Muchas son las cintas que homenajean a los más fieles, babosos, tiernos y pulgosos de todo hogar. Pero quizás en su mayoría o rozan el drama que cala el alma y te deja desconsolado, como son los casos de Marley y Yo o Siempre a tu lado; o lamentablemente son tan antiguas o de bajo presupuesto (y ética) que difícilmente no hubo maltrato animal durante su filmación (Policías y Sabuesos, La razón de estar contigo o Cachorros en la nieve). Es por eso que al final todo se reduce al maravilloso arte del cine de animación, con referentes ya clásicos como Todos los perritos se van al cielo, La Dama y el Vagabundo o 101 dálmatas. Hasta ahora.
Wes Anderson es un estilo y universo cinematográfico propio. Uno que nos muestra una obsesiva perfección y delicadeza por lo estético y visual, de encuadres al detalle y de un color y fotografía que parecen más de un artista en puntillismo o arquitecto vintage, que de un director como tal. Puede que guste, puede que no, puede que canse, puede que te alucine; la cosa es que como sea el tipo es un seco, un genio en lo suyo. Con una marca y un sello único. Y es que en Isla de Perros salta a otro nivel, que particularmente nos muestra su trabajo “menos Wes Anderson” en todas sus líneas, pero igualmente con su esencia. Pues debe ser la película más digerible, familiar, rápida, emotiva y contingente de sus ya 30 años de carrera y 17 films.
Mostrándonos una historia sumamente simple, pero querible: en la ciudad de Megazaki todos los canes presentan una extraña epidemia que puede ser contagiosa para la humanidad, y el malévolo y catlover alcalde decide desterrarlos a una isla basural en medio del océano. Aquí los perros de raza, callejeros y ya sin dueños, conviven entre peleas y los síntomas del virus. Hasta que el pequeño Atari, sobrino del alcalde, decide ir al rescate de Spots, su perro guardián y único amigo. Situación que lo hará conocer a la pandilla del garrapatoso e indiferente Chief, desencadenando una revolución canina y una señal de ayuda para un colectivo de adolescentes animalistas.
El eterno lazo con nuestras mascotas, la denuncia a las políticas intolerantes contra la migración o la diversidad, la influencia del miedo para el control social, mensajes “cruelty free” o ecologistas, el valor del honor y la amistad, la magia de la tradición, e incluso la sabiduría en los niños y jóvenes, son algunas de las temáticas que Anderson dialoga en esta película.
Muy en su onda, con un sinfín de personajes, jugando con la ironía, la participación del espectador y particularmente en este caso: la cultura nipona. Tanto que hay claras citas (musicales y visuales) a Akira Kurosawa y Hayao Miyazaki en varios momentos y escenas. Y ojo que de buenas a primeras puede ser una suma de caricaturas en torno a lo “japo”, pero no, es más un reírse de cómo los occidentales vemos al oriental país, pero realzando su filosofía, estilo, idiosincrasia y belleza. Donde incluso no hay traducciones del idioma japonés, pero todo se capta por sensaciones, gestos y los planos del film. Un lenguaje universal, un lenguaje de humanos y perros. Con alma japonesa.
Wes Anderson sorprendió a sus seguidores y a Hollywood el 2009, al indagar en la antiquísima técnica del stop motion (o registrar figuras análogas movimiento tras movimiento), con su arriesgada El Fantástico Sr. Fox, película basada en un cuento y que iba enfocada hacia audiencias más familiares. Quizás fue una de sus producciones más criticadas, por la imagen de los animales (entre disecados y realistas) y lo sencilla de su trama, algo que se distanciaba de sus aclamadas Los excéntricos Tenenbaums, Rushmore, La Vida acuática de Steve Zissou o, mirando en perspectiva, su anterior y nominada al Oscar, Hotel Budapest; películas que destacan por las capas de sus personajes, evocar la nostalgia de pasados mejores y tener identidades propias.
Bueno, el fierro quemado volvió, y es lanzado para que Isla de Perros no sólo repita su animación en stop motion, sino que además lo haga con una factoría y nivel que está fuera de serie, marcando un antes y después en esta técnica y en el animar; en las criaturas, locaciones, tiros de cámara, uso de luces, tiempos y movimientos. Una tarea titánica para una historia sencilla, pero de muchas lecturas y chispas en sus personajes. Como en sus mejores tiempos.
Otra de las características del tío Anderson, es cómo elige y trabaja con sus elencos, desarrollando siempre narraciones corales con muchos actores y giros, todos de gran categoría y muchos regalones (como el caso de Bill Murray, Anjelica Huston, Owen Wilson o Jason Schwartzman). Y obviamente en esta ocasión los ladridos y aullidos son caracterizados por gigantes como Bryan Cranston, Scarlett Johansson, el ya mencionado Murray, Edward Norton, Jeff Goldblum, Tilda Swinton, la reciente ganadora del Oscar a Mejor Actriz Principal, Frances McDormand, y la también nominada como directora, Greta Gerwig; e incluso la artista Yoko Ono está en los créditos. Ese nivel. Todos orquestándose para dar diferentes personalidades y voces a cada sabueso del clan, acompañados de la notable musicalización de Alexandre Deplast (La Forma del Agua), que mezcla sonoridades orientales con el clásico eco folk del director.
De esta manera, en una cartelera plagada de superhéroes y efectos especiales deslumbrantes, esta es una chance para bajar las revoluciones y cobijarse en lo íntimo, cómico y tierno. Dejándose llevar por sus canciones, expresivos ojos perrunos, pulgas y silencios. Recordando ese peludo que quizás ya no está, o uno que nos espera todas las tardes al llegar a casa.