Pocas marcas han embrujado con tal poder el mercado contemporáneo como “orgánico”. La idea de alimentos libres de procesos industriales, evoca plácidas praderas pachamámicas de animales y plantas en dulce contacto con el cosmos. Como antaño. Como nunca debió dejar de ser.
¿Qué es “orgánico”? Agricultura que prescinde de aportes sintéticos y de organismos genéticamente modificados (OGM). Ya escribí una columna bastante similar a esta respecto al caso particular de los OGM. Esta completa el circuito.
Como suele ocurrir en este tipo de temas, a la hora de contrastar el impacto ambiental de la agricultura orgánica versus la tradicional, la intuición importa poco y nada. Lo que pesa son los datos. Vamos a por ellos.
En 2017, los investigadores Clark y Tilman publicaron un meta estudio que sintetiza comparaciones de otros autores respecto de 742 sistemas agrícolas, abarcando 90 especies animales y vegetales. Para cada caso, analizaron el impacto a lo largo del ciclo de vida —desde la siembra hasta que sale de la granja— en cinco ámbitos: emisiones de gases de efecto invernadero, uso de tierra, potencial de acidificación, potencial de eutrofización (el enriquecimiento en nutrientes en un ecosistema acuático) y uso de energía. Esta distinción es crucial, porque no existe una sola métrica. Ciertos cultivos pueden pisar más duro en ciertas áreas, y menos en otras.
El cuociente (impacto orgánico)/(impacto tradicional) se muestra en la imagen de abajo. Un valor de 1 quiere decir que los efectos de la agricultura orgánica y tradicional son los mismos. Valores mayores que 1, implican una mayor huella de la opción orgánica, y viceversa. Cada barra vertical indica la desviación estándar.
Lo primero que salta a la vista, es que las mayores diferencias están en torno a un factor 2, y solo el potencial de eutrofización de hortalizas orgánicas, supera ligeramente este umbral. En cambio, como escribí en el post acerca del impacto ambiental de la carne, la diferencias en el uso de tierra entre el bistec y la soya, alcanza un factor 100. Así que no nos perdamos en esto: gravita muchísimo más el tipo de comida que elegimos que el método de producción de la misma.
Pero como esta columna no es acerca de eso, vayamos a lo que nos convoca. Partamos por aclarar que, como dirían los abogados, hay que distinguir. Se constatan diferencias sustanciales entre tipos de cultivos y tipos de impacto. En la categoría en que la prevalencia es clara, es en el uso de tierras: los alimentos orgánicos requieren de más espacio que sus pares tradicionales. Por consiguiente, dejan disponible menos espacio para la biodiversidad. Es esperable, pues la agricultura intensiva en agroquímicos invierte plata en ellos en gran medida para incrementar el rendimiento. Si lo que te preocupa entonces es la deforestación del Amazonas y la reducción del hábitat de los orangutanes de Indonesia, lo tuyo es la agricultura tradicional. Fíjate por ejemplo que en el caso de lácteos, huevos y carne, la relación es cerca de 1,9. Es decir, necesitas casi el doble de espacio para alimentar a la misma cantidad de gente. Si todos migráramos a una dieta orgánica, casi no quedarían rincones disponibles para la biodiversidad. Toda la tierra arable sería una gran y enorme granja.
En el caso de la acidificación y la eutrofización, la agricultura tradicional es también preferible. Lo de la eutrofización era también esperable: un fertilizante aplicado quirúrgicamente y diseñado a la medida de los cultivos, liberará menos nutrientes a los cursos de agua que unas buenas paleadas de bosta de vaca.
Menos claro es el caso de gases de efecto invernadero, donde asoma una suerte de empate.
En el caso del uso de energía, la victoria es para la agricultura orgánica. Ocurre que la producción de fertilizantes y pesticidas, es muy intensiva en uso de energía.
¿Cómo ponderar la importancia de cada impacto entonces? Cito el persuasivo análisis de especialistas de la Universidad de Oxford. La agricultura:
- Cubre un 49% de la tierra habitable.
- Da cuenta de cerca de un cuarto de las emisiones de efecto invernadero.
- Explica cerca de un 2% del consumo mundial de energía.
Para el caso de eutrofización y acidificación, sin embargo, es muy difícil desglosar los aportes de cada sector.
El uso de energía resulta entonces la única categoría en la que la preferencia por la agricultura orgánica es clara. Pero la energía es también, de lejos, aquella en la que la agricultura es menos relevante. Es por tanto donde menos valor aporta la diferencia.
A mi juicio, el uso de tierras es además diferente a las otras categorías en un plano fundamental: irreversibilidad. Una vez que acabamos con ecosistemas y extinguimos especies —lo que ocurre cuando constreñimos sus hábitats— ya no hay vuelta atrás.
Y existe un tercer argumento en favor de los cultivos tradicionales. Si bien hoy el impacto ambiental de pesticidas y fertilizantes en la biodiversidad circundante es innegable, es factible perfeccionarlos con el tiempo a través de ciencia y tecnología. El ineficiente uso de tierras de los cultivos orgánicos, por el contrario, está siempre limitado por las reglas de la naturaleza. Podrán desarrollarse pequeñas mejoras por aquí y por allá, pero no pueden esperarse saltos cuánticos como los que serían necesarios para alimentar a 9 o 10 mil millones de bocas en 2050 sin copar cada palmo de tierra arable.
Desde luego, para muchos el argumento ambiental es secundario y lo relevante es la salud personal. Esta columna no trata de aquello, un tema mucho más resbaloso y difícil de tabular, pero de todos modos aportaré algo de perspectiva. En efecto, los cultivos orgánicos exhiben algo así como un tercio de residuos de pesticidas que los convencionales. Pues bien, la autoridad ambiental estadounidense (la entidad con más recursos para llevar a cabo este tipo de estudios), ha establecido “dosis crónicas de referencia” para pesticidas. Esto es, ingestas diarias que podrían ser ingeridas en forma permanente sin causar efectos observables en el cuerpo humano. En un estudio a gran escala en doce grupos alimenticios, solo un producto superó el 1% de la dosis crónica de referencia (con un 2%), y tres cuartas partes de los productos marcaron menos de 0,01% del límite.
Puedes dudar de la ciencia, lo entiendo. Comprendo que visceralmente no quieras acercar nada a tu estómago que haya entrado en contacto con los deleznables pesticidas. Pero ese capricho no es gratis. Unas 150-200 especies se extinguen cada día. Ayudaremos si lo que ponemos en nuestros platos es informado por la ciencia, no por rumores y preconcepciones.