en que desde la estatua de O'Higgins hasta la Estacion, se veia un campo sembrado de fondas i ventas de frutas, helados i refrescos? Quien no recuerda [...]".