Para quienes hemos nacido después de la década de 1980 en Chile, nos ha tocado observar y/o protagonizar una serie de demandas sociales potentes desde que el país retornó a la democracia. Especialmente en la última década, han causado polémica diversas movilizaciones y reformas en lo tributario, derechos laborales, gratuidad en educación, acceso y cobertura en salud, y pensiones dignas para los jubilados, entre otras.
Muchas veces este ambiente de diversas demandas sociales ha generado una imagen de un Chile que va en decadencia, e incluso de un anhelo por épocas pasadas donde al parecer todo era mucho mejor en el país.Sin embargo, los datos muestran que durante las últimas décadas Chile ha mejorado enormemente en el desarrollo humano y crecimiento económico, posicionándose como líder en Latinoamérica y logrando un bienestar que el país nunca había visto en la historia.
Solo por mencionar algunas cosas muy generales, a diferencia de las generaciones que nos antecedieron, los “millennials” no conocimos la viruela ni la desnutrición, hemos tenido acceso a herramientas tecnológicas y recursos económicos que ninguna otra generación tuvo a disposición para emprender u obtener educación especializada y, muy importante, nos ha tocado vivir la mayor reducción de pobreza a lo largo del país: desde casi un 40% en 1990 a poco menos del 8% en 2013. Según la nueva medición por pobreza multidimensional, esta se redujo desde un 29,1% en 2006, a un 8,6% en 2017.
La combinación de políticas económicas que han mantenido los gobiernos de centro izquierda y centro derecha desde el retorno a la democracia, como liberalización y apertura al mercado global, junto a diversos programas de gasto social, nos han llevado a ser un país puntero en casi todas las cifras de desarrollo humano en Latinoamérica. Sin embargo, hay un punto que se escucha constantemente en los debates políticos: la desigualdad de ingresos y la movilidad social.
Un economista, sociólogo, diputado, o cualquier político, puede mostrar los mejores gráficos sobre el gran crecimiento del PIB del país, así como el PIB per cápita (e incluso de la colosal reducción de la pobreza) en los últimos 30 años, sin embargo, la desigualdad y movilidad social siempre saldrán a relucir en la discusión como algo grave en lo que Chile aparentemente no ha avanzado desde los tiempos de la colonia. ¿De verdad estamos tan mal? Veamos qué dicen los últimos estudios.
En junio causó polémica un estudio publicado por la OCDE titulado "¿Un ascensor social roto? Cómo promover la movilidad social", del cual se elaboraron múltiples titulares de prensa algo ambiguos, todos apuntando básicamente a que “a una familia chilena le tomaría seis generaciones lograr salir de la pobreza”. ¿Seis generaciones para recién llegar a la clase media?
Sin duda que esperar 180 años (según los tramos por generación del estudio) para que un niño descendiente de una familia pobre logre ingresos medios, es algo que decepcionaría y preocuparía a cualquiera. Sin embargo, este alarmante dato opacó el contexto de Chile respecto al resto del mundo, además de otros hallazgos del estudio que muestran avances notables en nuestro país.
El informe en cuestión analiza la movilidad social en los países miembros de la OCDE (entre ellos Chile), y se encontró que a nivel internacional el promedio de movilidad social intergeneracional se ha estancado desde 1975, lo cual implica más generaciones necesarias para que un niño de una familia en la parte inferior de la escala de ingresos, suba a la mitad de esta.
Para Chile, al igual que Francia, Argentina y Alemania, los cálculos arrojan que esto tomaría unas seis generaciones. A países como Estados Unidos, Suiza y Austria, les tomaría unas cinco; a Canadá, Bélgica y Australia, alrededor de cuatro; y menos de tres a los países nórdicos, destacando Dinamarca con apenas dos generaciones. A vecinos de nuestro continente, como Brasil y Colombia, les tomaría nueve y once generaciones, respectivamente (click aquí para ver el gráfico completo).
Este resultado se debe a que las estimaciones del estudio, están basadas en una alta persistencia o correlación de ingresos y educación (elasticidades) entre padres e hijos, lo cual implica que los hijos se verían limitados por la situación de sus progenitores (un padre sin educación, tendría un hijo que carecería de lo mismo).
Pero este supuesto que permanece constante en el tiempo, sería poco realista para el caso chileno a la luz de estudios recientes (que comentaré más adelante) ya que las generaciones más jóvenes de Chile son actualmente mucho más igualitarias en términos de ingresos, y la cobertura en educación superior, se ha incrementado notoriamente, liderando el ranking latinoamericano (de acuerdo a datos de 2014). Otras fuentes académicas corroboran estos avances no incluidos en los datos promedio de la OCDE, que muestran un escenario bastante más pesimista.
Por otro lado, los reportajes y noticias sobre el estudio de la OCDE, dieron muy poca (o nula) cobertura a otros indicadores que mostraban una realidad mucho más prometedora para el país. ¿Cuáles son esos datos?
Alta movilidad intrageneracional:
Los mismos datos de la OCDE indican que en Chile hay una alta movilidad intrageneracional, es decir, dentro de una misma generación. El informe muestra que la probabilidad que un hijo de un padre perteneciente al segmento de más bajos ingresos se mantenga en el mismo nivel, es comparativamente baja (y menor al promedio OCDE), y además, que la probabilidad que ascienda a un segmento de mayores ingresos, es comparativamente alta.
Esto se observa en detalle en el gráfico titulado “¿Cuáles son las probabilidades de alcanzar la cima?”, el cual medía el porcentaje de hijos de padres de bajos ingresos y de hijos de padres de altos ingresos, que ahora están en el 25% más rico de la población.
En el caso de Chile, un 23% de hijos de padres de bajos ingresos ahora se encuentran en el 25% más rico de la población, el porcentaje más alto de todos los países OCDE, donde Estados Unidos no alcanza a llegar al 10%. Por otro lado, un 40% de los hijos de padres de altos ingresos, lograron situarse en el mismo 25% más rico de la población, mientras que en Estados Unidos y Alemania, se ubican en torno al 50%. Para el caso de Chile, la brecha entre ambos grupos es la menor reportada entre todos los países de la OCDE (menos de 20 puntos), en contraste a países como Estados Unidos y Alemania, donde ambos grupos tienen una brecha de distancia de casi 40 puntos.
Si naces pobre en Chile, es poco probable que te quedes ahí:
Además de este contundente dato que demostraría que en Chile hay una alta probabilidad de que un hijo llegue más lejos que su padre, hay otros indicadores que corroboran una alta movilidad en las generaciones actuales. Dentro de los países de la OCDE, Chile presenta la menor probabilidad de que alguien ubicado en el 20% de menores ingresos, siga en el mismo segmento después de cuatro años, o en otras palabras, que no escale a un segmento de mayores ingresos; y además, hay una alta movilidad (que incluye retrocesos) en el 20% más rico de la población.
En resumen, si bien aún quedan desafíos y problemas que enfrentar en la distribución del ingreso, los mismos datos de la OCDE confirman que Chile no se ha quedado atrás en lograr que cada vez más personas escalen a un mejor segmento de ingresos, e incluso, superen el de sus padres. Por otro lado, nos demuestra que no necesariamente una persona pobre está condenado a serlo toda la vida.
Cuando se debate sobre el problema en la desigualdad de distribución de ingresos en Chile, la discusión suele centrarse en la evolución de indicadores a lo largo del tiempo, como el coeficiente GINI, tomando el conjunto completo de la población. El problema con esto, es que Chile ha tenido muchos cambios en el último par de décadas y cuando se miden promedios poblacionales, estos cambios se pierden o no se ven claramente.
Lo anterior puede llevar a análisis erróneos al comparar el ingreso de personas en distintos rangos de edad, por ejemplo, jóvenes recién egresados con personas de amplia experiencia laboral, o jóvenes que poseen altas tasas de educación superior con generaciones anteriores de muy baja tasa de educación terciaria.
Consciente de este problema, el economista uruguayo del Instituto de Economía de la Universidad Católica de Chile, Claudio Sapelli, ha publicado trabajos que van más allá de indicadores globales como el GINI y analizan también la evolución de la distribución e ingresos por cohortes según generaciones.
Su última investigación sobre la evolución de la distribución del ingreso, la movilidad y la pobreza en Chile, se encuentra en su libro de 2016 titulado “Chile: ¿Más Equitativo? Una mirada a la dinámica social del Chile de ayer, hoy y mañana”, en el cual arroja un par de datos muy poco comentados en medios de prensa o debates políticos.
¿Qué diablos es el famoso GINI y por qué hoy habla bien de nosotros?
El principal indicador utilizado para medir la desigualdad de ingresos en un país, es el coeficiente de GINI (aunque existen otros indicadores). Este coeficiente mide qué tan igualitaria es la distribución de ingresos en una población, y para ello toma el valor de 1 ante perfecta desigualdad (una persona produce todos los ingresos del país), y el valor 0 ante perfecta igualdad (todas las personas obtienen un ingreso igual).
La frustración permanente en el caso de Chile, proviene al mirar la evolución de este indicador (que recordemos mide a toda la población) a lo largo del tiempo. Al mirarse “de lejos”, pareciera que Chile ronda siempre en torno al 0,5, un valor de desigualdad muy alto. Sin embargo, Sapelli menciona que este indicador ha tenido una marcada tendencia a la mejora desde fines de los años 80s.
Para fundamentar tal apreciación, se basó en la encuesta EOUCH (hecha en el Gran Santiago) que arroja una caída de 14 puntos del GINI en un periodo de 30 años, y por otro lado, la encuesta CASEN de 2013 (que mide la realidad nacional) que muestra una caída del GINI de 8 puntos en 15 años, pasando de 0,58 a 0,50. Recordemos que a menor GINI, menor es la desigualdad de ingresos.
Esta tendencia en la reducción del GINI se confirma con los datos de la encuesta CASEN 2015, que arrojó por primera vez un GINI bajo 0,50 (0,495). En palabras de Sapelli, “lo que pasó en Chile en términos comparativos es bien asombroso, una mejora extremadamente rápida a nivel global”.
Jóvenes más educados:
Como ya se mencionó, muchos cambios y avances recientes se pierden al graficarlos en promedios poblacionales. Dentro de estos avances se encuentra, por ejemplo, el porcentaje de personas con educación secundaria en la generación de 25 a 34 años, que es mayor al promedio de los países OCDE y prácticamente el mismo de Estados Unidos. Esto representa un progreso respecto a todas las generaciones mayores, donde el porcentaje es menor al promedio de la OCDE y muy lejos de Estados Unidos, país donde todas las generaciones tienen similar nivel educativo.
Las generaciones post 1950, son menos desiguales:
Basado en el punto anterior, los datos más prometedores (y probablemente contraintuitivos para muchos) son los que Sapelli encontró analizando la desigualdad de ingresos y el GINI por generación. Resulta que la desigualdad empeora hasta las personas nacidas a mediados del siglo XX y a partir de allí empieza a mejorar. La mejora desde las generaciones nacidas a mediados de los cincuenta hasta las nacidas a principios de los ochenta, es más acentuada con 22 puntos del Gini, un avance notable que pasa desapercibido en las discusiones. Sapelli comenta que “esto nos coloca en una trayectoria que nos podría dejar en el nivel de desigualdad del Reino Unido. Si bien no es el más desigual del mundo, es parte del club.”
En resumen, tanto el indicador Gini para toda la población chilena, como la distribución del ingreso por generaciones, muestran mejoras permanentes. Y si a esto se le suma que según el último informe de desigualdad del PNUD, entre 2000 y 2015 los ingresos del 10% más pobre crecieron en un 145% real, mientras que los del 10% más rico lo hicieron en solo un 30%, los datos duros indican que el Chile actual es mucho más equitativo que el de ayer.
Si bien estos recientes estudios y trabajos muestran que las generaciones jóvenes son cada vez más equitativas y gozan de mayor movilidad social que las generaciones anteriores, aún quedan ciertos peligros a futuro que se deben controlar. Por ejemplo, según los mismos datos de la OCDE, cuando una persona logra escalar hasta los quintiles de ingresos medios, aún enfrenta amenazas que la pueden hacer retroceder. En este sentido, el desafío es generar las condiciones para que el progreso de muchos chilenos pueda ser estable a lo largo del tiempo.
También es importante distinguir que mientras los pobres requerirán de un apoyo mucho más integral tanto desde la sociedad civil y el Estado, quienes se ubican en lo que llamamos clase media requieren principalmente de oportunidades laborales, de una economía estable y un crecimiento que les permita sostener su progreso, así como una red de apoyo en caso de eventos desafortunados (como muerte del jefe de familia, enfermedad grave o desempleo).
La OCDE recomienda para el caso chileno, cumplir tres objetivos principales:
Por su parte, Sapelli recomienda al final de su trabajo seguir fortaleciendo la cobertura educacional, que identificó como el principal responsable en reducir la brecha de desigualdad entre generaciones. En esto destaca que se debe seguir perfeccionando la subvención preferencial y extenderla a la educación pre-escolar, la cual debería proporcionar calidad y no relegarse a un sistema de guardería. Además, recomienda cambios en las políticas contra la pobreza, evitando que la pobreza temporal se haga permanente, y un mercado laboral más dinámico.
Si es que logramos poner estos temas pendientes a nuestro favor durante las próximas décadas, podremos conseguir que las actuales cifras, que pueden leerse prometedoras, se transformen de verdad en ese futuro mejor que todos esperamos.