¿Por qué no soy tan feliz (como debería)?

En una era hiperconectada, en que todos aparecen publicamente como felices y exitosos, es fácil sentir que uno es el único que quedándose atrás. El Barbón nos recuerda que debemos mirar más allá de las máscaras y poner las cosas en contexto.

Por Alfredo Rodríguez @AlfreoRodriguez | 2013-10-15 | 11:00
Tags | felicidad, sociedad, redes sociales, apariencias, exitismo
"En un mundo de doctorados en el extranjero, medallas de oro, familias perfectas, abdómenes planos y viajes al extranjero, yo no tengo cómo competir. Lo único que me queda es simular felicidad ¿O no?"

El otro día leí en twitter algo así como ¿Por qué pareciera que todos están de vacaciones menos yo? ¡Imposible más cierto! Yo, que con la vida ajetreada que tengo apenas alcanzo a visitar las redes sociales, me encuentro con fotos turísticas alrededor del mundo, cafecitos a media mañana y eternas discusiones desde política hasta cine. ¿De donde saca tiempo esta gente para darse todos estos gustos? ¿Acaso soy yo el único que trabaja (y lo pasa mal)?

Con tantas oportunidades ¿cómo no sentirse fracasado?

Vivimos en la sociedad de las oportunidades, donde nuestra misión es aprovecharlas para alcanzar nuestro máximo potencial. Incluso si no tenemos acceso a ellas, sabemos que existen, que están ahí, que tenemos que encontrar la forma de alcanzarlas, porque no hacerlo sería una injusticia. Tenemos tanto para hacer, tanto para ser, que no cumplir esas expectativas sería un absoluto fracaso. Lo triste de todo esto es que está lleno de gente que efectivamente logra hacer cosas grandes en su vida, alcanzar ese potencial que llevan dentro y yo no puedo. ¡Soy un fracaso! En un mundo de doctorados en el extranjero, medallas de oro, familias perfectas, abdómenes planos y viajes al extranjero, yo no tengo cómo competir. Lo único que me queda es simular felicidad ¿O no?

No creas la mentira.

Es mentira ¡Todo es mentira! No estoy diciendo que toda la gente a nuestro alrededor, en las redes sociales, sea mentirosa. Digo que la idea que nos hacemos de sus vidas es una farsa, debido a (al menos) dos razones. Dos falacias que nuestra mente genera sin darnos cuenta y que están ahí para atormentarnos: la que dice que todos son más exitosos que yo, y la que dice que todos son más felices que yo.

1.- Todos son más exitosos que yo.

Todos tenemos nuestras ambiciones y hemos conseguido nuestros logros. Para algunos, estos logros serán objetivos laborales o monetarios, para otros se trata de formar una familia o cumplir algún sueño (hacer un viaje, tener una casa, algún auto, etc). No importa cual sea, el hecho es que todos tenemos alguna idea de las cosas que nos gustaría hacer, conseguir o tener y de pronto pareciera que todos a nuestro alrededor están cumpliendo esos sueños. Menos uno.

“O sea, yo sé que no me puedo quejar, he conseguido cosas bastante buenas, pero míralos a ellos… ¡ellos sí que han logrado cosas geniales!”. La realidad tras esa frase es que todos normalizamos nuestra vida. Para nosotros es normal tener nuestros talentos, ganar la plata que ganamos, lograr lo que hemos logrado. Porque hemos vivido el camino completo y nos parece que difícilmente las cosas podrían haber ocurrido de otra forma. Pero cuando miramos al resto no vemos caminos, sólo vemos los triunfos, los brillos. No sólo no vemos el esfuerzo que significó para ellos y cuánto tuvieron que sacrificar para lograrlo, además nos centramos en ese hecho específico que le envidiamos y no en su vida como un todo. Envidiamos el que Juan tiene tiempo para estar con su hijo, Pedro es un atleta, Pablo viaja por el mundo y Diego tiene un puestazo (con un sueldazo) en la empresa, pero probablemente tener todas esas cosas juntas es imposible y tener cualquiera de ellas es renunciar a la mayoría de las otras.

2.- Todos son más felices que yo.

Esta es aún más dramática que la anterior, porque pareciera que aquellas personas que han alcanzado los mismos éxitos que yo ¡son más felices! Basta con ver sus caras en las fotos y las cosas que postean, estos tipos realmente no saben de angustias y frustraciones. Con suerte, y muy de vez en cuando, están tristes. Mientras yo, día a día tengo que remar para sacar adelante mi porquería de vida. ¿Qué me pasa? ¿Por qué me cuesta tanto todo?

Siempre me acuerdo de la Clau (mi señora) llegando deprimida de las reuniones con las amigas. Me decía que a la única que le costaba ser mamá era a ella, que no sabía qué estaba haciendo mal. Obviamente no era así, es sólo que estamos acostumbrados a mostrar lo mejor de nosotros, ocultando nuestro lado menos luminoso. Una suerte de exitismo natural que en las redes sociales se exacerban aún más. ¿Quién se va a sacar fotos llorando porque el trabajo lo tiene colapsado? ¡Nadie! Con suerte esa persona le va a sacar una foto al chocolate que se compró para superar su colapso acompañado de una frase como “Nada mejor que un chocolate para superar la mañana de colapso”. La verdad, no suena muy angustiado.

No somos tan mentirosos.

Si me preguntan a mí, no es que el mundo esté pésimo y vivamos sumidos en el total cinismo. Es esperable que en público (porque las redes sociales son un lugar público) llevemos ciertas máscaras para facilitar la convivencia. Tenemos que entender que las redes sociales no se prestan para una forma muy rica de comunicación. Porque es natural que en los tecitos multitudinarios de la Clau a nadie le nazca contar sus verdaderos problemas o achaques, porque es demasiado expuesto. Para eso están las chelas y cafés conversados, los llamados telefónicos nocturnos, las visitas de toda una tarde, etc. Esas son las instancias para conectarnos con la realidad del otro. La clave es ver las máscaras y entenderlas. Aprender a mirar la vida del resto con sensatez, por sobre esa aparente perfección mágica y ser capaces de apreciar nuestra propia vida en toda su no-perfección. Si lo logramos, probablemente descubramos que la vida del resto es más compleja de lo que parece y, sobre todo, que es tan (im)perfecta como la nuestra.