Quien no se haya peleado fuerte con algún hermano/a que tire la primera piedra.
Desde muy pequeños las relaciones con hermanos son maravillosas, pero a la vez tormentosas y llenas de peleas diarias. Que me sacó el juguete, que se comió mi helado, que me tiró el pelo, que me sacó la lengua o me hizo una china en la piscina. Que me rompió el dibujo, que se rió de mí, que me sacó pica, que me toca a mí con la tablet, etc., etc.
Los papás vivimos separando a los hijos para evitar las riñas, los llantos y los gritos; porque sí, no hay nada más desagradable que ir en el auto manejando, por ejemplo, y escuchar una batalla campal en el asiento de atrás, sin poder hacer mucho desde el asiento del piloto.
Entonces, ¿qué hacemos? Los retamos, los obligamos a parar la pelea y a que se pidan perdón, y tratamos de evitar a toda costa que sigan discutiendo, con las herramientas que tengamos a mano: los separamos de puesto, les pasamos el celular, los invitamos a cantar, o si estamos en la casa, los mandamos a la pieza a reflexionar, los dejamos sin postre o sin tele.
El objetivo es educarlos en que las peleas no sirven para nada, pero hay varios estudios sociales que señalan lo opuesto y proponen lo siguiente: ¿y si aprovechamos esas mismas peleas para que ellos aprendan a argumentar y a defender sus posturas?
Adam Grant, profesor de Administración y Psicología de la U. de Pensilvania, y autor de Originales: Cómo los no conformistas mueven el mundo, aborda el tema en una columna en el New York Times. Señala que "la habilidad de acalorarse sin molestarse (tener una discusión que no se vuelva personal) es crucial para la vida".
Pero justamente esa habilidad los padres no se la suelen enseñar a sus hijos porque quieren tener un hogar estable, pacífico y de constante respeto entre los miembros de la familia. Incluso los adultos peleamos a puertas cerradas para evitar que los niños nos vean discutir.
¿Entonces por qué sería positivo que los niños sí discutieran o sí nos vieran discutiendo?
Grant destaca que la gente más creativa e innovadora es la que creció en familias donde había mucha tensión. “No peleas con puños e insultos, sino con discordancias verdaderas”, aclara.
Y esto no es algo nuevo. De hecho, un estudio de hace casi 20 años hizo que adultos de 30 años escribieran historias inventadas. Las más creativas resultaron ser la de quienes sus padres habían discutido más sobre cómo criarlos, o tenían valores y actitudes diferentes. Lo mismo con arquitectos y científicos: los más innovadores eran aquellos en cuyas familias hubo más roces.
Otra investigación de hace años (2004) concluyó que las lluvias de ideas (foro grupal) generan un 16% más de ideas cuando se alienta a sus miembros a criticarse entre sí, por ejemplo.
Saber discutir y enfrentarse a ideas diferentes con un foco constructivo, puede conducir a grandes éxitos. Los hermanos Wright pelearon mucho para llegar a su gran invento, Los Beatles también en su proceso creativo, Steve Jobs y Steve Wozniak lo hicieron sin para cuando diseñaban el primer computador Apple. Todo esto parece obvio, pero debemos ser conscientes que las peleas de niños son una oportunidad para prepararlos para esto.
"Si nadie discutiera jamás, no renunciaríamos a viejas formas de hacer las cosas y ni hablar intentar pruebas nuevas. Los desacuerdos son el antídoto para el pensamiento grupal. Cuando estamos fuera de sintonía estamos en nuestro punto más imaginativo", afirma Grant.
La psicóloga Ignacia Larraín, coautora de nuestra Guía para Padres, nos señala que "las peleas entre hermanos son frecuentes y son una parte importante de las relaciones fraternas, y constituyen un elemento central en el desarrollo infantil, porque le enseñan tempranamente al niño que hay otros que también tienen necesidades, que ellos no son siempre el centro de atención y que la propia voluntad no puede imponerse siempre".
Agrega que las peleas constituyen un espacio privilegiado para que los niños vayan aprendiendo mecanismos asertivos de resolución de conflictos (no inhibidos pero tampoco agresivos), permitiéndoles expresar lo que necesitan o quieren de un modo que considere al otro.
Por otro lado, y aplicando esta misma teoría en lo académico, una investigación realizada en 28 colegios británicos, demostró que los alumnos de entre 9 y 10 años que recibieron una intervención escolar focalizada en aprender a razonar, discutir y argumentar (rutinas de pensamientos), presentaron progresos mucho mayores en materias como matemática, inglés y ciencias que aquellos niños que no recibieron esta técnica de aprendizaje escolar.
Teniendo en claro entonces que el discutir es positivo y necesario, como padres debemos inculcar métodos para que los niños aprendan a hacerlo sin violencia y sin ataques personales. Debemos enseñarles a argumentar, y lo mejor es a través del ejemplo.
Adam Grant propone:
- Que las peleas se transformen en un debate y no en un conflicto.
- Enseñarles a argumentar como si estuvieran en lo correcto, pero a escuchar como si estuvieran equivocados.
- Enseñarles a respetar la perspectiva de la otra persona y reconocer los puntos en los que coinciden y lo que han aprendido de ellos.
"Presenciar discusiones y participar en ellas (sin violencia) nos vuelve más resistentes. Desarrollamos la voluntad de pelear batallas a contracorriente y nos da la habilidad de ganarlas, así como la resiliencia de perder una batalla hoy sin perder nuestra determinación a futuro", concluye Grant.
- Pedirles la opinión a los niños de forma constante y explicarles también nuestros argumentos en palabras simples que ellos puedan entender.
Ignacia Larraín también nos entrega sus consejos para hacer de las peleas de los niños una herramienta de aprendizaje y crecimiento, ya que según ella "las peleas por sí solas no son necesariamente un facilitador del desarrollo". Como padres debemos:
- Evitar tomar partido por uno u otro, ya que esa actitud sólo llena de rabia al que se siente desfavorecido.
- Dar espacio para que ellos expresen lo que sienten o quieren, validando las emociones de cada uno. Ayudar a los niños a través de preguntas para que logren entender lo que puede estar pensando o sintiendo el otro (antes de los 7 años son muy egocéntricos y les cuesta ver la realidad desde una perspectiva distinta a la suya).
- Tener un "rayado de cancha" de límites de antemano, el cual se debe mantener en la pelea o discusión. Por ejemplo, que está permitido decir lo que sentimos, lo que nos molestó, lo que queremos, lo que nos enojó; pero no podemos insultar, golpear o agredir al otro.
- Fomentar que sean ellos lo que busquen una solución. Si son niños muy chicos, como padres podemos darles algunas sugerencias pero dejarlos a ellos que decidan cómo resolver su problema.
En cuanto a las discusiones entre adultos que pueden presenciar los niños, Ignacia nos cuenta que para que éstas sirvan para el desarrollo de los niños, hay que tener en cuenta lo siguiente:
- Modelar un estilo de discusión asertivo: decir lo que pensamos, pero siempre desde el respeto al otro.
- Argumentar con ideas y mantener un autocontrol emocional que nos permita centrarnos en los temas concretos que están en cuestión y no caer en descalificaciones, insultos o agresiones a la otra persona.
- Si estamos discutiendo con otro adulto cercano al niño, es fundamental que quede claro que se discuten las ideas, pero que no está en juego el afecto que sentimos por esa persona.
"De esta forma le mostraremos a los niños que no es bueno que nos dejemos pasar a llevar, que es posible manejar las diferencias, discutir en torno a situaciones; pero que siempre debe predominar el respeto hacia el otro; y que el vínculo se mantiene y no se destruye con la discusión".