El amor en los tiempos del doble-check

Un estudio atribuyó a Whatsapp el haber causado 28 millones de rupturas de parejas. ¿Es justo culpar a una aplicación por un problema humano?

Por Francisca Solar @FranSolar | 2013-10-09 | 10:09
Tags | tecnología, información, chat, whatsapp, comunicación, diálogo, parejas, prensa, mensajerías, redes
"Lo que preocupa es que se siga alimentando una negatividad injusta sobre las mensajerías y las redes, cuando en sí mismas no tienen culpa alguna. La responsabilidad final siempre es nuestra"

No sé ustedes, pero yo apenas hablo por teléfono. Tengo un plan antiquísimo de muy pocos minutos y siempre me sobran. La alegría de lo que pago mes a mes está en mi plan de datos. Sin eso, no sobrevivo. Con mis amigos y contactos profesionales la conversación pasa un 98% por mail / chat y prácticamente con la única persona que hablo regularmente es con mi mamá. Hablaba, en realidad. Hasta ella se compró un smartphone y bajó algunas aplicaciones, así que ahora la escucho menos, la leo más y le contesto, claro, cuando yo quiero. Pero no es tan simple. Lo que es un alivio para mí, es una ansiedad constante para ella (hasta causal de varias peleas) y el caso se repite a gran escala: según un estudio publicado en la revista CyberPsychology, Behaviour and Social Networking, se le atribuye 28 millones de rupturas de parejas al uso de Whatsapp. ¡Millones! ¿Cómo tanto? No sólo me parece una exageración sino también una gran irresponsabilidad mediática. La utilización misma de este tipo de tecnología jamás ha sido un problema: siempre es el cómo se usa, entendiendo que son herramientas neutras que adquieren sentido únicamente a través de los actos del humano detrás, es decir, del usuario.

Una de las principales características de esta popular mensajería puede ser un beneficio para unos y, al mismo tiempo, una desventaja para otros: su reciprocidad no es obligatoria, ni tampoco instantánea –aunque el servicio mismo basa su oferta en el contacto rápido y directo con el otro–, cuestión que, para ser justos, no es nueva en el ámbito de la comunicación virtual. Si bien Facebook tiene como característica la bidireccionalidad impuesta (si te acepto como mi amigo, inmediatamente verás todo de mí y yo accederé a todo tu perfil), con la llegada de Twitter el cuento cambió: si acepto que me sigas, no necesariamente te seguiré yo a ti. Y no falta el seguidor que se enoja, pero es porque no entiende cómo funciona esa red. Así, la tendencia imperante en el diálogo globalizado es la libre disposición, sin presión de ningún tipo: retomando el ejemplo de Twitter, no sólo no estoy obligado a seguir de vuelta a mis seguidores, sino que ni siquiera estoy obligado a escribir. Puedo tener una cuenta y leer mi timeline con tranquilidad, siendo sólo un observador y responder los replies a cualquier hora. Lo mismo con el resto de los servicios de chat móvil. Depende del ánimo de cada uno y, en eso, Whatsapp es el mejor exponente y el mayor dolor de cabeza.

No hace mucho se levantó una tremenda polémica por el manoseado “doble-check”, atributo que a su vez sería el principal responsable de ese supuesto millar de rupturas. Se trata de la forma en que la aplicación me avisa cómo fluye la comunicación: si escribo un mensaje a Juan, aparecerá un “check” al costado, lo que significa que fue enviado correctamente desde mi smartphone. Si luego aparece un segundo “visto bueno” (el llamado “doble-check”), quiere decir que el dispositivo de Juan recibió correctamente dicho mensaje. Y eso es todo. ¿Qué desató el caos, entonces? A alguien se le ocurrió divulgar el rumor de que ese “doble-check” en realidad significaba que el destinatario ya había visto el mensaje, por lo tanto, si no te respondía enseguida, es porque no quería hacerlo. Porque le daba lata o tenía algo mejor que hacer. O estaba con otra. En otras palabras, se le atribuyó un juicio a ese doble-check que en realidad nunca tuvo, caldo de cultivo que contribuyó a la proliferación furiosa de celosos y paranoicos. Hasta la misma empresa creadora tuvo que salir a dar explicaciones para tranquilizar la vorágine. Sobra decir que entre recibir un mensaje en tu celular y efectivamente leerlo hay un mundo de diferencia…

Lo que preocupa es que se siga alimentando una negatividad injusta sobre las mensajerías y las redes, cuando en sí mismas no tienen culpa alguna. La responsabilidad final siempre es nuestra: entender bien el funcionamiento de las aplicaciones que usamos es un buen primer paso, pero fortalecer la comunicación y lazo real (no virtual) con tu pareja es lo primordial. Echarle la culpa a Whatsapp del quiebre de una relación amorosa está en el límite entre lo infantil y lo ignorante o derechamente cínico. Porque no se puede negar lo evidente: el celoso o inseguro lo será en cualquier escenario, con o sin un celular en la mano y la pareja que no es sólida lo evidenciará de cualquier forma, con o sin chat. La mala interpretación de un sencillo “doble-check” no es la causa, sino sólo actúa como la gota que rebalsa un vaso que estaba lleno desde hace rato.

Dignidad es la consigna, chicos. Sincerémonos: Whatsapp nunca será responsable de una separación, los culpables somos nosotros. La tecnología puede utilizarse de forma muy positiva (como conectarse y reencontrarse con personas queridas) y también de forma negativa, pero depende de cada cual. Si hay algo qué rescatar de esta tendencia, es que debemos hacernos cargo de nuestras propias vidas. Los chivos expiatorios tech, más temprano que tarde, pasarán de moda.