Imagen: César Mejías

3 malos hábitos que Spotify debe cambiar con urgencia si quiere sobrevivir

Martín Poblete cree que el líder de la evolución reciente de la industria musical, no está haciendo hoy las cosas del todo bien; las tres “patitas” que lo tienen cojo, podrían acabar con su liderazgo. Este es su análisis.

Por Martín Poblete @martin_poblete | 2018-06-12 | 14:40
Tags | spotify, malos hábitos, apple music, plataformas digitales, música, streaming, fake artists
Del total de ingresos que la empresa recibe, alrededor de un 80% se reparte entre sellos discográficos, artistas y dueños de derechos, dejando un margen bastante bajo para generar rentabilidad.

Los servicios de streaming le devolvieron la vida a la industria musical internacional, tras la llegada de la era digital. Tras alcanzar su máxima rentabilidad en 1999, la gran industria musical pasó por un período económicamente oscuro que se extendió por varios años. La masificación de las descargas ilegales como mecanismo de consumo de música, golpeó duramente las ventas de formatos “físicos” como discos y cassettes. Como consecuencia de ello, los ingresos de los sellos discográficos fueron en descenso durante más de una década.

Con la llegada y masificación de los servicios de streaming como Spotify, Apple Music y Deezer, que ofrecen acceso a catálogos inmensos de música a bajo precio y sin necesidad de descargarla, la industria comenzó a repuntar poco a poco. Según datos de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI), la industria musical lleva ya tres años consecutivos de crecimiento, con el streaming dominando por sobre los formatos físicos y las licencias de sincronización desde 2017, llegando a una ganancia anual de 17,3 mil millones de dólares (más de 10 billones de pesos chilenos) en el año recién pasado.

En este marco, Spotify ha sido la empresa líder en la evolución reciente del mercado de la música. Del mismo modo que Netflix cambió la relación de las personas con el cine y la televisión, Spotify ha transformado en los últimos años los hábitos de consumo de música. Cosas tan básicas como el concepto de álbum, un formato que parecía atemporal e irreemplazable, ha sufrido las transformaciones impulsadas por Spotify, perdiendo relevancia en favor de las playlist temáticas.

No todo puede ser tan bueno

Con casi 160 millones de usuarios en el mundo, de los cuales 71 millones son usuarios pagados, Spotify es el actor más relevante en el actual escenario del streaming. Su exitoso ingreso a la Bolsa de Nueva York, con una cotización inicial de casi 30 mil millones de dólares (más de 18 billones de pesos), ha demostrado que las plataformas de streaming son un negocio de interés para los inversionistas.

Este éxito, sin embargo, se sostiene sobre un frágil equilibrio: del total de ingresos que la empresa recibe, alrededor de un 80% se reparte entre sellos discográficos, artistas y dueños de derechos, dejando un margen bastante bajo para generar rentabilidad. Sumado a esto, las batallas legales que la empresa ha debido enfrentar por no pagar royalties (pagos que se deben dar al poseedor de derechos de autor de un producto a cambio de su explotación) a algunos artistas, y el rápido ascenso de Apple Music como plataforma, han puesto dudas sobre cuánto tiempo podrá durar Spotify en la cima. Los últimos reportes, de hecho, informan que en Estados Unidos ya perdieron el trono.

Por eso, los próximos movimientos de la empresa deben hacerse con sabiduría. Y, aunque son un servicio bastante valorado por los usuarios, hay prácticas cuestionables con las que deben acabar pronto (según mi opinión). Hoy te contamos de tres de ellas.

1.- Pagar poco a los artistas

Partamos de la base de que pagar poco por los derechos de autor, es mejor que no pagar nada, que es lo que sucedía con las descargas ilegales. Bajo esa óptica, podríamos decir que Spotify es más una solución insatisfactoria, que un problema en sí mismo.

Digamos también que los malos pagos no son solo problema de Spotify, sino de los servicios de streaming en general. Pero de todos los malos pagadores de la industria musical, Spotify es uno de los más malos, siendo superado solo por Youtube y Pandora.

Según un artículo de The Trichordist, Spotify pagaba US$0,00397 por reproducción en 2017, lo cual equivale a 2,5 pesos chilenos. Considerando que los sellos y servicios de distribución pueden llegar a recortar hasta un 70% o más de este ingreso, y que Spotify no paga de forma regular, es difícil que un artista pueda contar con ingresos por esta vía.

Es cierto que, como decíamos más arriba, Spotify no tiene la solvencia para pagar más. Pero con el surgimiento de plataformas emergentes como Resonance, que proponen modelos de pago más justos y algoritmos más inteligentes, esta debilidad podría rápidamente convertirse en una amenaza.

2.- Censura mal aplicada

Spotify es una empresa estricta en lo que respecta a sus contenidos. Según su declaración oficial sobre los temas que no están permitidos en la plataforma, la empresa declara que “contenidos de odio son aquellos que de forma expresa promueven, abogan o incitan al odio o violencia contra un grupo o individuos a partir de sus características, incluyendo raza, religión, identidad de género, sexo, etnia, nacionalidad, orientación sexual, condición de veterano o discapacidad. (…) Cuando seamos alertados de contenidos que violen este estándar, los retiraremos de la plataforma”.

Claro está que esta postura de no permitir contenidos de odio no tiene nada de malo. Lo malo, y lo que realmente le ha valido a Spotify una serie de críticas en el último tiempo, es la forma en que lo ha hecho, lo que ha generado cuestionamientos respecto al límite de sus medidas.

En mayo pasado, Spotify comunicó que dejaría de promover en sus playlists oficiales y en sus sugerencias personalizadas a artistas que tuviesen antecedentes de conductas de odio. Para ello, analizarían cada caso individualmente, en conjunto con agrupaciones como el Southern Poverty Law Center, la Liga Antidifamación, GLAAD y el International Network Against Cyber Hate, entre otras.

En primera instancia y junto con su comunicado, Spotify dejó de promover de forma inmediata la música de R. Kelly, artista de soul acusado en reiteradas ocasiones de abuso sexual, posesión de pornografía infantil y esclavitud sexual, y la del rapero XXXTentacion, conocido por su largo historial judicial por delitos de robo, asalto y agresión, siendo el más grave el que cometió contra una mujer embarazada.

Es sabido que las playlists de Spotify son una de las formas más efectivas para que los artistas aumenten sus reproducciones y amplíen su base de seguidores. Por eso, no promover la música de estos artistas en playlists tan influyentes como Rap Caviar, es un castigo duro y ejemplificador.

El problema, y la principal crítica que generó esta nueva política, es que es imposible ejecutarla sin atentar contra la plataforma misma o contra la transparencia del proceso. La música está plagada de ídolos vinculados a acciones que podrían considerarse de odio, como agresiones, delitos sexuales y homicidios, además de otros actos cuestionables como robos, fraudes económicos y conductas destructivas. Sin ir más lejos, en la misma lista Rap Caviar, de la que XXXTentacion fue eliminado, figuran otros raperos acusados de delitos de similar gravedad, como Rich The Kid y Famous Dex, sin castigo alguno.

Y aquí viene la paradoja: si Spotify juzgara equitativamente a todos los artistas que han tenido comportamientos cuestionables, debería dejar de promover al menos a la mitad de sus grandes artistas, si no más. Pero todos sabemos que la plataforma no podría sostenerse si hiciera eso. La necesidad de esos plays para generar su ingreso los obligaría a hacer excepciones y, finalmente, actuar en forma selectiva.

En consecuencia: si la norma no se puede aplicar con justicia, no es una buena norma. Aunque eso signifique tener a criminales y personas abominables en sus listas de reproducción.

Finalmente, tras varios días de críticas, el pasado 1 de junio Spotify anunció que seguirán con su política de tolerancia cero a los discursos de odio en sus contenidos, pero comunicaron que no serían jueces y jurados, y que la controversial política de no promover a artistas por comportamientos de odio sería suprimida.

3.- Artistas falsos

Mentir es malo. “Las mentiras hacen llorar al Niño Dios”.

A Spotify le encantan las playlists temáticas. Y dentro de ellas, existe una categoría particularmente interesante, porque su contenido levanta muchas dudas. Se trata de playlists que compilan música suave, por lo general bastante genérica, asociada a un estado anímico determinado. Estamos hablando de playlists como Piano in the backgroundy Smooth Morning, muy populares entre los usuarios que buscan música liviana, que los acompañe sin ser demasiado invasiva.

Entre artistas y productores conocidos, es habitual encontrar en estas playlists a “artistas” que alcanzan varios millones de reproducciones con apenas dos o tres canciones publicadas, y de los cuales no existe registro alguno fuera de Spotify. Ni un perfil de Twitter, ni una fanpage, ni un artículo en una revista… Nada.

En algunos casos, podemos encontrar un perfil bastante básico en una página llamada Ghostmusician (músico fantasma). En la descripción de la página, una breve declaración de principios establece que “Ghost Musician Records recibe a parias y marginados. El único denominador común para nuestros artistas es el amor por la música (…) nuestro sello encarna a los artistas que encontrarás en este sitio, dándoles un sentido de pertenencia. Queremos contar sus historias, historias que no serían conocidas de otra forma, olvidadas detrás de despiadados conteos de reproducciones y cifras de streaming”, y remata diciendo “ninguno de nuestros artistas existe realmente, y ninguna de estas biografías es real. Pero podrían serlo”.

Según varios medios, entre ellos Music Business Worldwide, Spotify le estaría pagando a productores para hacer música a pedido, con el fin de agregarla a sus playlists más populares sin tener que repartir las ganancias que generan. Recordemos que Spotify es una empresa de origen sueco, con sus cuarteles generales ubicados en la ciudad de Estocolmo, y que Suecia es la cuna de los productores más exitosos de los últimos 30 años. Todo calza pollo.

A pesar de que Spotify ha negado por completo las acusaciones, alegando que no han creado a ningún artista falso, y que nunca se han pagado a sí mismos por streaming de música, la existencia de artistas falsos en su plataforma es innegable. Nombres sin rostro ni historia, como Tom Stella, Ana Olgica, Scotty Baughman y Karin Borg, existen por docenas en Spotify, y acumulan decenas de millones de reproducciones.

Un trabajo de investigación realizado por Music Business Worldwide en conjunto con sus lectores, los llevó a rastrear el código estándar internacional de grabación (ISRC code en inglés) de varios de los temas incluidos en las playlists. Tras contrastarlos con bases de datos de derechos de autor (similares a la SCD chilena), descubrieron que nombres tan variados como Deep Watch, Karin Borg y Piotr Miteska, son en realidad pseudónimos para llamar a la dupla compuesta por Andreas Romdhane y Josef Svedlund, conocidos en el medio como Quiz & Larossi. Con una larga y exitosa trayectoria iniciada en 1999, Romdhane y Svedlund han trabajado con artistas como Westlife, Il Divo, The Pussycat Dolls y Kelly Clarkson.

¿Y sabes dónde tienen establecida su residencia? ¡En Estocolmo, Suecia!

Es innegable que Spotify ha liderado los cambios más importantes de la última década en la industria de la música, y su posición de hegemonía es una merecida consecuencia de ello. Pero estos cambios, aunque significativos, son todavía insuficientes para mantenerse en la cima. Su éxito dependerá de cuán capaces sean de mantener felices a los artistas que crean la música, a los empresarios que la distribuyen y al público que la consume. Si no son capaces de cambiar sus malos hábitos, a la vez que continúan con sus buenas ideas, probablemente terminaremos prefeririendo a la competencia.