“Yo soy una persona y tengo mis necesidades”, me dice un niño de unos siete años cuando le pregunto acerca de cómo se describiría a sí mismo. Con seguridad y entusiasmo él me hace ver que quiere ser reconocido como tal y yo pienso: Cómo nos ha costado como sociedad incluir la idea de que niños y niñas son personas, tienen necesidades propias y necesitan de nuestro reconocimiento y compañía para crecer.
Es fundamental en la crianza de un niño no olvidar que estos son personas igual que nosotros y por lo tanto tienen un mundo interno lleno de intereses, motivaciones, ideas y creencias del contexto en el que viven, que muy probablemente sean diferentes de las nuestras. Un hijo o hija es una persona distinta de nosotros y necesitamos comprender que antes de criarlo en piloto automático tenemos que aceptarlo, conocerlo y entender con qué lentes mira y entiende el mundo que lo rodea.
La crianza en piloto automático es característica de estos tiempos. Vivimos una vida rápida, en un mundo mediado por la era tecnológica, con poco tiempo para detenernos a pensar y reflexionar sobre lo que nos pasa. Nunca antes en la historia de la humanidad habíamos estado tan “conectados” pero tan lejos al mismo tiempo, generándose esta distancia no necesariamente en lo físico, sino en lo afectivo. ¿Cómo lograr una conciencia plena al criar a nuestros hijos?
Criar en piloto automático nos hace estar centrados en la forma y no en el fondo. Es un estado en donde cumplimos con las funciones de la crianza, pero desconectados de lo que nos pasa cuando criamos. De alguna forma, se produce un corto circuito entre el puente que conecta nuestra mente y nuestro corazón, disociando nuestros pensamientos de nuestras emociones.
Se trata de la conducción sin conciencia del proceso de la crianza y nos lleva a ser padres menos sensibles a las verdaderas necesidades de nuestros hijos, llegando a privilegiar el que “hagan caso”, antes que estar pendientes de detectar e interpretar como se sienten y cómo podemos ayudarlos en ese sentir.
Es un estado de parentalidad centrado solo en la mente y el hacer, más que en la emoción y el ser. Esto nos lleva a estar “ocupados” y “preocupados” por el pasado, el presente y el futuro, fomentando una relación basada en dar instrucciones y andar corriendo de un lugar a otro para poder cumplir con nuestras expectativas de lo que consideramos que es bueno para nuestros hijos. Olvidamos entonces que el mejor regalo que podemos darles, es construir espacios para estar y compartir con ellos su proceso de crecimiento como personas.
Nuestros niños se están desarrollando en un contexto en donde los adultos tendemos a estar poco disponibles, quizás presentes pero no necesariamente disponibles desde esa presencia plena que ellos necesitan de nosotros. Cuántas veces “estamos” pero estamos contestando un mail, “estamos” pero estamos pensando en las mil cosas que tenemos que hacer, “estamos” pero estamos chateando, “estamos” pero estamos hipnotizados con la televisión. Estar presentes físicamente no es lo mismo que estar en presencia plena.
La presencia plena implica estar con todos nuestros sentidos alertas y receptivos mientras criamos. Es algo que si bien no podemos hacer el 100% del tiempo, podemos practicar en algunos momentos de mayor conexión con nuestros hijos e hijas.
Es el cómo nos involucramos genuinamente con sus intereses y motivaciones más allá de los nuestros propios. Este conocimiento se desarrolla en cinco niveles:
1. Observar: Ser capaces de mirar sin juicios, de forma sensible y empática todo lo que nuestros hijos hacen. Su gestualidad, su lenguaje corporal, sus acciones.
2. Escuchar: Ser capaces de recepcionar lo que nuestros hijos dicen y nos cuentan del mundo y de sí mismos. Desde balbuceos o llantos a palabras.
3. Interpretar: Ser capaces de darle un sentido y significado a lo que observamos y escuchamos.
4. Responder: Ser capaces de movilizarnos para dar una retroalimentación a la demanda de nuestros niños. Movilizarnos hacia la acción desde la emoción.
5. Internalizar: Ser capaces de tener la suficiente información sobre quién es nuestro hijo para integrar una imagen positiva de él o ella que sea consecuente con la realidad.
La invitación hacia estar presentes desde la idea de la conciencia o presencia plena, significa salir del piloto automático y comenzar a detenernos en el “aquí y ahora” para tomar conciencia del impacto que tienen cada una de nuestras acciones y experiencias cotidianas en la vida de nuestros hijos.
Desde la psicología transpersonal, Eckart Tolle -quien escribió un famoso libro El Poder del Ahora- dice que todas las personas tenemos un “observador”. Es como un “Pepe Grillo” que nos ayuda a mirar con distancia nuestros pensamientos y acciones. El observador, como señala Tolle, “no juzga, ni critica, solamente observa lo que pensamos y a la vez nos damos cuenta de lo que pensamos. Así aumenta nuestra consciencia, observándonos a nosotros mismos”. Esta capacidad de mirarnos, nos ayudará a monitorear mejor nuestras conductas y emociones parentales.
Si queremos realmente nutrir la relación con nuestros hijos, debemos aumentar la cantidad de veces en que nos detenemos a pensarnos como padres. Detenernos a mirarlos y observarlos sensiblemente, respondiendo preguntas a simple vista básicas pero muy muy importantes, por ejemplo: ¿Quién es mi hijo?… ¿Qué le gusta? … ¿Qué cosas le preocupan?… ¿Cómo se siente?…
Cuando sabemos quién es nuestro hijo, podemos detectar mejor qué necesita y cómo respondemos consistentemente a esa necesidad. Es un ejercicio diario de tomar atención y estar dispuestos a detectar estas señales que los niños nos dan, que la mayoría de las veces trascienden su mero comportamiento y nos vinculan con el tesoro más preciado que ellos tienen: su mundo emocional.
Cuando tomamos conciencia de nuestro rol y estamos presentes con nuestros hijos desde esa conciencia, estaremos conectados con lo mejor de nosotros mismos y trataremos de entregarles nuestro tiempo desde esa dedicación, priorizando lo que nos dice nuestro corazón.
Quisiera invitarlos a darse un tiempo y sumergirse en su propia vivencia como padres, jugar unos minutos a mirarse desde fuera haciendo un pequeño ejercicio de autoobservación (ojo que es sólo para valientes):
- Concéntrate unos minutos en seguir el ritmo de tu respiración. Inhala y exhala siempre por la nariz y siente como tu respiración entra y sale haciendo siempre el mismo recorrido.
- Una vez que sientas que estás conectado con la rítmica de tu respiración, te pido que imagines frente a ti una gran pantalla de cine en donde empezarás a verte a ti mismo en algún momento de tu crianza, ojalá elijas un buen momento (generalmente los seres humanos tendemos a mirar siempre el vaso medio vacío, atrévete esta vez a mirarlo medio lleno).
- Mírate todo lo que puedas, observa lo que haces, escucha lo que dices, observa lo que hace tu hijo y escucha lo que dice tu hijo. Fíjate en cómo interactúan en ese momento. Cuando tengas el momento bien fijado en la pantalla pregúntate: ¿Quién soy yo como padre/madre? ¿Cómo me siento cuando estoy con mi hijo/a? ¿Qué podría hacer distinto para mejorar nuestra relación? ¿Qué cosas estoy haciendo bien?
Cómo decían los grandes filósofos de la antigua Grecia: la vida se trata de cuestionar y hacerse buenas preguntas, ¡sólo así llegaremos a entender nuestra propia verdad!