Que los ricos ganan mucho, que los pobres reclaman demasiado, que los encapuchados cometen delitos, que los delincuentes de camisa y corbata quedan impunes; no importa de qué sector político o socio-económico provenga uno, pareciera ser que nadie está satisfecho con el mundo a su alrededor. Por lo que nace la pregunta: ¿Seremos felices algún día y qué podemos hacer para lograrlo en esta vida?
Hay muchas ocasiones en que el clima político y socioeconómico en nuestro país da la sensación de ser agobiante. La vida se ha encarecido, los sueldos parecen siempre quedarse cortos, la desigualdad entre ricos y pobres se resiste a disminuir, la delincuencia no da su brazo a torcer, las calles están cada vez más congestionadas, etcétera.
¿Estás conforme con la situación actual de Chile? Es la pregunta del millón. Viendo la cantidad de movimientos sociales, promesas políticas y escuchando a la gente a nuestro alrededor, es probable que la respuesta sea no, o no del todo. Y eso es perfectamente razonable. (Si respondiste sí, me encantaría leer el porqué en los comentarios más abajo.) Estoy seguro que si te has preguntado qué se puede o qué tiene que cambiar en Chile, hay un buen número de cosas en esa lista. Pero ¿depende nuestra propia felicidad del cumplimiento o no de estos cambios?
La insatisfacción no es necesariamente algo negativo. De hecho, en dosis controladas, es todo lo contrario: nos lleva a diario a buscar nuevos límites y a intentar mejorar nuestra situación de vida y, a veces, la de los demás. Tener una fuerte opinión respecto de lo que falta por mejorar o cambiar en el país es la base para que, efectivamente, pueda haber cambios tarde o temprano. El tema es cómo expresamos y vivimos esas diferencias.
Cristián Mackenna, director de este diario, publicó una columna invitándonos a cambiar la forma en que conversamos sobre nuestras distintas posturas –sin importar nuestra inclinación política– para poder ponernos de acuerdo más fácilmente.
Lo que me gustaría contribuir a su propuesta es que no basemos nuestra felicidad y la de los que nos rodean en que se logren estos cambios. Siempre va a haber algo que se pueda mejorar y está muy bien que trabajemos por mejorarlo, pero si lo ponemos como condición para ser felices, nunca vamos a serlo. Nunca está de más valorar lo que tenemos, tanto a nivel personal como de país y, teniendo eso en mente, luchar en pos de lograr cambios o mejoras.
No importa si estás en Chile, Noruega o Burundi, pareciera que la gente siempre encuentra qué cosas debieran mejorar o cambiar en sus respectivos países de origen. Australia es, según algunas encuestas, el país más feliz del mundo. El sueldo mínimo es un poco más de $7.500 pesos la hora o alrededor de 1.200.000 pesos mensuales, si se trabaja a tiempo completo. La gente es amigable, el país es relativamente seguro en comparación a otras naciones del primer mundo y los niveles de desempleo son bastante bajos (5.8% según las últimas mediciones).
En muchos aspectos, Australia podría considerarse como un verdadero edén en el mundo actual. Sin embargo, las voces que están en desacuerdo dentro del país abundan. Que los estándares de educación son bajos en colegios públicos en comparación con los privados (¿te suena familiar?), que los inmigrantes se van a llevar los empleos de australianos, que los impuestos están cada vez más altos, que no hay continuidad política y la lista sigue y sigue.
Otro caso muy interesante es Japón: el tercer país más rico del mundo que, aunque lleva décadas en los brazos de una recesión, tiene una economía que sigue siendo firme, rankea tercero en los países con clase media más rica (después de Australia y Luxemburgo, según un informe por Credit Suisse) y es el país con los habitantes más longevos del mundo.
A pesar de que la población no es de protestar abiertamente, se escuchan claras voces reclamando sobre la poca estabilidad política (ha habido seis primeros ministros en los últimos siete años), las largas y duras horas de trabajo e, increíblemente, sobre la seguridad en la sociedad. A pesar de ser uno de los países más seguros del mundo (se te puede quedar la billetera con miles de dólares en el tren y te la devuelven o no la tocan), la percepción de seguridad es incluso más baja que la que hay en Estados Unidos, un país con una tasa de criminalidad varias veces más elevada.
Los pocos noruegos que he conocido se han quejado de lo caro que es Noruega, de la cantidad de inmigrantes que están llegando e incluso del clima inclementemente frío. Cabe recalcar que es un país que lidera los ránkings de desarrollo, igualdad y prosperidad.
¿Qué sacamos de todo esto? Si bien hay algunos factores externos que pueden influir, da la impresión de que la percepción de bienestar es relativa y, por lo tanto, el ser feliz depende más bien de nosotros y cómo percibimos nuestra propia vida, que de los hechos que ocurren a nuestro alrededor.
Me gustaría reiterar que el estar insatisfecho con cualquier situación no es algo necesariamente negativo, sino lo contrario: he leído muchos comentarios constructivos de lectores de El Definido que dan una excelente mirada sobre no solo las cosas que faltan por mejorar en nuestro país, sino que más encima cómo se podrían mejorar. A fin de cuentas, lo que ulteriormente buscamos es mejorar nuestra propia calidad de vida y la de quienes nos rodean y me gusta creer que podemos hacerlo sin un gusto amargo constante en la boca.