Los peruanos son mejores que nosotros (en turismo)

Luego de mi visita a Cusco y Machu Picchu, quedé con la sensación de que los chilenos tenemos mucho que aprender de los peruanos en materia de turismo y cultura.

Por Marco Canepa @mcanepa | 2013-11-13 | 14:58
Tags | viajes, turismo, imagen país, identidad, Perú, Chile

Recientemente tuve la fortuna de visitar Perú, obra y gracia de un jugoso descuento en pasajes aéreos que mi mujer y yo aprovechamos. El itinerario incluyó la hermosa ciudad de Cusco, las impresionantes ruinas incas esparcidas por toda la zona, el menos conocido poblado de Aguas Calientes, que se encuentra a los pies de la ciudadela de Machu Picchu y, obviamente, la visita obligada a esta última, que es claramente la joya de la corona.

Ese viaje me sirvió para comparar nuestra propia identidad y manejo turístico con el de los vecinos del norte y, debo decirlo, tenemos mucho que aprender:

Saber quién eres

A la hora de "vender" un país a los turistas, la identidad es clave. Y esa identidad está conformada por el patrimonio natural, arquitectónico, arqueológico, culinario y cultural de la nación. Cuanto más coherentes son estos y mientras mejor se diferencien del resto de los países del orbe, más atractivos resultarán para el visitante. Para eso, no basta con una buena campaña publicitaria y un logo encargado a alguna prestigiosa agencia internacional, sino que se requiere rescatar la identidad nacional en cada aspecto de la vida y que los habitantes del país la perciban como realmente propia.

En esta materia, los peruanos la tienen clarísima: Ellos son los descendientes de los Incas y eso se aprecia en cada cosa que hacen.

Basta señalar que una proporción mayoritaria de la población habla quechua como lengua nativa. De hecho, lo aprenden en sus familias antes que el español, pues la entienden como la lengua de sus ancestros, mientras que el Estado peruano la reconoce como su segunda lengua oficial. Además, manejan la historia de su país al revés y al derecho, sobretodo aquella del período incaico. Eso habla de un orgullo por su historia y antepasados que es poco común entre nuestros compatriotas. 

Comunicar lo que eres

Cuando sabes bien quién eres, es mucho más fácil comunicarlo y eso se aprecia fácilmente en este caso.

De entrada, el logo de Perú es un gran acierto. No sólo es simple, recordable y único, sino que es extraordinariamente coherente con su identidad. La espiral de la "P" recuerda los motivos que adornan la mayoría de la artesanía prehispánica y su color rojo hace referencia a la bandera del país. Además, su trazado manuscrito da esa sensación artesanal que habla de lo auténtico. Comparado con nuestro aséptico logo "Chile" de estrellas de colores térreos, siento que no cabe duda de cuál evoca mejor una identidad.

Súmele a eso que toda la artesanía, marcas, logos, museos, monumentos y arquitectura del país, realzan esta identidad. Perú es un país orgulloso de su herencia cultural y natural y no duda en comunicarlo al resto.

Cuidar lo que tienes

Mientras parte de nuestro patrimonio arqueológico y arquitectónico es hasta el día de hoy objeto de destrucción a manos de vándalos, saqueadores y hasta por el rally Dakar o se deteriora ante el escaso apoyo del Estado,  los peruanos han sabido realzar el suyo y transformarlo en un atractivo turístico formidable. 

Quizás el caso más evidente no está en las ruinas arqueológicas -que naturalmente cuentan con todo tipo de vigilancia y protección-, sino en la ciudad misma de Cusco. No me tocó ver, en la semana completa que estuve recorriendo, ni un solo muro rayado y en las calles de su centro se encontraban impecables, muy lejos de ser el relleno sanitario en que hemos transformado las nuestras. Y nótese que, salvo muy contadas excepciones, era muy difícil encontrar un basurero en la calle y no parece ser que haya un control muy férreo del Estado. Es más bien, un respeto y amor natural hacia lo propio. 

Lo mismo corre para las normas urbanas. Dentro del casco histórico se ha conservado casi intacta la arquitectura, sin que aparezca por ningún lado edificios acristalados o construcciones modernas que rompan la armonía del entorno. Por el contrario, todos los esfuerzos parecen ir dirigidos a mantener la mordernidad a raya, obligando a marcas como McDonalds, Starbucks y KFC a mantener su comunicación gráfica al mínimo y a ajustarse a la identidad del lugar.

En cambio, cuando paseo por el centro de Santiago, no puedo sino sentir vergüenza del estado de nuestro patrimonio y mobiliario público, plagados de rayados, afiches, basura, colillas de cigarrillo, chicles e invadido por avisos y carteles publicitarios sin orden. Qué impresión se llevarán los extranjeros de los chilenos cuando ven el estado de las calles de nuestro centro histórico? 

Y el cuidado va más allá de la ciudad. Al menos en el discurso de los peruanos con que me encontré a lo largo del viaje, pude observar un profundo respeto y amor por la naturaleza que los rodea y una fuerte conexión con la tierra, que no ven como un recurso a explotar, sino como parte integral de su vida. Es común ver a la gente labrando la tierra con sus propias manos, sin que aparezca en el horizonte máquina alguna y los terrenos carecen de rejas y alambres de púa. 

Ignoro si esa comunión con la naturaleza se mantiene a nivel de autoridades,  políticas públicas y empresas, pero cuando la base de tu sociedad -la gente común- tiene esa visión, sin duda eso cambia el modo de relacionarse con el medioambiente.

Realzar lo propio

Otro notable éxito peruano tiene que ver con poner en valor su gastronomía. De la mano de chefs como Gastón Acurio, han transformado su cocina en un producto de exportación. Ceviches, tiraditos, causas, ají de gallina, cuy, alpaca, pisco sour y tantos otros hacen las delicias de los turistas y ponen el nombre del país en el mapa incluso para quienes nunca han pisado tierra inca.

Cuando pienso que Chile busca instalarse como potencia alimentaria, no puedo sino preguntarme cómo pretendemos hacerlo exportando sólo materia prima (salmón, fruta) y no con una contundente oferta gastronómica nacional. Tenemos muy buena materia prima y platos tradicionales interesantes, que pueden no ser tan glamorosos o de tanto carácter como los peruanos, pero eso no quiere decir que no podamos mejorarlos, enriquecerlos o, de plano, crear unos nuevos . ¿Por qué no invitamos a nuestros mejores chefs a proponer un nuevo plato nacional, que sea simple de replicar y que utilice sólo ingredientes locales?

Sacarle el jugo al turismo

Desde el momento que uno sale del aeropuerto de Cusco, es evidente que existe una bien engrasada maquinaria turística lista para atender a los visitantes. En un par de metros es posible ver una decena de operadores ofreciéndote paquetes turísticos a las ruinas cercanas, buses panorámicos recorren la ciudad, casas de cambio hay en cada esquina, junto a tiendas de artesanía, ropa de alpaca y restoranes, bajo el ojo vigilante de la policía turística. 

El solo viaje desde Cusco a Machu Picchu es toda una experiencia: Un viaje en bus por la sierra peruana hasta las ruinas de Ollantaytambo, luego un tren panorámico que recorre valles y acantilados -que a veces incluye show a bordo- hasta un pueblo en una de las locaciones más increíbles del planeta y desde ahí, buses que parten a la madrugada por una empinada cuesta hasta una de las ruinas más impresionantes del mundo, donde te esperan guías especializados para atender a público español, inglés, francés, italiano o japonés, todos los cuales conocen hasta la última piedra del lugar.

Nosotros tal vez no tenemos ruinas incas, pero nuestros atractivos naturales y algunas ciudades no tienen nada que envidiarle a los de otros países y en todos ellos deberíamos esmerarnos por sacar el máximo provecho. 

No todo es color de rosa

No quiero decir con esto que la actividad turística peruana sea perfecta, pues definitivamente no lo es. Espacio hay para mejorar, y mucho, partiendo por la manía tan tercermundista de engañar a los turistas con tarifas infladas (en especial taxistas y vendedores de artesanía), promesas incumplidas, cobros adicionales sorpresa (en tours y restoranes), el tráfico temerario y la dudosa calidad de los hospedajes, que muchas veces dejan bastante que desear. Mención aparte merecen las casas de cambio, que rechazan los dólares ante el más leve rasmillón, corte o desgaste en sus bordes. ¿Cómo puede ser eso en un país tan turístico?

Raya para la suma

El turismo siempre me ha parecido la mejor actividad económica que un país puede explotar, porque te paga por conservar y embellecer, en lugar de destruir y porque es una actividad que distribuye el dinero de manera muy equitativa (desde el artesano y el garzón, al resort y la aerolínea). Por lo mismo, no lo podemos dejar al azar.

Admito que mi visión sobre el ejemplo peruano se basa en mi experiencia particular y en una visita muy breve a un lugar muy específico de ese país, que ciertamente no permite generalizar tanto, pero... ¿no son casi todas las visitas turísticas así? Justamente, la visión que un extranjero se lleva (y comparte con sus conocidos) se forma en cosa de horas o días, por lo que hay que cuidar que esa breve interacción sea óptima.

Creo que sería bueno que nos tragáramos nuestro orgullo nacional y aprendiéramos humildemente del ejemplo de nuestros vecinos del norte, porque ciertamente, tenemos mucho camino por recorrer en lo que a turismo se refiere, tanto a nivel cultural, como en infraestructura y servicios, para sacar provecho al enorme potencial que tenemos en nuestra tierra.