Eladio Díaz empuja todos los días las camillas de los niños con cáncer a través de los intrincados pasillos y amplios ascensores del Hospital Dr. Luis Calvo Mackenna. Pero en ese recorrido hay momentos en que deja de ser el camillero y se convierte en un guía que lleva a los niños a través de una selva llena de animales fantásticos y experiencias desconocidas. Los niños y jóvenes se lo agradecen, pues por unos minutos, lo que era el camino hacia una operación terrorífica se convierte en un sueño, en una aventura, en un mundo más feliz.
No es que les relate historias o les muestre videos en su celular. Él simplemente sigue la corriente de lo que inspiran los murales que están pintados en las paredes de la Unidad de Cirugía de este emblemático hospital público. En las murallas convive con los pacientes una selva fantástica, donde los niños pueden ver leones, tigres, aves coloridas, elefantes y un montón de seres mágicos que les ayudan a enfrentar el miedo de someterse a una cirugía y combatir al cáncer que amenaza sus vidas.
“Cuando entran a pabellón, lo hacen con otra disposición, más felices. Es un viaje más grato”, nos cuenta Díaz, que ya lleva casi 9 años trabajando en el Calvo Mackenna. “Los niños lo agradecen, no sólo los más chicos, también lo más grandes”, añade.
El mural se llama “Las dos Selvas” y fue pintado a fines del año pasado por la artista Susana Larraín y la Fundación Lacaracola. Su temática fue escogida por los mismos niños. Hoy animales y árboles son un aliado más que se une al personal del hospital, voluntarios y familias que les acompañan y luchan junto a ellos.
Por eso, por ejemplo, es posible ver en un muro a un niño acostado sobre un león, una imagen arquetípica de nuestros temores en un estado de tranquilidad; o en el techo, los niños que van acostados en las camillas o se sientan a esperar su turno para una consulta, pueden ver a un piloto con mascarilla (igual que ellos) manejando un avión.
En los 700 m2 de muralla intervenida, hay un pasillo que queda justo antes del pabellón de cirugía. Ahí algunos niños dibujaron criaturas mágicas y escribieron microcuentos para cerrar la travesía. Son un último grito de apoyo de otros niños que ya pasaron por ahí. “Había una vez un cienpies (sic) con bigotes. A los niños que pasan a pabellón les dice: ‘Tranquilo, tu mamá estará a tu lado’. Y ellos se tranquilizan”, se puede leer en uno que firmó un niño llamado Alex de 12 años.
En esos muros también figura una mariposa hecha por Julieta, una niña que murió de leucemia. Ahora su dibujo es una huella imborrable en el hospital y un recuerdo para su familia según nos cuenta Carolina Galaz, mejor conocida como “La Caracola”, fundadora de la organización y del método que hoy está generando un cambio en el hospital Calvo Mackenna y en sus niños con cáncer.
Para hablar de la fundación es necesario hablar de la mujer que le da nombre. Ella es una artista autodidacta que lleva casi dos décadas haciendo talleres creativos de arte con escolares en lo que se conoce como Lacaracola Espacio Creativo. Pero hace cuatro años, gracias a la Fundación Vivir más feliz, entró al Centro de Trasplantes y Oncología (TROI) del Calvo Mackenna a aplicar un trabajo similar con los niños con cáncer.
“La Caracola”, junto a otras artistas, poco a poco, fueron incorporando su método al ritmo del hospital y fue así como en 2016 se funda la Fundación Lacaracola A Ser Feliz que está exclusivamente dedicada al arteterapia en el hospital. Empezaron trabajando en los pasillos de oncología o con los niños en las salas de espera. Hoy van tres veces a la semana y ella incluso es parte de algunas reuniones médicas del hospital. “Hemos ido encontrando el espacio para hacernos parte de un proceso hospitalario… así nos enteramos de cuando existen temas específicos que tratar con un niño”, dijo La Caracola en una entrevista.
Después del trabajo con los niños ambulatorios, los que van y vienen al hospital, les permitieron trabajar con los hospitalizados y hoy incluso pueden ingresar a la Unidad de Trasplantes. “Hacemos el recorrido completo con los niños: desde el diagnóstico, cuando empiezan las quimioterapias ambulatorias, la neutropenia, las quimios de cuatro días… he tenido que estudiar muchos términos y procedimientos médicos; tuvimos que hacer capacitaciones, inducciones, porque además nos interesa hacer equipo con los que trabajan todo el día allá, con médicos, enfermeras, técnicos y psicólogos”.
Pero su medicina no ataca el cáncer con químicos como hace una quimioterapia. Lo hace con la creatividad y las emociones de los niños. Un dibujo, un muñeco de papel o una pelota de plasticina pueden ser un vehículo para que el niño pueda desahogar su pena o encontrar una risa dentro del dolor. La leucemia, la quimioterapia y todos esos términos complicados, que muchos niños ya manejan como si fueran especialistas en la materia, se olvidan por un rato o se hacen más manejables.
Con el método de arteterapia Lacaracola, que ya es una marca registrada, a los niños y jóvenes con cáncer se les ayuda a convivir con su enfermedad, su autoestima y su entorno. “Las caracolas”, como llaman a Carolina y a su equipo, están en constante coordinación con el equipo psicosocial de cada unidad hospitalaria, apoyando al niño, en la identificación, expresión y elaboración de sus emociones.
La técnica plástica que usan es el reciclaje, que está orientada a la resimbolización del material hospitalario. Así los niños combaten los miedos, el trauma de la soledad (el 80% proviene de regiones y muchas veces deben separarse de sus familias), el encierro y la dificultad para aceptar procedimientos médicos como la alimentación, controles periódicos, entre otros.
Anaiss tiene 11 años y llegó hace 6 meses desde Talca al TROI, por culpa de una Leucemia Linfoblástica Aguda (LLA), un tipo de leucemia que afecta generalmente a niños de 3 a 7 años. De hecho es el cáncer más común en la niñez.
Desde que llegó ha participado de las sesiones de arteterapia y le han gustado mucho. “Nos relajamos y hacemos más corta la espera”, cuenta a El Definido y agrega que gracias a algunos ejercicios ha logrado identificar sus sentimientos y expresarlos en el dibujo. Joceline Alvarez, su mamá, también ve los resultados. “Le ha servido también estar con otros niños para darse cuenta que ella no es única. Hay niños que están peores que ella y esto lo saca del ensimismamiento. Se encapsulan mucho y las actividades le ayudan a salirse un rato”.
Emilia tiene sólo 8 años y viaja desde Temuco a hacerse el seguimiento de su enfermedad que parece estar yéndose poco a poco gracias al trasplante de médula que se realizó. Muestra orgullosa la cicatriz que tiene en el cuello a causa de la entubación y disfruta mucho de las actividades. Es una agradecida de “las tías de la Caracola” que la miman cada vez que la ven. “Me gustan porque me ayudan cuando estoy enojada o triste y me alegran el día”, cuenta. Parece ser una veterana de guerra por su forma de hablar, pero en el fondo sigue siendo una dulce niña. “Me han ayudado a expresar alegría, frustramiento (sic) y enojo”.
Su compañera de juegos, Ignacia, tiene 10 años y proviene de Caldera. Su frondoso y largo pelo negro, cada vez más fuerte, es el resultado de un trasplante que se realizó hace cuatro años y hasta ahora ha evolucionado muy bien. Para ella ir a hacerse los exámenes de seguimiento a Santiago una vez al mes es un motivo de enojo, pero gracias a Lacaracola ahora son días más divertidos y relajados. Ella está poco a poco retomando su vida anterior a la enfermedad, algo que no es nada fácil.
“(A los niños) los motiva mucho para salir adelante y que se sientan más capacitados y se integren mejor como para ir al colegio”, nos dice Paula Rivera, la mamá de Ignacia. Además la ha ayudado a explorar su creatividad. “Desde que estaba en el jardín ya hacía cosas y trabajos manuales así que le ha servido. Se nota la diferencia, es muy positivo”.
Pero no sólo los niños se ven beneficiados. También el equipo hospitalario participa de instancias de contención y entrega de herramientas de auto cuidado o en temas de duelo, estrés, trabajo en equipo. Esto ha favorecido al clima laboral del lugar.
Belén Zerán es psicóloga de la Unidad de Oncología del Calvo Mackenna y cree que Lacaracola ha ayudado en un 100% a los niños y a su trabajo. “Es la puerta de entrada al mundo de las emociones. Y luego ella nos pasa eso a nosotros. Nos facilita el trabajo. Entran a las sesiones con mis pacientes, los niños se sueltan más y muestran cosas que no sabían que tenían. Explorar facetas de ellos los sana, no solo de la enfermedad”, dice.
El cáncer para los niños es una experiencia que los marca de por vida y el trabajo de profesionales como Zerán sumado al aporte del arteterapia han servido mucho. “Hace que este proceso, que esta experiencia no pase desapercibida. Que no se bloquee, que sea un proceso de aprendizaje y aceptación”.
En Chile hay más de 500 nuevos casos de niños con cáncer al año, según los datos entregados por TROI. De ellos, el 80% se atiende en el sistema público de salud y, por suerte hoy, 3 de 4 se logra recuperar después de cinco años. Solo en el TROI se atienden más de 600 niños distintos cada año. Son 8.000 consultas, más de 300 quimioterapias al mes y más de 30 trasplantes de médula ósea al año (único hospital en Chile que ofrece este tratamiento en niños).
La mitad de los niños que llegan al TROI han pasado por alguna sesión de arteterapia de Lacaracola, lo que equivale a cerca de 1.500 al año.
Una de las últimas actividades de Lacaracola A Ser Feliz fue la inauguración de un nuevo mural que se encuentra en la Unidad de Trasplantes de Médula Ósea del Calvo Mackenna (TMO). Este lugar, donde muchos niños encuentran quizás una última oportunidad para vencer al cáncer, se convirtió en un colorido mundo marino. Susana Larraín nuevamente se encargó del diseño y otra zona de este emblemático hospital público quedó “caracolizada”.
“Dará a nuestros niños la posibilidad de soñar, un mar con infinitas posibilidades y solo el corazón es dueño de este viaje…”, nos dice Julia Palma, académica de la Universidad de Chile y jefa del Programa de TMO del hospital, el día de su inauguración.
El trabajo que cumple el muro tiene como fin un término psicoterapéutico llamado Psicoprofilaxis, que básicamente significa ser una ayuda a los pacientes a afrontar una operación, reducir efectos, eventualmente, adversos para la psiquis y facilitar la recuperación biopsicosocial.
Al igual que en el de temática selvática, cada dibujo que hay en él es un símbolo importante. Todo comienza con el mapa de Chile que hay en la escalera que lleva al TMO. Desde ahí salen unos botes de papel que representan a cada niño proveniente de algún rincón del país. Ese bote pasa luego a un faro que será un guía, un espacio de confianza, de mucho profesionalismo, y representa al equipo de trasplante del hospital. Luego se desarrollan las tres etapas de un trasplante.
El pre trasplante es un niño en un bote. Los remos son sus cuidadores incondicionales: el papá, la abuela, la mamá, todo su apoyo. El segundo paso es un bote vacío porque el niño ya se lanzó al al agua, ya está listo para el trasplante. Aquí entra al agua y es acompañado por todos los seres marinos que representan a las enfermeras, doctores, químicos, camilleros, etc.
Además aparece un delfín que representa a “un ser amigo”. Este es un muñeco que el niño construye con materiales reciclados del TMO: guantes, jeringas, mascarillas, etc. Este ayudará a interpretar las emociones del niño y le ayuda a conocerse a sí mismo. El día de su trasplante se realiza una bonita ceremonia, donde el niño le pone un corazón a este ser imaginario.
El día de la inauguración del mural la artista Susana Larraín, La Caracola y Julia Palma le pusieron un corazón a uno de los delfines entregándole vida. Igual como lo hace el niño con su “ser amigo” el día que le toca su trasplante. Es un símbolo de una nueva oportunidad, de una nueva vida.
Una vez realizado el trasplante el niño se hace parte de un cardumen de peces. Es uno de los 370 transplantes que se han hecho en el Calvo Mackenna desde la creación del TMO.
Todo lo anterior, hizo que Eladio Díaz ahora ya no sea solo un guía en la selva, ahora también es un buzo, uno más de la tripulación del Calvo Mackenna, que con su traje verde de hospital, lleva a los niños en un bote con delfines, peces y ballenas a su lado.