Imagen: César Mejías

¡Reduce ya tu cuenta de luz! El increíble beneficio de instalar paneles fotovoltaicos en casa

Le tenemos un gran cariño a la energía solar por ser limpia y natural, pero evaluar cuánto le conviene a tu bolsillo instalarla en la propia casa te hará enamorarte definitivamente de esta opción. A continuación, el análisis económico de Joaquín Barañao.

Por Joaquín Barañao | 2018-03-22 | 15:00
Tags | energía solar, paneles fotovoltaicos, electricidad, luz, ahorro, energías renovables, medioambiente
Por ahora, lo más eficiente es mantenerte conectado, prescindir del todo de baterías, y reducir tus compras de electricidad a la distribuidora, no eliminarlas.

Imagina que un inversionista plenamente confiable (digamos, el Banco Central de Alemania) te ofrece el siguiente trato:

“Entrégame $1.300.000 hoy, y te devolveré $2.173.000 en diez años más, ajustado por inflación”.

¿Aceptarías? Depende, por supuesto. Ante todo, de tu liquidez. Si vives luchando para estirar tu sueldo hasta fin de mes, la pregunta no tiene sentido. Tus urgencias cotidianas no te permiten evaluar inversiones. Es la situación de la gran mayoría de los habitantes de Chile.

Luego podría ocurrir que dispongas de algo de holgura para invertir, pero no esa magnitud. En tal caso, puedes evaluar una pregunta equivalente pero a menor escala. Por ejemplo, ¿aceptarías entregar $130.000 para recibir $217.000 en diez años más?

La respuesta a este tipo de preguntas es más compleja de lo que parece a simple vista. En el fondo, dependen de cuánto valoramos el futuro en relación al presente. Para un refugiado de guerra, la supervivencia hoy es tan apremiante que el futuro pesa muy poco en su abanico de decisiones. Para un noruego de veinte años que vive en una sociedad rica y segura, por el contrario, el futuro tiene mayor peso relativo. El refugiado de guerra utilizaría los $1.300.000 para de inmediato comprar un pasaje a un país seguro y solicitar refugio, y el noruego podría aceptar el trato propuesto para renovar sus esquíes de travesía en algún tiempo más.

El asunto es todavía más enredado, porque el dilema planteado es solo un punto en un continuo temporal. Hice la pregunta a los diez años, pero podría haberla hecha a los 9, 11, 20 o 10,005, con los montos que la inversión arroje en ese momento. La evaluación de este tipo de disyuntivas es tan espesa para nuestras pobres cabecitas que los economistas han inventado un recurso para sintetizar el atractivo de las inversiones en un solo número: la tasa interna de retorno, o TIR.

Este número indica con qué tasa de interés habría que “castigar” los ingresos y los gastos del futuro para, sumando y restando, quedar en cero. El refugiado de guerra, abocado en cuerpo y alma a los apremios del presente, diría algo del tipo “solo aceptaré entregarte mis ahorros si recibo a cambio un despampanante interés del 80% mensual”. El calmo noruego podría aceptar el trato con un modesto 4% anual.

Así, generar un proyecto con una TIR del, digamos, 35% anual es como ganarse la lotería. Es requetedifícil hallar alternativas de inversión que te permitan depositar $100 el 1 de enero y recibir $135 al 31 de diciembre. De hecho, es tan atractivo que si un instrumento financiero le ofrece eso casi con seguridad se trata de una estafa.

En el otro extremo, una TIR del 4% habla de un proyecto lánguido, que a muy pocos habría de interesar. Frente a un 4% anual, y suponiendo para efectos argumentales que solo importa la plata, si hay recursos para invertir es preferible comprar un portafolio de acciones conservadoras y echarse de guata al sol en lugar de andar rebanándose los sesos, persiguiendo facturas y acosando a proveedores.

Para un inversionista normal, proyectos con TIR sobre el 15% se vuelven interesantes. Con cifras de este tipo, ya estamos hablando de emprendimientos por los cuales vale la pena madrugar.

Siempre supimos que el maná viene del cielo

¿Y qué tiene que ver todo esto con la energía solar? Todo.

Hazte un favor y visita el maravilloso explorador solar de la Universidad de Chile. Busca tu casa sobre la capa de Google Maps, define la potencia de la instalación y deja el resto de los parámetros inalterados en su valor por defecto (4% de pérdida en el inversor, 14% de pérdidas del sistema fotovoltaico).

Para una potencia de 1,5 kilowatts no obstruidos por sombra, esta es la generación mensual para el centro de Santiago:  


Figura 1: Generación mensual de 1,5 kilowatts en Santiago, en KWh

El total anual es de 2.236 kWh. Supongamos ahora que carecemos de disciplina para limpiar con frecuencia los paneles del polvo que se deposita encima y añadamos otro 10% de pérdida, lo que lleva la cifra a 2.012 KWh.

¿A qué equivalen estos números? Partamos por lo básico: salvo que estés en un lugar aislado y no exista alternativa, por ningún motivo debes volverte autosuficiente a través de generación fotovoltaica. Si ya estás conectado a la red, desconectarse y proclamar tu independencia energética es horrorosamente ineficiente. Tendrías que diseñar todo tu sistema para que incluso la última noche de la semana más oscura del invierno puedas hacer vida normal. Eso demandaría enormes paneles y baterías, que el otro 99,99999% del año estarían sobrados. No. Por ahora, lo más eficiente es mantenerte conectado, prescindir del todo de baterías, y reducir tus compras de electricidad a la distribuidora, no eliminarlas (y cuando te sobre, vendérsela).

Una cotización real, realizada durante marzo de 2018 (la fecha es importante, pues los precios bajan mes a mes), muestra que una instalación de 1,5 kilowatts de potencia se consiguen por $1.300.000, instalación e inversor incluidos. Luego, para el caso de Santiago, Enel vende la electricidad a 108 $/KWh (hay pequeñas diferencias por zona). Así las cosas, los 2.012 kWh se traducirían en principio en un ahorro de $217.000 anual.

Es una simplificación. El cálculo realista es bastante más complejo. Hay dos efectos que actúan en sentidos opuestos. El primero, habrá periodos en verano en los que la generación instantánea será mayor a la demanda de la casa, y durante esos minutos u horas la electricidad se venderá a la distribuidora a precio menor (67 $/KWh), por lo que el ahorro disminuye respecto a la cifra recién citada. Segundo, el precio de la electricidad una vez superado el límite de invierno, sube a 136 $/KWh. Durante esos meses, el valor del ahorro aumenta. Es imposible calcular el efecto neto, que depende del patrón de consumo de cada vivienda, pero por simplicidad voy a suponer que ambos se cancelan y utilizaré el precio estándar como única referencia.

¿Cómo se comporta nuestra famosa TIR en este escenario?

Para un horizonte de evaluación de 25 años, alcanza un majestuoso 21%. Es un número capaz de entusiasmar casi a cualquiera. Por ejemplo, a muchos inversionistas les atrae el negocio inmobiliario, y compran propiedades para luego arrendarlas. Es muy parecido al solar en cuanto a estructura de flujos, por lo que la comparación es atingente: una sola gran inversión inicial y seguida de una perpetuidad de flujos futuros menores. Pues bien, te cuento que la compra de propiedades para arriendo logra TIRs típicas del 12%, con la diferencia de que tendrás que lidiar con calefonts que no prenden, cerraduras que hay que cambiar y el riesgo de arrendatarios que no paguen.

En ciudades con mejor radiación el escenario es aún más auspicioso. En San Felipe y Los Andes, donde la electricidad es bastante más cara, el TIR se eleva a un colosal 50% para áreas de cableado aéreo y a un megacolosal 66% para zonas de cableado subterráneo, ¡una locura! En Copiapó, es de 23% (la electricidad ahí es más barata). En El Salvador, 29%. En Calama es de 32% para zonas con cableado aéreo y de 35% para zonas con cableado subterráneo. El desierto de Atacama no es una de las zonas con mejor radiación del mundo; es la zona con mejor radiación del mundo.

Todo esto ni siquiera considera los beneficios ambientales. Intentaré una aproximación solo para el caso de la mitigación de gases de efecto invernadero. Investigadores de la Universidad de Berkeley han estimado el costo social de la tonelada de carbono equivalente (medida de la huella de carbono) en US$ 220 (unos $CLP 130 mil). El IPCC ha publicado que las centrales de gas natural de ciclo combinado emiten una mediana de 469 gramos de carbono equivalente por KWh, mientras que los paneles fotovoltaicos emiten una mediana de 46 gramos durante su fabricación. Luego, no contaminan. Por consiguiente, considero la diferencia.

Podemos además suponer que la totalidad de la demanda que se deja de consumir de la red nacional es fósil, ¿por qué? Porque el Coordinador Eléctrico Nacional, que controla el funcionamiento de las centrales de generación eléctrica prioriza la operación de las unidades más económicas. Y como las centrales renovables tienen un costo de operación de casi cero, no dejan de producir mientras haya disponibilidad del recurso (agua, viento, luz solar o geotermia). Las que usan combustibles fósiles, en cambio, son las primeras en bajar sus aportes .

Así que, considerando el “ahorro” de contaminación, los gases evitados por nuestros 2.012 KWh anuales de paneles (sucios) en Santiago se valorizan en $112.000 al año, y los 2.834 KWh de El Salvador en $158.000. Aunque esta porción de los beneficios no son embolsados por los dueños de casa, de considerarla la rentabilidad se va a las nubes. En Santiago, la TIR trepa a un fenomenal 43%. En San Felipe ya se escapa de los libros de contabilidad: la inversión se recupera comenzando el cuarto año, y de ahí en más se obtiene un beneficio (privado + social) de $451.000 anual. Ni un traficante de cocaína te puede ofrecer esa rentabilidad. Y esto excluye la mitigación de contaminantes locales asociados a termoeléctricas, tales como material particulado, óxidos de nitrógeno y óxidos de azufre.

Una conclusión ciudadana y una para políticas públicas

El fenómeno reciente de precios bajos en los paneles fotovoltaicos trae consigo lecciones tanto en la esfera personal como de las políticas públicas.

La “conclusión ciudadana” es la siguiente: si dispones de algo de liquidez y vives en una casa mediana o grande en una zona de alta radiación –centro o norte de Chile, ideal no costero– te pasas de h… de desprolijo si ni siquiera evalúas la conveniencia de instalar uno de estos bichos en tu techo. Incluso si el medio ambiente te importa menos que la liga de críquet paquistaní y crees que el cambio climático es un invento del sionismo internacional. Salvo que en tu jardín haya un yacimiento de diamantes o poseas la patente de la teletransportación, no es fácil acceder a alternativas de inversión más jugosas.

Hoy mismo puedes instalar el sistema y comenzar a beneficiarte de electricidad producida por el sol, y de paso, venderle tus excedentes a las compañías eléctricas.

Si es tan rentable, te preguntarás, ¿por qué no es ya híper masivo entonces? Primero, porque los precios bajos son un fenómeno reciente. Solo en los últimos años, el derrumbe en los costos ha alcanzando la escena domiciliaria chilena. Fíjate en las centrales de potencia, ahí los números se evalúan con mucha mayor atención que lo que puede hacer un dueño de casa: hasta septiembre de 2010 nunca se había siquiera presentado una central solar al Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental y hoy hay 28.327 MW en proyectos en evaluación, construcción u operación. Si ese número no te hace sentido, te cuento: a la fecha hay 22.540 MW instalados en total en Chile, tras más de un siglo de inversiones en centrales generadoras de todo tipo. El alud industrial está en plena marcha; el alud residencial está en camino. No te preocupes, que se viene.

Segundo, porque la mayor parte de las personas carece de liquidez, como he mencionado, y debe priorizar las urgencias del día a día, por atractivas que sean las alternativas.

Tercero, porque la evaluación financiera es difícil. Poca gente sabe cómo evaluar la conveniencia de un proyecto que requiere de una inversión de X en el año 0 y que genera un flujo anual de Y. Más aún, ni el ingeniero eléctrico más riguroso puede predecir cuánto excedente se venderá a la red a un precio más bajo, y cuánto se ahorrará sobre el límite de invierno a un precio más alto.

Cuarto, y aquí es donde entra la “conclusión pública”, porque la regulación de net billing (la compra de exceso de electricidad por parte de la distribuidora) no es todo lo decidida que debiera ser. Procederé a navegar aguas tormentosas, pero es necesario.

Parto por mencionar que hallar el precio exacto que cada distribuidora paga por KWh es más difícil que hacer gárgaras con talco. Las distribuidoras no lo publican en sus web, en el call center de Enel ignoran la respuesta (¡!), y resultan ser de las pocas cifras ingoogleables de este mundo. Tuve que llamar a expertos en el rubro para averiguarlo. Esta cifra debiera estar tabulada en la web del Ministerio de Energía para cada una de las compañías del país, tal como se hace con los precios de la bencina.

Como ya se mencionó, en el caso de Santiago la distribuidora paga 67 $/KWh, en contraposición a los 108 $/KWh que cobra por el mismo producto. A muchos, esto le provoca indignación. ¿No deberían pagar lo mismo que cobran? La respuesta es un rotundo NO, a menos que como país decidamos reorganizar nuestro sistema tarifario y hacer un esfuerzo para subsidiar esta tecnología emergente.

Me explico. Las distribuidoras cumplen un papel crucial de construcción y mantención de la extensísima red eléctrica. Esos postes, cables y transformadores no son gratis. Cuando una tormenta derriba un árbol sobre el tendido a las 3 AM, una cuadrilla de abnegados sujetos de impermeable amarillo acudirán cual bomberos a reparar el exabrupto de la madre naturaleza. Eso cuesta plata, y todos lo necesitamos, con o sin paneles fotovoltaicos en nuestros techos. La tarifa que hoy se cobra está diseñada para financiar esos gastos y solventar la legítima rentabilidad de los accionistas. Si obligáramos a las distribuidoras a comprar al mismo precio que venden, comprarían de la casa A para vender al vecino de la casa B sin que ninguno de esos KWh aporte a financiar la red, ni los gastos de facturación y cobranza. Sería como obligar al supermercado Líder a comprar mayonesa de todo quien toque sus puertas al mismo precio de la góndola. La puede revender, sí, pero no gana ni un solo peso en la pasada, ¿cómo se financiaría la inversión inmobiliaria, el personal, la climatización del supermercado, la iluminación, etc.?

Si no cambiamos las reglas del juego, sería objetivamente injusto obligar a las distribuidoras a comprar al mismo precio. En la medida en que la tecnología se masifique, su utilidad disminuiría de forma inexorable, hasta llegar al punto en que no habría más interesados en hacerse cargo del negocio de la distribución (algunos dirán, “pues, entonces que el Estado se haga cargo”, pero ya he explicado en extenso por qué discrepo). La clave está en que sí podemos cambiar las reglas del juego. Como país, debemos repensar nuestro sistema tarifario de manera de aprovechar al máximo las bondades de este maná solar sin que ello implique volver insostenible el negocio de la distribución.

De hecho, muchos países lo han hecho. Mira este gráfico:


Figura 2: Precio de compra de electricidad por parte de distribuidoras, en centavos de dólar por KWh

A mi juicio, debemos pasar de la ley de net billing (facturación neta) vigente a una de net metering (medición neta). Sería la solución limpia. Los medidores simplemente circularían en reversa cuando se genere más de lo que se consume (restando ese extra que generas del total de tu consumo), lo que evita la necesidad de adquirir equipos más costosos, y facilitaría calcular el retorno de la inversión (el límite de invierno seguiría siendo una incógnita).

Pero, ¿cómo se podría financiar algo así sin producir un descalabro en la industria?

Una opción es a través de subsidios del Estado, a pagar directo a las distribuidoras contra facturación de electricidad comprada. No me parece una buena solución. Añadir al Estado como nuevo intermediario aumentaría los costos de transacción, y la plata que abandona el tesoro público tendría que ser compensada de alguna manera para financiar el gasto social.

Más razonable parece aumentar en forma paulatina el cargo fijo (hoy de $677 mensual en Santiago), en la medida en que más y más gente instale paneles. El problema es que esto perjudicaría a quienes no quieren instalar paneles, y a quienes no podemos hacerlo (i.e.: vivimos en departamentos). Esto podría subsanarse disminuyendo en paralelo el precio del KWh (tanto para comprar como para vender), calibrando ambas variables de manera tal de mantener la utilidad de la distribuidora.

En el largo plazo, cuando las instalaciones fotovoltaicas sean híper masivas y el cargo fijo sea mucho mayor, se podría llegar al punto en que convendría adquirir baterías y desconectarse del todo. Si ello se generalizara, de nuevo el sistema trastabillaría. Es un problema aún lejano, pero una posible solución sería instaurar una suerte de “derecho a conexión”, no muy distinto a como hoy los británicos financian la BBC pagando £147 anuales por la licencia que les da derecho a la televisión. En este caso, sin embargo, el “derecho a conexión” debiera ser obligatorio a todo evento, incluso para quienes se desconecten, tal como el pago de contribuciones, lo que en la práctica elimina el incentivo a la desconexión. Puede que no te guste, pero ten en cuenta que hay que financiar la red de alguna manera.

No es evidente cuál es la reforma óptima, pero una cosa es segura: siendo tan abundantes las bendiciones que nos regala el astro rey, hay mejores maneras de re-rayar la cancha para aprovecharlas. Retomemos la discusión. Mientras antes, mejor.

¿Instalarías paneles fotovoltaicos en tu casa?