Así como ayer participaron distintos tipos de votantes en la elección presidencial, donde figuran los que marcaron por convicción, por el mal menor, por cumplir con el deber cívico, por manifestar su descontento y por otras motivaciones, también hay distintos tipos de no votantes. Dentro del 58,1% que no llegó a las urnas pudiendo haberlo hecho, se encuentran los que no fueron por desinterés, por cansancio, por desesperanza, porque la Navidad está a la vuelta de la esquina y así... Razones para haber ido o no, hay muchas. Lo que está claro es que había 13 millones y medio de potenciales electores, de los cuales no se logró conquistar ni a la mitad.
Cuando vimos ayer la poca afluencia de personas y el tipo de electorado que participó de la elección (en su mayoría sobre los 40 años), comenzó el debate sobre el voto voluntario. Escuchamos a ex presidentes como Patricio Aylwin y Ricardo Lagos, afirmando que debía volverse al voto obligatorio, opción apoyada por algunos representantes de la nueva generación como José Ignacio Labbé y Camila Vallejo.
Me sorprendió enormemente que la conversación sobre la abstención tomara el rumbo de volver al sistema del pasado, en vez de una autocrítica de los liderazgos actuales y reflexionar sobre cómo cautivar al electorado en el futuro. Creo que nuestra sociedad es capaz de moverse cuando cree en un proyecto y se ha demostrado con ejemplos conocidos por todos, que van desde las marchas organizadas por distintos movimientos sociales, hasta la Teletón o la campaña para levantar Chile después del último terremoto. Somos potenciales agentes de cambio, sólo necesitamos que algo nos motive para demostrarlo.
Si más de siete millones de personas no llegaron hasta el lugar del sufragio ayer, la responsabilidad principal (porque no es la única) debe recaer en los políticos. Ellos fueron los que fallaron. Los que no convencieron con su discurso, los que no inspiraron, los que no tocaron la fibra que dejara en manifiesto que estábamos decidiendo un tema país, que nos jugamos la opción de mejorar Chile, independiente de cuál se crea el camino correcto para hacerlo.
Mientras los políticos hacen su balance y espero, su autocrítica, nosotros también podemos hacer algo. Lo primero, es sentirnos empoderados. Tenemos que entender que el voto vale y que no hay distinciones en el conteo. No puede ser que en Vitacura haya participado un 63,14% del electorado y en Lonquimay, una de las comunas con mayor tasa de pobreza, un 36,66%. El objetivo es generar un gobierno representativo, por lo que no puede ser que la elite sea el prinicpal agente de toma de decisiones. Para revertir eso, una vez más, hay que fijar los ojos en la educación.
El primer paso creo que debiera ser ponerle hoy suma urgencia al proyecto de ley que propone que sea obligación el ramo educación cívica, también conocido como formación ciudadana, en los colegios.
Tal como sucede en países como Perú, Ecuador, Francia, España y tantos otros, necesitamos que en nuestras salas de clase nos enseñen el rol que tiene un ciudadano, cuáles son sus derechos y cuáles son sus deberes. Qué son los derechos humanos, de qué trata la Constitución, cómo se han generado los cambios anteriores y cómo pueden engendrarse los venideros. Cómo influye organizarse en los barrios, la importancia del alcalde, las herramientas que contamos para cambiar las cosas. Hay que dejar el espacio para acercar la política y que no parezca un asunto de unos señores poderosos completamente ajenos a nosotros, sino en que es algo que se construye en conjunto.
También se puede facilitar el proceso de votación mismo: Establecer que sea gratuito el transporte público en días de elecciones, utilizar las nuevas tecnologías para evitar las burocracias, hacer más amigable y no tan engorroso cambiarse de local de votación, por mencionar algunos. Si una familia votara en un mismo lugar, sería más económico, más práctico y hasta un panorama ir todos juntos a votar.
Espero que este llamado de atención que hizo el no votante sea escuchado por la clase política y encauzado en la dirección correcta: Volver a hacer que las personas se sientan representadas y que las ideas de un candidato y la fuerza con que las transmita, sean motor suficiente para sacarlos de sus casas, sin necesidad de hacer de eso una obligación que, si no se cumple, será causa de una multa.