Si sé lo que tengo que hacer... ¿Por qué no me resulta?

Pareciera que en esa época tenemos que cumplir tantas metas como ámbitos hay en la vida. El problema que ve el Barbón, es que muchas de ellas no son alcanzables y dan pie a la frustración. Entonces ¿Qué hacemos?

Por Alfredo Rodríguez @AlfreoRodriguez | 2013-10-29 | 12:24
Tags | Tiempo, orden, metas, exigencia, frustración, realidad
"Tenemos que aprender a aceptar que no se puede hacer todo siempre (...) Y sobre todo a dejar de castigarnos y castigar al resto, por no ajustarse a ciertos estándares"

Soy un desastre, de nuevo me quedé trabajando hasta tarde. Debería ser más ordenado con mis tiempos. Lo sé, no es tan grave, pero tengo un problema de sueño: no me basta con dormir las ocho horas que duerme cualquier ser humano. Claro, mañana podría dormir una siesta, pero ¿una siesta en día de semana? ¡eso es de vagos! Por otro lado, si no lo hago voy a andar malhumorado, comportándome como un idiota. Sí, lo sé: Soy un completo y total desastre ¿O no?

Algunos requisitos mínimos.

¿Fuiste a ver la película? ¡Dicen que no hay que perdérsela! ¿Qué edad tiene tu hijo? ¡A estas alturas debería estar caminando! ¿Vas a comerte ese plato? ¡Es comida chatarra! Gracias a la inmensidad de conocimiento al que accedemos pareciera que estamos construyendo un completo estándar de lo que se espera de cada aspecto de nuestra vida

La cosa es fácil, para tener una buena vida hay que: escribir un buen libro, plantar un árbol (fertilizado y desinfectado orgánicamente) y tener un hijo sano, inteligente y feliz. Además hay que comer bien, tener una carrera, hacer deportes, adoptar una mascota, movilizarse en bicicleta, participar de las iniciativas ciudadanas, hacer beneficencia, leer buenos libros, no ver TV abierta, visitar los museos, informarse (pero desconfiando de la prensa), saber de política (despreciando a los políticos), jugar con tus hijos, tener una excelente vida sexual, ahorrar para el futuro, hacernos chequeos de salud, ver la serie del momento y un montón de requisitos más que pareciéramos todos ya tener grabados en nuestra mente. Lo más absurdo es que a veces nos parece que es algo fácil, pero cuando nos ponemos a enumerarlos la lista no tiene fin. Entonces yo me pregunto: con esa cantidad de requisitos ¿cómo no vamos a ser un desastre?

Maldita información.

Al parecer, el exceso de información en el que vivimos, se ha convertido en la panacea de nuestro Superyó (individual y colectivo). Gracias a la inmensidad de datos que conocemos sobre el mundo y la vida, hemos generado innumerables pautas de comportamiento esperable que, aunque muchas veces tengan una muy buena intención, se han vuelto inalcanzables. Y si a la escasez de tiempo y energías (incluso asumiendo que el dinero no es tema) le sumamos unas ingenuas ganas de “ser buenas personas”, esto nos puede llevar a unos altísimos niveles de frustración. Porque tener el manual de comportamiento nos parece suficiente para poder aplicarlo, pero aunque seguirlo parece posible, en la práctica es verdaderamente imposible. ¿Qué hacemos entonces? ¿Mandamos todo al carajo y nos convertimos en un desastre? Obviamente no.


Todo a su debido tiempo.

La clave es entender que no todas las normas, parámetros o pautas nos sirven, que no es posible aspirar a cumplirlas todas a la vez y que intentarlo no nos hará ningún bien. Hay que priorizar y para eso hay que conocerse. Todos tenemos limitaciones, gustos, prioridades. Para algunos, en medio de una vida estresada, leer es el descanso que necesitan. Para otros, obligarse a leer será agregar un estrés más a la vida. Tenemos que aprender a aceptar que no se puede hacer todo siempre, a convivir con la imperfección. Y sobre todo a dejar de castigarnos y castigar al resto, por no ajustarse a ciertos estándares.

Por supuesto, no digo que dejemos de esforzarnos y vivamos en la absoluta mediocridad, sino que evaluemos las expectativas que tenemos de nosotros mismos y las ajustemos a la realidad. Que nos quedemos con todo aquello que nos ayude a ser mejores personas, pero siempre con la idea de que si no somos felices no sirve para nada. Porque qué mejor aporte para la sociedad que una persona profundamente feliz que vive la vida con armonía (entre lo perfecto y lo imperfecto).

Por eso la invitación es a conocerse y tomar decisiones sobre qué desafíos aceptar y cuales dejar para el futuro. Yo, por mi parte, tendré que seguir trabajando de noche y durmiendo una siesta. Porque trabajo en la casa y con hijas pequeñas es más fácil tener un rato en la tarde para dormir que para trabajar. No es lo ideal, pero es lo mejor para mi hoy y espero que algún día los horarios se puedan invertir. Pero por ahora mejor asumirlo a convertirme en un papá gruñón o un trabajador que no cumple. Porque lo perfecto es enemigo de lo bueno, sobretodo cuando lo perfecto nos resulta inalcanzable.