Ha sido un período presidencial muy agitado cuando de materia educacional se trata. Entre la reforma educacional, la ley de inclusión, la gratuidad universitaria y tanta otra cosa, estos últimos cuatro años de gobierno han tenido un foco muy marcado en el área.
Y cuando quedaban solo cinco días para el cambio de mando, la presidenta Michelle Bachelet decidió enviar un último proyecto (y con suma urgencia) al Congreso para zanjar otro aspecto de la educación: los ránkings escolares a partir de los resultados de la prueba Simce. Esta evaluación, que se hace a alumnos de 2°, 4°, 6° y 8° básico; y 2° medio, ha sido durante mucho tiempo una especie de listado para “cotizar” cuál es el mejor colegio.
Después de todo, cada vez que aparecen los resultados, estos se divulgan a través de un ránking que describe qué establecimientos tuvieron los mejores números y cuáles no. Pero puede ser que este mecanismo tenga sus días contados. La iniciativa impulsada por el Ministerio de Educación (Mineduc) propone la eliminación de los listados comparativos por colegio. ¿Qué sugieren en cambio?
Que solo se puedan informar estas cifras cuando se hace de forma agregada a nivel nacional, regional o comunal. Y pese a que no queda claro quiénes tendrán acceso a esa información, pareciera que corresponden a datos que serían más útiles para la confección de políticas públicas que para la decisión de un apoderado para matricular a su hijo. Así, se estaría prohibiendo la formulación de ránkings comparativos entre establecimientos.
Según el secretario ejecutivo de la Agencia de Calidad, Carlos Henríquez, la medida “viene a reforzar la idea de que entregar información de ranking no aporta a la mejora escolar y concentra la atención en algunos colegios, estigmatiza y no coloca la conversación en la mejora de los 12 mil establecimientos del país”.
Esto es algo que se viene diciendo hace rato y que tiene que ver con las numerosas críticas que ha recibido la prueba Simce. A pesar de que su objetivo es evaluar y orientar al sistema educativo, a través de los logros de aprendizaje de los estudiantes y la gestión de los establecimientos educacionales para mejorar la calidad y equidad en la educación, muchos dicen que tienen una serie de externalidades negativas.
Por ejemplo, se le adjudica ser una evaluación que genera tensión, estrés e incluso obsesión en las comunidades educativas. Sobre todo por el hecho de que sus resultados terminan siendo públicos, lo que incita a distintos establecimientos a dirigir sus esfuerzos en obtener buenos resultados en este examen (que mide conocimientos concretos y no necesariamente una experiencia de educación integral).
En ese sentido, un paper de 2002 llamado Some Guidelines for Academic Quality Rankings (Algunos lineamientos para la publicación de ránkings académicos cualitativos, en español), reconoce que estas publicaciones son materia de debate, ya que no todos coinciden en que la calidad de un establecimiento pueda ser cuantificada.
También se sostiene que los “listados cualitativos” de establecimientos académicos deberían hacer el esfuerzo de saber conjugar la complejidad de la enseñanza, el aprendizaje, los recursos y la investigación que realizan. Es decir, no solo dar a conocer el resultado de una evaluación en particular, sino que todo el proceso de aprendizaje que se desarrolla ahí.
¿Analiza esos factores los ránkings del Simce? Nop, aunque eso no quiere decir que sea el mismísimo demonio hecho prueba: hasta ahora es la única herramienta de medición de este tipo que tenemos.
Otro paper de 2014 llamado Class rank weighs down true learning (Los ránkings de colegios disminuyen el verdadero aprendizaje, en español) analizó este fenómeno cuando se concentra en el nivel de enseñanza media, pero en Estados Unidos. Y dentro de sus principales conclusiones está que pese a que el reconocimiento de la excelencia académica es un aspecto vital para las comunidades educativas, esto no debería transformarse en un factor que promueva la “competencia dañina”.
La investigación sostiene que este tipo de ránkings no mejoran los niveles de confianza, autoestima o aprendizaje. Por el contrario, plantea que lo que se consigue es todo lo contrario: demoler la motivación del estudiante. Además, también plantea una duda importante: ¿por qué hacemos públicos estos datos?
Según el paper, estos listados contribuyen a que una gran mayoría de los alumnos se vea dañado, versus un pequeño grupo de estudiantes que se beneficia por tener buenos resultados académicos, ya sea a un nivel interno como externo de la institución. En otras palabras, los ránkings terminan estigmatizando y dificultan el proceso de aprendizaje.
Tras conocerse la medida impulsada por el Gobierno, uno de sus principales detractores fue el diputado de la comisión de Educación, Jaime Bellolio (UDI). Al respecto, criticó que “una cosa es hacer un ranking y otra distinta es que los padres sepan qué está pasando con la educación de sus hijos. El primer punto es discutible, porque el Simce no tiene como objeto ‘rankear’ a las escuelas, pero lo segundo es completamente inaceptable”.
Al final, se trata de una postura que busca entregarles a los apoderados la mayor información posible antes de matricular a sus hijos en el colegio que quieran. Bajo esa línea, no mostrar la información del Simce según el establecimiento educacional sería un criterio que actualmente se considera y que ya no estaría disponible.
¿Qué otros argumentos existen en contra de esta medida? En una entrevista para The New York Times, el decano de la Universidad Vanderbilt, en Estados Unidos, sostiene que si en medio de este debate planteamos que el desempeño académico no nos importa y que no se divulgará, entonces estaríamos frente a una “abdicación de nuestra responsabilidad como educadores”.
Hablamos del tema con Nicole Cisternas, directora de Políticas educativas de Educación 2020 y esto fue lo que nos dijo: “no estamos a favor de los ránkings. Pensamos que han sido súper nefastos para la educación chilena, porque lo que han tendido a hacer es estigmatizar a las escuelas”
Así, Nicole agrega que este tipo de evaluaciones deberían estar orientadas a mejorar los procesos de aprendizaje, algo que no cumplirían los ránkings que nacen a partir de los resultados Simce. De hecho, asegura que son segregadores.
“Segregan porque nosotros ya tenemos un sistema educativo muy segregado. Hay comunas en donde mayoritariamente hay escuelas con bajo desempeño y con pocas oportunidades de aprendizaje. Entonces, imagínate lo que es para una escuela recibir esa calificación negativa, pero también lo que implica para una familia estar en un territorio en donde toda la oferta educativa a la que puede acceder está estigmatizada en un ránking. ¿En qué medida eso influye en las expectativas de los actores?”, plantea.
Aunque no todo es blanco y negro. Nicole reconoce que desde Educación 2020 creen que los apoderados tienen derecho a recibir información sobre los colegios que son de su interés, pero detalla que es importante el trato que se les dan a esos datos. “¿De qué le sirve saber que el colegio A tiene 200 puntos y el colegio B tiene 250?”, se cuestiona.
Para ella, lo realmente importante es saber si en determinada escuela los niños están logrando los aprendizajes esperados, por ejemplo.