40 años después ¿metemos el golpe bajo la alfombra?

¿Tienen derecho las generaciones jóvenes a opinar sobre el golpe? ¿Y si es así, cuál debe ser su rol?

Por Alfredo Rodríguez @AlfreoRodriguez | 2013-09-10 | 09:45
Tags | golpe de estado, derechos humanos, unidad popular, 1973, política, reconciliación, historia
"El ser humano no puede olvidar su dolor. Necesita curarlo. Y la única forma de hacerlo es con toda la verdad, con todas las verdades"

A 40 años del golpe en Chile, formo parte de una generación completa de adultos, y nuevas familias, que no vivimos en carne propia los hechos del 11 de Septiembre de 1973. En mi caso, la dictadura terminó cuando apenas tenía 9 años, y a pesar de recordar el proceso del plebiscito, no fue hasta muchos años después que empecé a comprender su relevancia. Para muchos, somos la generación que no puede opinar, los que no estuvimos ahí, simplemente porque no vivimos los hechos. ¿Qué hacemos entonces? ¿Nos olvidamos del tema? ¿Nos quedamos callados? Yo creo, por el contrario, que nuestra generación cumple un papel importantísimo dentro de este proceso.

Las heridas no se olvidan.

Salgámonos por un segundo del tema de la dictadura. En mis pocos años de casado, una de las primeras cosas que aprendí es que no hay nada peor que enterrar una pelea: ¿Se me olvidó su cumpleaños? Filo, me haré el tonto… tarde o temprano se le va a olvidar. Pretender ocultar un hecho doloroso bajo la alfombra es una pésima estrategia, lo único que consigue es que frente a cada nuevo roce, el antiguo conflicto vuelva a salir a la luz. ¿No bajaste la tapa del WC? ¡Obvio! ¡No te acuerdas de mi cumpleaños y vas a acordarte de bajar la tapa!

Si conflictos así de triviales pueden arrastrarse por meses ¿Cómo podemos esperar que una herida tan profunda y reciente dentro de la historia de nuestro país se olvide, que demos vuelta la página? Más allá de la indolencia y la patudez que puede significar el decir “ya pasó, no nos quedemos pegados”, argumentarlo es no entender que el ser humano necesita vivir los procesos, aunque sean largos, y que la forma de cerrar las heridas es manteniéndolas al aire para que cicatricen. Porque callar una pena es la mejor forma de convertirla en rabia, en odio. Las penas hay que sacarlas fuera, llorarlas, cuantas veces sea necesario.

Nuestro papel.

¿Y nosotros? ¿Qué hacemos mientras tanto los que no vivimos el proceso? Nosotros somos los encargados de escuchar, de informarnos. Mi experiencia, recogiendo el relato de quienes vivieron la Unidad Popular, el golpe y la dictadura, es que viven marcados a fuego por su vivencia. Marcas profundas y en muchos casos tan distintas, que pueden llegar a generar visiones opuestas de un mismo hecho, visiones muchas veces irreconciliables. Para ellos, pero no necesariamente para nosotros.

Por ser una generación que no lo vivió, tenemos el contra de no haber visto nada con nuestros propios ojos, pero el pro de ser capaces de escuchar todas las visiones y entender que no existe solo un “lo que pasó”. Porque no pasó una sola cosa, no existió una sola historia, sino que millones de historias personales que poco a poco hay que ir recogiendo, con oído abierto, empático, reflexivo y crítico, que con el tiempo nos permita construir una historia que nos haga sentido como país. Una historia que vaya más allá de las conveniencias y las justificaciones, que entienda la polarización no como una competencia por quién tenía la razón, sino como dos caras de una moneda que estuvo profundamente dividida. Una historia que nos ayude a nunca volver a cometer las mismas atrocidades, vivir el mismo odio y sufrir el mismo dolor. Que nos sirva para construir un Chile más unido, con una memoria potente y lo más completa posible, sin heridas guardadas bajo la alfombra.

Escribir la historia.

Yo entiendo que recordar es un proceso desgastante, que revivir es un proceso doloroso, que olvidar sería lo más cómodo. Pero el ser humano no puede olvidar su dolor. Necesita curarlo. Y la única forma de hacerlo es con toda la verdad, con todas las verdades. Las verdades son las que permitirán que la herida cierre, para luego lucir con orgullo la cicatriz que demuestra que sobrevivimos y que salimos fortalecidos.

Una cicatriz que se llama historia y que nosotros, las nuevas generaciones, debemos construir, recogiendo, ojalá, todas las experiencias de quienes vivieron esos años. Sin los sesgos del trauma, de los temores y de los odios, pero por sobre todo, haciéndonos cargo de todo el dolor que vivió este país. Porque no queremos volver a repetir la historia y eso no se logra con olvido.