Antes las cosas eran más simples. Cambiabas manzanas por ropa, huevos por caballos o sandías por melones y todo gracias al trueque. Claro, las sociedades fueron avanzando y cada vez necesitábamos más: se empezaron a formar las “Estado-nación” y tuvimos que alimentar grandes hordas de soldados para defendernos, entre otras cosas.
No es que queramos hacer un clase de historia, pero la verdad es que ahí el trueque ya estaba medio obsoleto. ¿Qué hicimos entonces? ¡Monedas!
De oro, de plata, de bronce o el metal que fuese. Así pasó el tiempo y llegamos a entidades financieras que se hicieron cargo y que son capaces de mover cifras con tantos ceros que no podemos ni nombrarlas (le pasa a cualquiera, ¿cierto Repenning?)
En ese contexto, hasta los países mantienen deudas con distintas entidades y su nivel de morosidad se transformó en un dato tan importante que si hubiera un Tinder de naciones, deberían dar cuenta de ello en su perfil.
Chile: me gusta el pastel de choclo, los meneítos y mi deuda externa está on fire.
Pero… ¿por qué un país podría llegar a endeudarse tanto?
Justificaciones para endeudarse hay por montones, pero antes hay que saber algo: estar endeudado no necesariamente es algo malo. De hecho, puede llegar a ser bueno si se emplea de la manera correcta.
Por ejemplo, un país con un presupuesto nacional limitado podría acudir a un financiamiento externo si necesita invertir en políticas públicas de largo plazo que después podrían generarle un retorno (y que no podrían desarrollar sin esa ayudita de afuera). Si las cosas van bien, podrán pagar sus deudas, ajustar su déficit fiscal y al mismo tiempo mantener los avances que lograron gracias al financiamiento.
Y si el país tiene una buena nota de riesgo, mejor aún. Esta proviene de agencias acreditadoras de riesgo internacionales como Standard & Poor’s y Moody’s que se dedican a evaluar los niveles de deuda de un país, su capacidad para pagarla y su historial de pago, entre otras cosas. Cof, cof, a Chile nos bajaron de A+ (el máximo) a A este año.
Si te dan una buena nota podrás acceder a financiamiento con mejores condiciones (como una mejor tasa de interés y facilidades de pago a través del tiempo). Si es al revés, bueno, se entiende lo que pasa.
Aunque claro, no todo lo que brilla es deuda. Hay países como Argentina que arrastraron una crisis crediticia durante 15 años y que prácticamente se metieron en un círculo vicioso. Era tanta la deuda que ya no podían pagarla, así que se hicieron frenemies (amigas/enemigas) de las repactaciones para ir pagando de a poquito, pero por más tiempo.
Un quilombo, como dirían por allá. Así, se hicieron dependientes del financiamiento externo para poder satisfacer la infinidad de necesidades de su población. Algo que en realidad hacen todos los países, solo que unos más y otros menos.
¿Y cómo lo hacen?
Pese a que existe un Banco Mundial, no es como que todos vayan a pedirle plata a él. De hecho, esa es solo una de las maneras de endeudarse siendo un país, porque en total son tres:
Para hacerse una idea, nuestra deuda ha aumentado alrededor del 230% durante la última década, pero está lejos de alcanzar niveles alarmantes. Por ejemplo, el compadre Moncho de los países vendría siendo Estados Unidos, el país con la deuda externa más grande del mundo: más de US$ 14 billones.
Bien lejos de los US$ 54 mil millones de deuda que Chile alcanzó en marzo de este año y que representa alrededor del 20% del PIB nacional. Aunque se prevé que amentaría hasta 30% para el 2020. De todos modos, la mayor parte de esta deuda la contrajo con Estados Unidos (paradójicamente, pero así es la economía queridos lectores) en primer lugar y con los Países Bajos en el segundo.
Ahora, pese a que nos movemos en niveles “normales” de morosidad, se nos viene una discusión importante: la Ley de Presupuesto 2018. Con un mayor nivel de deuda, un relativamente bajo crecimiento económico y un aumento mayor de lo esperado en la propuesta de gasto fiscal, probablemente estos factores generen un acalorado debate.