El año 1957 sucedió algo en Estocolmo que sería de gran importancia para la Antártica. ¿Qué puede tener que ver la ciudad sueca con el lejano Polo Sur?
Hace sesenta años se realizó una reunión del Consejo Internacional de Ciencia (ICSU) donde se decidió que era necesario organizar mejor a nivel internacional la actividad científica en la Antártica. Y más de medio siglo después, seguimos asombrándonos con descubrimientos científicos producidos gracias a esta decisión, en los que nuestro país juega un rol crucial.
En esa reunión se creó el que posteriormente sería conocido como Comité Científico para la Investigación Antártica o SCAR. Su principal tarea era “preparar un plan para la exploración científica en la Antártica en los años posteriores a que se completara el programa del Año Geofísico Internacional (1957-1958)”. Ese año, al establecerse que la actividad científica debía ser uno de los principales focos de los países con intereses antárticos, como lo es Chile, se echó a andar la semilla que daría como fruto la creación en 1963 del Instituto Antártico Chileno (INACH), el cual sería responsable de coordinar y ejecutar la acción científica, desarrollando las actividades que se ejecutarían en el Territorio Chileno Antártico.
“Hasta antes de la puesta en marcha del Instituto, uno que otro investigador con intenciones antárticas lograba que la Armada lo incorporara en algunas de sus comisiones al Continente Helado. Actuaba por su cuenta y el rendimiento estaba acorde con las posibilidades del Grupo de Tarea Antártica y con la buena voluntad de nuestros marinos”, dijo el ingeniero geógrafo Alejandro Forch en un artículo del Boletín Antártico Chileno publicado 1983.
Así es que el INACH surgió como un importante impulso a que Chile se involucrara de manera oficial en la investigación científica en la Península Antártica. La primera Expedición Científica del INACH se hizo en el año 1964 y en ella se realizaron estudios de biología, ecología, geología, meteorología, ornitología y sismología entre otros.
Pero, ¿por qué es tan importante la Antártica para el estudio científico? No se trata sólo de que deba importarnos este blanco continente porque Chile “tenga” territorio en él o que ahí vivan lindos pingüinos (aunque, sin duda alguna, es así). Alrededor del 98 % de la Antártida está cubierta de hielo, el cual tiene un promedio de 1,9 km de espesor, según un estudio publicado en The Cryosphere. ¿Te has preguntado qué sucedería si todo ese hielo se derritiera algún día?
Hace poco más de un año, José Jorquera y Braulio Valdebenito de la Universidad de Santiago (USACH) llegaron a la Isa Rey Jorge, ubicada en la Península Antártica, comenzando la campaña de mediciones 2016-2017 en la Plataforma de Investigación de la Antártica de la USACH. Este fue el inicio de una serie de proyectos orientados al estudio de diversas condiciones atmosféricas observadas en la península, que incluían mediciones al ozono, la nieve y las nubes, y de las que poco se habla en nuestro país, pese a nuestra cercanía con la zona.
El cambio climático impacta diversas áreas y una de ellas es el mayor derretimiento de nieves y glaciares, que tiene como consecuencia el aumento de los niveles del mar. Pero pocas mediciones de factores físicos y atmosféricos se realizaban en el que debería ser uno de los sitios más evidentemente afectados: la Antártica.
En este contexto se da el trabajo del grupo Antartic Research Group formado por el departamento de Física de la USACH en colaboración a otras universidades e instituciones de diversos países como el Deutsches Zentrum für Luft- und Raumfahrt (DLR), el Instituto Venezolano de Investigaciones Cientificas (IVIC), la Universidad de Leuphana en Alemania, y el propio INACH. Mediante la plataforma de difusión Antarctica.cl nos mantienen informados sobre los estudios que están llevando a cabo.
Penny Rowe y Edgardo Sepúlveda trabajaron en la Isla Rey Jorge durante enero y febrero. Edgardo Sepúlveda contó a El Definido que los ejes de investigación del grupo antártico son la capa de ozono, la nieve y las nubes. El que lleva más tiempo es el estudio de la criósfera, liderado por Raúl Cordero, que busca medir cuanta radiación solar refleja la nieve, ya que esto permitiría comprender mejor el rol del balance radiativo (equilibrio en la temperatura terrestre).
“La nieve es como un espejo, refleja mucha radiación solar. Cuando el albedo o la reflexión disminuye, es menos radiación la que vuelve a la atmósfera y más la que absorbe la nieve. Entonces aumenta la temperatura y el derretimiento de la nieve. La energía del sol tiene que irse a algún lado, no se pierde. La nieve la refleja o la absorbe. Y una manifestación de la absorción de la energía es la temperatura. Si la nieve absorbe energía significa que se está calentando más de lo normal”, nos explica Sepúlveda.
Los científicos buscan estimar el “forzamiento radiativo” o cambio en el calor que entra o sale de un sistema climático, que ocurriría debido a cambios en el albedo de la nieve. Pese a que la Antártica influye de manera fundamental en el clima mundial, el cómo influyen los cambios en el albedo a este forzamiento radiativo es algo que, hasta la fecha, no era investigado en detalle.
¿Y cómo se logra averiguar esto? Sepúlveda nos explica que los científicos también obtienen muestras de nieve y miden las concentraciones de carbono negro u hollín, un contaminante que es generado principalmente por el motor de diesel o la quema de leña, combustibles que lo liberan en grandes cantidades a la atmósfera. “Lo importante de ese compuesto es que viaja por la atmósfera y se puede depositar en la nieve. Es negro, no se ve a simple vista, pero al ser partículas negras, al sumarse, disminuyen el albedo (reflexión de la nieve), lo que hace que la nieve se caliente más y se derrita más rápido”.
Agrega que otro índice del cambio climático son las microalgas que empiezan a proliferar sobre las islas de la Península. “En la Isla Rey Jorge es común encontrar microalgas en los bordes de los glaciares, las cuales también alteran el albedo. Con el aumento de la temperatura proliferan más, son muy pequeñas, son microscópicas, pero generan color distinto en la nieve y disminuye el albedo”.
Los científicos también buscan comprender el rol de las nubes en el balance radiativo atmosférico, es decir, cuánta radiación traspasa las nubes, cuanto absorben, cuanto reflejan. “Las nubes cumplen un rol de efecto invernadero natural. Si aparecen más contaminantes en las nubes, empiezan a cambiar sus propiedades, por lo tanto van a perder más energía, se van a calentar más y eso va a alterar el balance natural de la atmósfera, por ejemplo aumentando la temperatura. Esta investigación es fácil de hacer en variados continentes pero en la Península Antártica no se había hecho por dificultades logísticas”, nos señaló Sepúlveda al respecto.
Todos los estudios realizados por los científicos significan un avance en la comprensión de los efectos del cambio climático, de la influencia del factor humano y de la urgencia por cuidar mejor nuestro planeta. Al ser publicados, se convierten en herramientas fundamentales para informarse y generar políticas públicas en relación al cambio climático (pueden encontrar los papers en Antarctica.cl o en Research Gate).
Un objetivo anexo, nos comentó Sepúlveda, es compartir sus mediciones para mejorar el pronóstico del tiempo de la zona enviando sus datos al Global Telecommunication System, GTS donde éstos son usados por los modelos climatológicos ayudando a mejoran el pronóstico en la Antártica.
¿Y qué sucede con la aparente alza de temperaturas en la nieve y el desprendimiento de glaciares? Desafortunadamente, la toma de decisiones para evitar estas situaciones no depende de los científicos. Su rol es informarnos con precisión. Pero sabremos si sus descubrimientos son tomados en cuenta por la comunidad internacional para la próxima conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático de 2018, la COP24, que se realizará en Polonia, donde habrían quedado muchas decisiones pendientes desde el último encuentro.