Imagen: César Mejías

Tecnologías de la información: ¿éramos más felices juntándonos en el café que whatsapeando?

¿Recibías más saludos cumpleañeros en 1995 u hoy? ¿WhatsApp es un facilitador de reuniones o un obstáculo que se interpone en las relaciones cara a cara? Joaquín Barañao reflexiona sobre estas y otras ideas.

Por Joaquín Barañao | 2019-04-08 | 12:17
Tags | whatsapp, facebook, redes sociales, amigos
Todo avance puede ser pervertido. Con el fuego aprendimos a quemar la aldea del vecino, pero acordamos que era bueno. ¿Qué pasará con las redes sociales?

Recuerdo que hace algunos años un famoso encuestador, hombre de edad, hizo el ejercicio de incursionar en Facebook. Decepcionado, evacuó muy pronto. Remató la columna que escribió al respecto con algo del tipo “y volví a nuestras conversas en el café, como siempre debió ser”.

Abunda aquella cantinela de que el reemplazo de la relación cara a cara por impersonales pantallas, ha empobrecido las relaciones humanas. Y ya he mencionado que si de una cosa estamos seguros respecto del complejo arte de la felicidad, es que los vínculos de calidad son una de sus piedras angulares. 

¿Es realmente así?

Partamos por despejar que, en esto acierta el encuestador, la copresencialidad es superior a una relación remota. Eso está fuera de discusión. Los humanos leemos gestos faciales, tonos de voz, y toda una gama de señales no verbales. Apostaría que todos quienes lean esto han sido víctimas de los malentendidos que produce la ausencia de tonos en los chats escritos. Por tanto, si fuera cierto que el espacio relacional está siendo usurpado por herramientas digitales, entonces la cantinela sería cierta.

Pero no podemos suponer que el resto de las variables que acompañan el acto de comunicación se han mantenido ceteris paribus a lo largo de los años, como dirían los economistas luciendo el donaire del latín. Es decir, que lo demás se mantuvo inalterado.

Primero, porque los canales son tanto más expeditos en relación a antaño, que el volumen total de comunicación interpersonal es muy superior. Ok, un mensaje de WhatsApp vale menos que un apretón de manos, pero no vale cero. Aunque no es algo que se pueda cuantificar, permítame la licencia del siguiente ejercicio.

Especulemos por un momento que un saludo de cumpleaños por Facebook vale, qué se yo, un cuarto que uno en persona. Si así fuera, en la mayor parte de los casos quienes han decidido participar de esa red social, contabilizarán un “volumen total de afecto” significativamente mayor que lo que habrían recibido previo a Internet. En 1995, solo podías o bien llamar por teléfono fijo, un grado de compromiso que solo abordaban los más cercanos, o bien visitarlo a su casa, que en la inmensa mayoría de los casos solo concretabas si el festejado te invitaba a su celebración.

Como todos quienes leen esto, participo de decenas de grupos de WhatsApp en los que recibo un flujo permanente de chistes/saludos/reflexiones/etcétera, que simplemente nunca habrían visto la luz en 1995. La mayoría provienen de antiguos amigos de colegio, universidad o veraneo de órbitas intermedias o lejanas, cuyo vínculo de otro modo simplemente se habría diluido hasta bordear el olvido. Sí, un chiste en persona es mejor que uno distribuido vía texto, pero los que recibimos de todas formas nos dibujan una sonrisa, y refuerzan un vínculo cuya alternativa es, en la mayor parte de los casos, la nada.

Si recurrimos de nuevo al valor especulativo de un cuarto que el equivalente copresencial, la felicidad asociada a chistes compartidos por nuestros amigos se ha multiplicado varias veces respecto a 1995, porque antes nadie levantaba el teléfono fijo para hacerlo.

Segundo, porque las tecnologías de la información han permitido desplomar los costos de coordinación de tal manera que nos vemos mucho más cara a cara. Imagina el embrollo de citar a tu cumpleaños en 1995: debías discar a cada uno de tus invitados, y la mayor parte de las veces escuchabas por respuesta, “no está ¿le quiere dejar un recado?”. Hoy copias el mismo mensaje en tus cinco principales grupos de Whatsapp, una maniobra de segundos, y resolviste dos tercios del problema. Esto de “hey, ¿qué hay hoy en la noche?”, es un fenómeno nuevo. Hasta hace muy poco era tan engorroso citar a los comensales, que los carretes eran pocos, espaciados y bien organizados.

Mis dos hermanos mayores egresaron del colegio en 1988 y 1990. No alcanzaron a agarrar Internet y apenas si volvieron a ver a sus compañeros en los diez años siguientes. Yo egresé en 1999 y el email hizo toda la diferencia. “Responder a todos” bastaba para orquestar el carrete. Nunca nos dejamos de ver. El encuestador no comprendió que para la mayoría Facebook no está ahí para sustituir el café, sino que para facilitarlo.

No es posible ponerle números a esto, pero apostaría buena plata a que la suma total de [copresencialidad] + [relación digital] x [factor de ajuste de cada canal], es muy superior a antaño.

¿Vivimos entonces en un edén sin inconveniente alguno asociado a la emergencia de los canales remotos? Por supuesto que no. Todo uso puede derivar en abuso, y las tecnologías de la información no son la excepción. Usuarios los hay de toda laya, incluyendo quienes dejan de ver la luz del sol como consecuencia de la desmesura. Pero ¿implica aquello que el balance global es negativo? A mi juicio es claro que no. Sumando y restando, este entramado de fibra óptica nos ha acercado mucho más de lo que nos ha distanciado. 

Esto abre un debate más amplio respecto de múltiples nuevas tecnologías habidas y por venir. Todo avance puede ser pervertido. Con el fuego aprendimos a quemar la aldea del vecino, pero acordamos que era bueno. Con la rueda sobrevinieron los atropellos, pero acordamos que era bueno. Con la escritura las injurias y calumnias cruzaron fronteras, pero acordamos que era bueno. Hacia el futuro, ocurrirá la misma cosa con cada nueva delicia de la técnica.

¿Es posible sacar algo en limpio de toda esta disquisición? A mi modo de ver, sí. Parte de la felicidad consiste en valorar lo que hemos conseguido. Si los saludos digitales los consideramos usurpadores del espacio propio de la copresencialidad, estaremos filtrando la vida por un lente injustificadamente amargo. Si en cambio nos detenemos un momento a agradecer la maravilla que es compartir con los nuestros a la velocidad de la luz, la vida habrá adquirido un tinte ligeramente más rosa.

¿Crees que las tecnologías de la información nos han traído más felicidad?