La desigualdad de género es un tema sensible. Si ya las mujeres tienen que enfrentar una serie de actitudes machistas en su vida cotidiana, también tienen que experimentar otras formas de desigualdad, como por ejemplo, estar subrrepresentadas en el Congreso: en Chile solo el 15,8% del parlamento está compuesto por mujeres. ¿De qué depende esto? ¿Es acaso la política machista? ¿Hay una falta de motivación de las mujeres para participar?,¿Sus condiciones laborales las decincentivan?
De todos modos, la cifra nos ubica por debajo del promedio regional (25,2%) e incluso bajo el promedio mundial (23%).
Es en medio de este escenario, donde se suele hablar de vías para lograr una mayor integración de las mujeres en estas áreas o en los altos cargos directivos de las empresas. El problema es que los caminos para llegar a esta mayor inclusión no siempre son populares.
Un ejemplo emblemático son las cuotas de género: un mecanismo que plantea un mínimo de participación femenina en determinados cargos (como parlamentarios o directivos) y que genera ruido en varios sectores. ¿Por qué?
A veces es visto como una imposición cuyo objetivo no es elegir a la persona más idónea para el cargo, sino que simplemente a una mujer por el hecho de ser mujer. Aunque por otro lado, es visto como una herramienta eficaz para romper los prejuicios de género y lograr de una vez por todas una mayor participación femenina en las distinas esferas de liderazgo.
Antes que todo, es importante destacar que existen tres tipos de cuotas: las que se aplican de manera voluntaria (por ejemplo, si un partido político simplemente se propusiera alcanzar un determinado número de mujeres en sus líneas), las que funcionan con candidatos (en el caso donde se exige que un porcentaje de los candidatos al parlamento sean mujeres) y las de asientos reservados (en donde sí o sí, “x” cantidad de mujeres deberán tener un cargo de liderazgo, por ejemplo). También es bueno dejar en claro que cuando se habla de cuotas de género, se puede estar haciendo referencia a empresas, gabinetes ministeriales, cargos públicos, el Congreso, etc.
El primer país del mundo en implementar algo de este tipo está mucho más cerca de lo que crees. Se trata de Argentina, que a fines del 1991 dio luz verde a su ley de cuotas de género, que básicamente consiste en que el 30% de los candidatos de las listas de partidos deberán ser mujeres que, además, deberán tener opciones de ganar. Eso se hizo para evitar que los cupos difíciles o casi imposibles de lograr (como ocurre con las candidaturas “testimoniales”).
De esa forma, se pasó de tener una representación femenina del 5% en el Senado y 3% en la Cámara de Diputados, a un 30% en ambas después de la nueva legislación.
Otro caso es el de Noruega, que en el 2003 hizo obligatorio que las empresas que transan en la bolsa tengan un 40% de mujeres en su directorio a partir del 2006. La idea era, en parte, reflejar algo por lo que la misma sociedad había optado durante los últimos años: la participación femenina. En la décadada de los '90, alrededor del 37% de los escaños del parlamento eran ocupados por mujeres (y sin cuotas de género de por medio).
Pero eso no se veía de la misma manera en los altos cargos directivos de las empresas. Por lo mismo, en su momento la medida fue controversial, sobre todo porque “metía manos” en empresas privadas. De todos modos, para asegurarse que las empresas adoptaran la medida, se fijaron fuertes sanciones para quienes no la cumplieran, como por ejemplo, negarles el derecho a registrarse como una compañía de negocios.
En cuanto a Alemania, por ejemplo, se adoptó un sistema de cuotas voluntarias para los partidos políticos. Actualmente tienen una presencia femenina en el Congreso de un 36,3%.
Pero estos no son los únicos, ya que muchos otros países han adoptado cuotas de género legisladas o voluntarias. Si quieres ver cómo funcionan en otros países del mundo, entra aquí.
Las cuotas no son la única vía y otros países también han logrado avances sin ellas, aunque con mucha educación y otra mentalidad. Uno de los casos más emblemáticos es el de Islandia, que según un informe del Foro Económico Mundial se ubica en el puesto número uno en su ránking 2016 de igualdad de género. Ahí, el 48% del parlamento está representado por mujeres, todo esto sin siquiera recurrir al sistema de cuotas, ni ningúna política de intervención estatal para lograrlo.
Eso sí, como ya les contamos en otra oportunidad, Islandia ha sido elegido varias veces como el mejor país del mundo para ser mujer. Así que se podría decir que tampoco “necesitan cuotas”, ya que poseen una cultura en donde la figura femenina se ve perfectamente capacitada y apoyada para ejercer roles de liderazgo.
Algo similar pasa con otro país nórdico: Dinamarca. Sin la necesidad de instaurar un mecanismo de cuotas, los daneses lograron alcanzar un 37% de presencia femenina en el parlamento. Y aunque, en teoría, las mujeres sigen estando subrepresentadas ahí, sigue siendo una cifra alta considerando que el resultado no proviene de una política pública, sino que al igual que con Islandia, se debe a un fenómeno cultural.
Es cierto que en Chile nos falta bastante en esta materia. Además del 15,8% femenino en el parlamento, según el Primer Informe de Mujeres en Alta Dirección, dado a conocer este año, solo el 8% de los puestos de gerentes generales (o CEO) les pertenecen a mujeres, o sea, el 92% corresponden a hombres. La investigación también arrojó que solo hay un 16,2% de mujeres en cargos directivos, muy lejos del 40% que se exige por ley en Noruega. ¿Y qué se teje en Chilito cuando se habla de cuotas?
Justo el año pasado se modificó la “Ley de partidos” y entre otras cosas, se establecieron cuotas de género obligatorias para que ninguno de los dos sexos pueda superar el 60% de presencia en las listas de candidaturas de los partidos. De todos modos, no implica que una cierta cantidad de mujeres tendrá su cupo garantizado en el Congreso.
La gran duda en cuanto a las cuotas de género es si esa obligatoriedad de un número de mujeres para ciertos cargos estaría forzando las contrataciones, pues cuando pensamos en un candidato idóneo no debería importar del todo si es hombre o mujer.
Aunque aquí podría influir también un sesgo cultural, de cómo son vistas las mujeres en su rol social y en el mundo político o empresarial, pues en algunas organizaciones claramente son más bienvenidas que en otras.
Por otra parte, es cierto que hay menos mujeres postulando a esos tipos de cargo, entonces debemos preguntarnos, ¿cuál es la razón detrás de eso? ¿Es que realmente no quieren o que hay una carga cultural que las desincentiva?
A esto se agrega otro factor: la brecha salarial. En Chile, el sueldo de una mujer es en promedio un tercio más bajo que el de un hombre, siendo de las más altas en América Latina. Algunos acusas discriminación de género, otros porque las mujeres serían "más caras" para una empresa (por ausencias de pre y post natal, entre otras cosas ligadas a la maternidad), etc.
Lo cierto es que sí necesitamos más mujeres en nuestras organizaciones. Aumentar su participación significa mayor integralidad en las organizaciones y que puedan ser representadas como corresponde en las instancias legislativas, sociales o políticas es fundamental para una democracia sana. Además, incluso está comprobado que las organizaciones que poseen mujeres en sus altos cargos directivos son más rentables, si quieren meterle números. De hecho, la presencia femenina en alrededor el 30% de estos cargos puede llegar a aumentar la rentabilidad en hasta un 15%. Nada mal.
Ahora, ¿cómo hacemos esto? ¿Con cuotas, mayor educación, incentivos? Esa es la gran pregunta y les abrimos el debate queridos lectores.